PRODUCCIÓN - DIÁLOGOS
Textos breves sobre desarrollo rural solicitados por el IPDRS.
Se autoriza su reproducción total o parcial, citando al autor y como fuente al IPDRS.
Textos breves sobre desarrollo rural solicitados por el IPDRS.
Se autoriza su reproducción total o parcial, citando al autor y como fuente al IPDRS.
La agenda 2009 del desarrollo rural en el Perú
Fernando Eguren *
En el Perú el desarrollo rural como un tema específico no ha sido parte de la agenda política de los sucesivos gobiernos hasta muy recientemente, y esto, de manera muy modesta. Después de la reforma agraria de 1969-1975 que eliminó latifundios y las relaciones semifeudales, las políticas gubernamentales se orientaron, particularmente después del restablecimiento de la democracia electoral en 1980 y la adopción de políticas neoliberales en los años de 1990, a una contrarreforma basada en la promoción de una moderna agricultura de exportación en la costa peruana, que hoy alcanza las 100 mil hectáreas bajo riego. Este ha sido un empeño exitoso, pues efectivamente las exportaciones agrícolas peruanas no tradicionales pasaron de 275 millones de dólares en 1995 a alrededor de 1.600 millones en el 2008. En contraposición, la pequeña agricultura comercial y la agricultura campesina, que abastecen de manera principal el mercado interno, han quedado marginadas de las políticas públicas, a pesar de que en términos cuantitativos, la pequeña agricultura en el Perú es absolutamente dominante. Aunque el último censo agropecuario data de hace ya 15 años, gruesamente la información del siguiente cuadro muestra la importancia de la pequeña agricultura.
Perú: Distribución de las tierras según tamaño
de explotaciones agropecuarias, en porcentajes
Rango superficie (ha) |
T. Cultivo riego |
T. Cultivo secano |
Pastos naturales |
Montes y bosques |
Menos 5 |
38,9 |
25,7 |
1,2 |
1,0 |
5 – 20 |
36,5 |
35,9 |
3,7 |
6,0 |
20 - 100 |
12,5 |
27,4 |
7,2 |
14,3 |
100 + |
12,1 |
11,0 |
87,8 |
78,7 |
Total 000 |
1’729 |
3`478 |
16’906 |
9’054 |
Fuente: Censo Nacional Agropecuario 1994
Como en otros países de la región, la aplicación de políticas neoliberales trajo como contrapeso el diseño y ejecución de medidas de compensación de alivio de la pobreza, dirigidas en gran parte a la población rural, que en un alto porcentaje – alrededor de dos tercios - es considerada pobre o muy pobre (según la insatisfactoria definición convencional de pobre).
La conversión de estas medidas, en principio coyunturales, en políticas permanentes, revelan el carácter excluyente del neoliberalismo y han contribuido a que los esfuerzos para combatir la pobreza se basen en el asistencialismo y no en la promoción del desarrollo rural.
Algunos factores han influenciado para que en el año 2004 el gobierno aprobase, por primera vez, un Plan Estratégico de Desarrollo Rural. Entre ellos, la persistencia de la pobreza rural, la creciente influencia de los municipios rurales y la influencia de las agencias de cooperación internacional. Sin embargo, no ha habido mayor decisión política para que sea implementado.
Lo que no resta que existan algunos programas de desarrollo rural, la mayor parte de ellos resultado de acuerdos entre agencias de cooperación o instituciones financieras intergubernamentales, y el gobierno. Los más novedosos de estos programas pretenden involucrar a la población rural de una manera activa en su mejoramiento económico, convocando a concursos y premiando la iniciativa y la creatividad. Su principal limitación es su escasa cobertura, pues incluyen a un ínfimo porcentaje de la población rural y del territorio; las lecciones extraídas de estas experiencias, por útiles que fueran, no logran convertirse en políticas, las cuales priorizan el fomento de la gran agricultura de exportación.
En contraste con el modesto interés del sector público por el apoyo productivo a los pequeños productores y campesinos, hay una mayor inversión pública en caminos rurales, en electrificación rural y en la difusión de las telecomunicaciones rurales, que seguramente tienen un impacto positivo en el desarrollo de mercados locales y regionales.
Las demandas rurales
A diferencia de décadas pasadas, en las que las demandas de la población campesina se dirigían a reivindicar el acceso a la tierra y los pequeños agricultores comerciales exigían al Estado precios de garantía para sus productos, créditos e insumos subsidiados, las demandas actualmente se han diversificado. Hasta cierto punto el objeto hacia el cual se dirigían las demandas y reivindicaciones estaba focalizado: era el Estado, pues de éste efectivamente dependía en buena parte la satisfacción de esas exigencias. Esta focalización facilitaba que los movimientos pudiesen articularse regional y aún nacionalmente. Con el advenimiento de las políticas neoliberales y el abandono de una intervención activa en la economía, el ‘enemigo’ hacia el cual dirigir las luchas se diluía en la abstracción del mercado, o adquiría concreción en algún actor poderoso cercano.
En la actualidad, dos demandas principales movilizan a importantes contingentes campesinos. La primera está dirigida contra las empresas mineras que contaminan el ambiente o que no generan en las áreas de operación o de su influencia ventajas económicas para los pobladores. La segunda es por la defensa de las tierras o del territorio, sobre todo en el caso de las poblaciones amazónicas que resisten la presencia de empresas petroleras, las que, además, contaminan los ríos.
Ocasionalmente, los pequeños productores comerciales se movilizan por situarse en mejores condiciones en el mercado, sobre todo cuando los precios se mantienen por debajo de los costos de producción, como ha sido el caso de los productores de papas. Productores de otros cultivos sensibles a la apertura comercial o a los tratados de libre comercio también ejercen distintas formas de presión para lograr alguna forma de compensación por el Estado, aunque no llegan a ser movilizaciones propiamente. Por su lado, los productores de hoja de coca se movilizan periódicamente ya sea en protesta por los métodos puestos en marcha por el Estado para erradicar o sustituir cocales, o complementariamente para demandar mayor presencia y atención del Estado en inversiones y servicios. En general, sin embargo, reclamos y movilizaciones suelen suceder a escala local o a lo más regional, sin llegar a articularse nacionalmente, lo que constituye una debilidad.
Desarrollo rural y demandas rurales
Es mi hipótesis que los proyectos o programas de desarrollo rural originados en el Estado, organizaciones de desarrollo y la cooperación internacional, no son una respuesta a las demandas rurales que se expresan en los movimientos. No hay coincidencia territorial entres las zonas más socialmente activas y reivindicativas y los programas de desarrollo rural en ejecución. Esto puede estar ocurriendo, en contraste, con las industrias extractivas, que cada vez más comienzan a desarrollar programas sociales dirigidos a las comunidades, con el fin de menguar los conflictos reales y prevenir los potenciales; sin embargo, estos programas no obedecen realmente a estrategias de desarrollo rural. El Estado suele inhibirse de hacer programas de desarrollo rural en esas áreas, endosándoles a las industrias esa responsabilidad. En áreas de gran conflictividad crónica, como son las cocaleras, la aproximación del Estado es más bien policial y no de desarrollo rural.
En conclusión, las escasas experiencias de desarrollo rural no parecen obedecer a ningún objetivo estratégico del Estado, pues son pequeños, localizados; no son el eje de la lucha contra la pobreza rural, pues este lugar lo ocupan programas asistenciales. Tampoco son respuesta política al movimiento social. Las lecciones valiosas con potencial replicable que algunos proyectos pueden estar dejando no son asimiladas por el Estado ni convertidas en políticas.
Difícilmente el desarrollo rural puede tener prioridad en gobiernos neoliberales. La siguiente cita extraída de un célebre artículo del presidente Alan García titulado “El síndrome del perro del hortelano” es más que ilustrativa. Refiriéndose a los recursos naturales que pertenecen a las comunidades campesinas y nativas, escribió:
“…existen verdaderas comunidades campesinas, pero también comunidades artificiales… (…) sus habitantes viven en la extrema pobreza …esperando que el Estado les lleve toda la ayuda en vez de poner en valor sus cerros y tierras, alquilándolas, transándolas, porque si son improductivas para ellos, sí serían productivas con un alto nivel de inversión o de conocimientos que traiga un nuevo comprador.” Son “…tierras ociosas porque el dueño no tiene formación ni recursos económicos, por tanto su propiedad es aparente. Esa misma tierra vendida en grandes lotes traería tecnología de la que se beneficiaría también el comunero, pero la telaraña ideológica del siglo XIX subsiste como un impedimento. El perro del hortelano.”
_____________-
* Fernando Eguren es Economista Agrario peruano, presidente del Centro de Estudios Peruanos (CEPES), director de la revista mensual Debate Agrario, académico y docente universitario. Ha escrito varios libros sobre temas de desarrollo rural.
Las bases legales e institucionales para la cuestión agraria
* Tomás Palu
Según las estadísticas de la FAO, el Paraguay es el país que tiene el más alto nivel de concentración de la tierra –al menos- en el continente americano. Según los datos parciales del último censo agropecuario (datos del 2008), 2.6% de los propietarios concentran el 85.5% de las tierras. Esta situación tendió a agravarse en los 17 años que mediaron entre el último y el anterior censo agropecuario de 1991.
Los terratenientes ganaderos, que históricamente formaron parte de la élite política y económica del país, se encargaron en 1992 de formular una nueva Constitución que –en la práctica elimina toda posibilidad de avanzar en la distribución de tierra por vía de la expropiación, tanto de aquellas tierras que serían de interés social, como de aquellas pertenecientes a latifundios improductivos y que pudieran haberse asignados a las aproximadamente 200 mil familias de campesinos sin tierra.
La base legal que se vincula al componente de la tierra del desarrollo rural, o más propiamente, a dificultarlo, además de los artículos constitucionales referidos a la reglamentación de la expropiación, está constituida por el Código Civil, el Penal y el Estatuto Agrario, este último de mayor relevancia directa pero que sigue sin poder ser aplicado por la inexistencia de su reglamentación. La Convención Americana de los DD.HH. ratificada por el país y que contiene varias referencias al desarrollo rural, de la misma manera, es letra muerta.
El marco institucional en el que deberían inscribirse los programas de desarrollo rural está constituido primariamente por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), y más específicamente por su Vice Ministerio de Agricultura y por el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (INDERT). En la práctica sin embargo, el MAG ha funcionado al menos desde hace medio siglo para apoyar el desarrollo de rubros para la producción de materias primas para la exportación, en el caso de la agricultura, específicamente del algodón y la caña de azúcar y más recientemente de la soja y en menor medida el sésamo. No existe un ministerio o al menos un viceministerio de agricultura familiar o campesina. Por su parte, el INDERT (formalmente adscrito al MAG) tiene una jerarquía política de tercer nivel, esto es, con muy escasa capacidad de incidencia política y con un presupuesto muy pequeño que se destina en un alto porcentaje a gastos corrientes. Este Instituto (anteriormente llamado IBR, o Instituto de Bienestar Rural) se comportó históricamente (cuando había amplia disponibilidad de tierras fiscales) como una gran empresa inmobiliaria del sector público que se encargó de repartir tierras –especialmente en el período de gobierno de Stroessner- a líderes políticos, militares y clientela política del momento.
Otras instituciones gubernamentales que tienen vinculación parcial al desarrollo rural, como el ministerio encargado de las obras públicas, el de salud, educación y organismos de combate a la pobreza, como la Secretaría de Acción Social, de la infancia, de la mujer, la de beneficencia y otros, presentan un accionar balcanizado, sin coordinación entre ellos, y con políticas ineficientes inspiradas por la focalización de la ayuda a la pobreza de corte neoliberal.
Un modelo atentatorio al desarrollo rural
La agricultura familiar campesina estuvo históricamente empujada hacia tierras marginales desde el final de la guerra contra la Triple Alianza (1865-1870). Durante 90 años, hasta la década de los años 60, por los grandes latifundios ganaderos, forestales y yerbateros, y durante el último medio siglo por el advenimiento y consolidación de la agricultura mecanizada y la aplicación del paquete tecnológico de la revolución verde y la transgénica, posteriormente sobre la base de dos cultivos primados, el algodón y la soja. La paulatina reducción del área de siembra del algodón –un cultivo eminentemente minifundiario- descampesinizó violentamente al mundo rural.
En estos años, la agricultura de base campesina está atenazada por el crecimiento territorial de la soja (que pasa de 20 mil a un millón de has. entre 1972 y el 2000, y de un millón a 2,6 millones de has. entre el 2000 y el 2008, por efecto de la introducción de semillas transgénicas) y por el mantenimiento de la base territorial del latifundio ganadero. En el caso de la soja, la expansión del área de siembra se acompaña de un irreversible deterioro ambiental (deforestación, contaminación del agua y el ambiente y otros), expulsión campesina hacia núcleos urbanos (16 mil familias/año sobre un total aproximado de 380 mil familias campesinas), graves afecciones y muertes humanas, y destrucción de cultivos de autoconsumo familiar y muerte de animales domésticos). [Palau, T. y otros (2007) Los refugiados del modelo agroexportador, Asunción, BASE. Investigaciones Sociales]
El Paraguay, como los restantes países del cono sur sudamericano, tiene hoy como estado nacional escasa soberanía para dirigir su política agropecuaria, determinada por los intereses de los grandes grupos multinacionales encargados de la provisión de insumos y la agro exportación de materias primas agropecuarias a los mercados metropolitanos. Los monocultivos (agrícolas y forestales) y la implantación de pasturas para el ganado vacuno son las constantes. Para los sectores económicamente poderosos del país (y por cierto, la prensa empresarial que los representa públicamente) esto es desarrollo rural. El campesinado y los pueblos indígenas deben ser expulsados del territorio rural ya que representan el atraso y la improductividad.
Nuevo gobierno y demanda campesina
El triunfo de Fernando Lugo en abril de 2008 despertó expectativas de cambio en el sector campesino paraguayo, de hecho, uno de los tres principales pilares de su campaña electoral había sido implementar la reforma agraria. Habiéndose cumplido un año de gestión, los resultados son desalentadores; no sólo no se logró avanzar en prácticamente nada, sino que en declaraciones recientes, el propio presidente dijo que no podría esperarse resultados en materia de reforma agraria sino hasta el 2023. En 14 años más se estima que la población rural paraguaya de ser hoy de alrededor del 40% se reduzca a algo menos del 30%.
En materia de políticas públicas hacia el desarrollo rural, el gobierno creó la Coordinadora Ejecutiva para la Reforma Agraria (CEPRA) y se habla de la posible creación de un Vice Ministerio de Agricultura Familiar. Sobre lo segundo sólo hay conjeturas, por su lado, el CEPRA hizo tímidos intentos de sanear la adjudicación de lotes de dos o tres asentamientos pero los trámites fueron judicializados y todo terminó ahí.
Por su parte, la demanda campesina se centra en primer lugar en el acceso a la tierra, y secundariamente en los demás componentes de la reforma agraria; mejora de la infra estructura comunitaria, crédito, refinanciación de créditos, subsidios por pérdidas climáticas. y otras. Las organizaciones del sector, por cierto con grandes diferencias entre ellas, no lograron hacer planteamientos unitarios, lo que debilita en gran medida su capacidad y poder de negociación con los representantes de la agricultura empresarial y con el propio gobierno.
La decepción por lo realizado por el gobierno en materia de desarrollo rural hizo aumentar la crispación de las organizaciones que no apoyaron al lugismo desde sus inicios. En las que sí lo habían apoyado, se da en estos meses una tendencia a endurecer la demanda y a radicalizar los planteamientos, gestándose paulatinamente una unidad parcial de estos grupos hasta hace pocos meses también divididos.
Así las cosas, las perspectivas no se muestran muy promisorias. El avance de la agricultura empresarial, apoyada por las políticas públicas sumisas al capital transnacional, la devastación de los recursos naturales restantes, las condiciones de vida cada vez más hostiles de las comunidades campesinas e indígenas y la saturación mediática criminalizando la demanda social campesina, dejan de lado el desarrollo rural y propenden a esbozar un país cada vez más desigual.
______________
*Tomás Palau es sociólogo rural de Base. Investigaciones Sociales. Asunción, Paraguay.
Consejo (de ministros) Agropecuario del Sur, vigencia y utilidad
Alcira Córdova Avilés*
En la ciudad de La Paz, Bolivia, concluyó el XVII encuentro de ministros de Consejo Agropecuario del Sur (CAS), entidad creada en abril del año 2003 y conformada por representantes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. El convenio constitutivo, protocolizado en la ALADI, establece que el Consejo tenga una presidencia pro témpore rotativa. La Secretaría Técnica Administrativa del CAS está a cargo del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) con sede en Santiago de Chile y la oficina de Comunicaciones, en Montevideo, Uruguay.
El CAS incorpora un sistema de articulación regional del sector agropecuario, compuesto por varias unidades: la Red de Coordinación de Políticas Agropecuarias (REDPA), integrada por las respectivas oficinas nacionales de políticas agropecuarias; el Grupo Informal de Negociaciones Agrícolas (GINA-Sur), integrado por las unidades responsables de las negociaciones agrícolas internacionales; el Comité Veterinario Permanente (CVP), integrado por las respectivas direcciones de salud animal; el Comité de Sanidad Vegetal del Cono Sur (COSAVE), integrado por los directores de sanidad vegetal de la región, y el Programa Cooperativo para el Desarrollo Tecnológico Agroalimentario y Agroindustrial del Cono Sur (PROCISUR), integrado por los institutos de investigación agropecuaria.
Hasta la reunión de La Paz de fecha 11 y 12 de agosto, los representes ministeriales se reunieron en 17 oportunidades de manera ordinaria y 8 de maneara extraordinaria, tocando temas tales como: Crisis financiera internacional y su impacto en la agricultura regional; sanidad animal; sanidad vegetal, políticas públicas; relación con el sector privado; biotecnología; desarrollo sostenible en un contexto de expansión agrícola; alza de precios de los alimentos.
DECLARACIÓN DE LA REUNIÓN DEL 11 Y 12 DE AGOSTO, LA PAZ-BOLIVIA
“La variabilidad climática, que podría estar aumentando en el marco de un cambio climático, demanda el fortalecimiento de la estrategia para disminuir su impacto negativo en la producción agrícola, pecuaria, forestal y pesquera regional. Esto condiciona el abastecimiento alimentario, las exportaciones y las fuentes de ingreso de la población, especialmente en las zonas más vulnerables”.
“El trabajo preliminar realizado por el Grupo ad hoc identificó oportunidades de cooperación y trabajo conjunto entre ellas las siguientes áreas temáticas: gestión de riesgos climáticos, evaluación socioeconómica de los impactos de la variabilidad y el cambio climático, uso sustentable de los recursos naturales y fortalecimiento de la investigación y transferencia tecnológica”.
El trabajo del Grupo ha evidenciado que los temas: Uso de la Tierra, Cambios en el Uso de la Tierra y Forestal y de Agricultura que se negocian en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) son relevantes para el sector agropecuario y por lo tanto es conveniente que los Ministerios de Agricultura participen y fortalezcan su presencia en estas negociaciones”.
Los ministerios de la región “se comprometen a realizar los mayores esfuerzos para: Fortalecer los sistemas nacionales y regionales para el monitoreo y pronóstico de las variables agroclimáticas; Facilitar el acceso de información generada en la región a los tomadores de decisiones relativa a los efectos de la variabilidad y el cambio climático sobre la agricultura; fomentar acciones regionales relacionadas con la gestión de riesgos climáticos, incluidos los sistemas de alerta temprana y el uso de instrumentos financieros, considerando la diversidad territorial de la región; impulsar la evaluación socioeconómica de los impactos del cambio climático, fortaleciendo el apoyo específico a los sectores más vulnerables; Promover el intercambio de información respecto de la metodología utilizada para la zonificación de áreas vulnerables a la variabilidad climática; apoyar los esfuerzos de PROCISUR orientados a enfrentar los desafíos planteados por la variabilidad climática, promoviendo el intercambio científico y tecnológico entre los países del CAS; promover una mayor participación de los ministerios de agricultura en las negociaciones sobre temas climáticos, llamando la atención sobre la posibilidad de que sirvan de soporte a nuevas medidas proteccionistas”.
Por otra parte, se pone de relieve la necesidad de actuar coordinadamente en espacios de discusión y negociación internacional: “Disponer de una base común de información preparatoria para la negociación, sugiriendo instrucciones para los negociadores sobre la base de los textos previos a cada reunión considerando las implicancias sobre la agricultura; relevar información científica disponible en materia de modelos explicativos y predictivos que contemplen las medidas de la variabilidad climática en la región y avanzar hacia la identificación de posiciones comunes en la Región frente a la negociación internacional de la CMNUCC (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático)”.
Por otra parte, hacen un llamado a los organismos multilaterales, que estuvieron representados en la XVII reunión: “Solicitar a los organismos internacionales FAO, CEPAL e IICA que coordinen su trabajo con las necesidades que en estas materias expresan los países”.
VIGENCIA Y UTILIDAD
Vista la naturaleza del evento, el carácter técnico con el que se desarrolló, en nivel de representación y la interrelación con otros sectores y actores, nos animamos a emitir las siguientes apreciaciones.
No cabe duda sobre la utilidad de este tipo de eventos e instancias oficiales para debatir temas técnicos relacionados al desarrollo rural, principalmente los referidos a la problemática agropecuaria y forestal (como evidenció y explicó la FAO en su participación, existe una relación indisoluble entre lo agropecuario y forestal que se podría explicitar mejor).
La necesidad de avanzar en aspectos técnicos científicos, como en políticas públicas nacionales, acuerdos internacionales y políticas sociales, sumado al convencimiento sobre el invalorable aporte de actuar conjuntamente en problemáticas que no observan fronteras político administrativas, presentan oportunidades para lo que se puso de relieve: la coordinación, cooperación e intercambio de información.
Se debe esperar que esta instancia ministerial contribuya en la construcción de una agenda de investigación, difusión y operativización de aspectos que podrían repercutir en la alimentación de la población del conjunto de los países, la sostenibilidad de los recursos productivos y junto con ellos, el desarrollo de las áreas rurales. Si fuera así, no cabe duda que los recursos financieros y humanos se invertirían de una manera más adecuada y ello llevaría indefectiblemente a una oportuna alineación entre esfuerzos del conjunto de actores estatales, multilaterales y privados.
En el diseño institucional del CAS, no queda clara la equivalencia entre los distintos ministerios. Da la sensación, como en otros casos de la administración gubernamental, que las características y los objetivos de los ministerios representados, en concordancia con la estructura de los gobiernos de cada país, no es necesariamente homogénea en cuanto a la representación de intereses de los sectores productivos del campo. Si eso fuera así, se trata de establecer mayores canales de comunicación para poder lograr el propósito establecido en la declaración de presentar una posición común ante los espacios intergubernamentales de mayor envergadura.
La XVII reunión ordinaria y su tema central de discusión Cambio Climático y Agricultura, pude ser ya una base de la posición que como bloque debería llevar Sudamérica de cara a Copenhague, tal y como se manifiesta en su resolución, los Ministerios de Agricultura están llamados a participar y fortalecer su presencia en estas negociaciones, tratando de que los países miembros del CAS no salgan como perdedores en esta instancia.
Se podría también poner algunos interrogantes a la efectividad política del CAS, tomando en cuenta que no corresponde con ninguna estructura oficial intergubernamental en la región. En este sentido para darle mayor fuerza sería necesario incorporar formalmente este espacio ministerial en estructuras como UNASUR, lo cual parece perfectamente posible, ya que en el CAS se encuentran los países con mayor volumen y desarrollo de actividad agropecuaria y forestal de Sudamérica.
Para conocer más del CAS, se puede visitar su página WEB: http://www.iica.org.uy/casonline/inicial.asp
____________________________
* Alcira Córdova Avilés es economista y nueva integrante del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPRDS).
¿El enfoque de género en el desarrollo rural está paralizado?
Carmen Beatriz Ruiz*
Un sondeo rápido sobre el enfoque de género en el desarrollo rural en la oferta de contenidos y enlaces del ciber espacio arroja referencias desactualizadas, que datan de varios años atrás o se limitan a acápites insertos en documentos generales. Sin embargo, durante más de una década el mundo fue escenario de propuestas, diagnósticos y debates sobre y desde el enfoque de género, como parte de un impulso de grandes dimensiones para que los proyectos de desarrollo en general y de desarrollo rural en particular incluyeran o visualizaran los métodos y resultados de su trabajo en la vida de las mujeres. ¿Está efectivamente incorporado (transversalizado, se dice en la jerga del tema) el enfoque de género en las acciones e instituciones del desarrollo rural o sencillamente se trata de la parálisis inercial después de que los y las principales impulsores/as del enfoque cambiaron de foco de interés?
El enfoque de género en el desarrollo rural fue un impulso muy activo durante la década de los años noventa involucrando diversas experiencias metodológicas en proyectos de la mayoría de países del denominado Sur del mundo. Bajo ese impulso crecieron programas e instituciones especializadas y se elaboraron indicadores e instrumentos de planificación, medición de resultados y evaluación, buscando identificar de qué forma y en qué medida los proyectos de desarrollo rural afectaban la vida de las mujeres y cómo podrían lograrse efectos positivos. Instituciones especializadas en el área del desarrollo rural abrieron unidades de género y las que ya estaban trabajando en la dimensión de derechos de las mujeres aventuraron propuestas para el desarrollo rural. De este modo, se transitó entre diagnósticos sobre las condiciones de vida de las mujeres en el campo y estudios que mostraban los errores (y sus consecuencias) de acciones ciegas a la situación y participación de las mujeres, hasta propuestas de métodos específicos para visualizarlas y potenciarlas.
¿Una moda pasajera?
Debido a la cantidad de publicaciones y eventos sobre el tema, puede hablarse de una verdadera corriente de género en el desarrollo rural (hay quienes dicen que se trató de una moda). Una buena parte de los esfuerzos estuvo dirigida a lograr que instituciones estatales y privadas trabajando en el área con objetivos pensados de forma general para el conjunto de la población en sus territorios de intervención asumieran el enfoque de género, sus instrumentos y tareas específicas al respecto. Como un resultado más tangible muchas instituciones y proyectos incorporaron en sus equipos a una especialista encargada de las políticas y estrategias que mostraran su disponibilidad a incluir el enfoque en su acción.
Hubo varios/as protagonistas en el crecimiento de esa corriente. En primer término debe reconocerse el papel activo de las agencias multilaterales y bilaterales de cooperación e instituciones estatales y privadas (en realidad éstas mucho más que las primeras), que asumieron varios de los que se consideraban nuevos desafíos de equidad en la democratización de las sociedades. Un motor fundamental fueron los procesos previos y posteriores a la realización de sucesivas Conferencias Mundiales que cada cinco años estuvo realizando la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Y de esos procesos, los resultados más asertivos produjeron convenios internacionales que, con matices, terminaron por ser incorporados en calidad de políticas públicas en la mayoría de los países sudamericanos. Una referencia imprescindible es la Plataforma de Acción Mundial (PAM), luego de la V Conferencia Mundial realizada en Pekín el año 1995, que cuenta con un acápite especial sobre mujeres campesinas e indígenas.
Este documento reitera una exigencia de la cooperación expresada en textos anteriores, proponiendo la creación de mecanismos de igualdad de oportunidades (oficinas, unidades, institutos, programas, etc.) en el nivel estatal. La mayoría de los Estados sudamericanos respondieron a esta demanda con la creación de instancias gubernamentales de diversas formas y jerarquías, por lo general, mediante dos líneas de dependencia: las que estaban insertas en el esquema formal de Poder Ejecutivo y las que dependían de estamentos, generalmente paralelos y temporales, de la acción de las esposas de los gobernantes. Los mecanismos del primer tipo han sobrevivido a los cambios de gobierno, aunque bajando cada vez un peldaño más en la jerarquía, con la honrosa excepción de Chile. Los del segundo tipo desaparecieron junto con la primera dama de turno.
El hecho de que existieran simultáneamente varias líneas de trabajo en distintos ámbitos ayudó mucho en la incidencia de instituciones y políticas con enfoque de género en el desarrollo. Esto también fue impulsado y en buena medida sostenido por la cooperación, como se demuestra en el enlace efectivo que se propiciaba entre políticas de población, derechos, desarrollo local, desarrollo económico y de fortalecimiento de la organización y participación política de las mujeres.
Las principales interlocutoras y participantes activas de estos múltiples emprendimientos fueron casi siempre mujeres. Esto puede entenderse en la medida en que el enfoque de género tiene como fin explícito evidenciar primero y actuar después sobre las condiciones y posiciones de las mujeres, en relación con los hombres, en la sociedad. Sin embargo, allí donde está la fortaleza de su definición precisa se ubicó también una de sus debilidades: que se considerara únicamente un “asunto de mujeres”. Esta afirmación no desmerece el importante esfuerzo y aporte de muchas instituciones, generalmente no gubernamentales, gestionadas por mujeres y diversas expresiones de los movimientos de mujeres en Sudamérica, que llegaron a conformar potentes y activas redes y plataformas temáticas y territorialmente regionales.
Preguntas (im)pertinentes
Para obtener algunas respuestas sobre el estado actual de la aplicación del enfoque de género en el desarrollo rural se puede mirar resultados en dos áreas de participación de las mujeres: la económica y la política.
La participación económica de las mujeres en el desarrollo rural nunca estuvo en duda, pero fue proverbialmente invisible, sobre todo a la hora de la distribución de los beneficios y oportunidades. El enfoque de género propicia que proyectos y funcionarios/as trabajen reconociendo que la población contraparte tiene siempre dos sexos; es decir que está compuesta de mujeres y de hombres y que este hecho biológico básico e incontrastable produce efectos de género, es decir respecto a la relación entre mujeres y hombres; lo cual genera, a su vez, efectos en la condición y posición de ellas. Desde esa perspectiva se promovieron innumerables formatos de participación económica. La mayoría, sin embargo, terminan por sobrecargar enormemente las tareas de las mujeres, debido a que no contemplan -o no logran- una distribución democrática del trabajo doméstico. Otra dificultad es que se ofrece a las mujeres emprendimientos que puedan combinar con sus tareas domésticas y las propias de las estrategias de sobrevivencia, con lo cual, ellas terminan con empresas minúsculas, de consumo familiar y ninguna rentabilidad. ¿Se puede culpar a las mujeres pobres de su poco interés por participar en iniciativas que las mantienen con funcionamiento del tamaño de una caja chica, sin poder dejar de cumplir las labores de género a las que las condena la sociedad?
Aunque Argentina y Chile tengan Presidentas de la República, haya una candidata con posibilidades de éxito en Brasil y se encuentren en ejercicio varias ministras de defensa y relaciones exteriores (áreas tradicionalmente asumidas por hombres) en la región, la participación política de las mujeres tuvo en la última década mejores momentos que el actual, ya que en la mayoría de los países sudamericanos el número de mujeres en cargos de decisión por voto disminuyó en los ámbitos municipal, regional/departamental y nacional con cada nuevo período gubernamental. Las leyes de cuota adoptadas por varios países no lograron subir significativamente las vallas y tampoco detener su caída. Parece que, también en este campo, se trata de un efecto de sobrecarga de trabajo y de costos personales. Efectivamente, para desempeñar un cargo electivo las mujeres tienen que combinar con malabarismo sus responsabilidades como autoridades con las domésticas, llegando a cumplir hasta más de 16 horas diarias de trabajo en tres jornadas sucesivas. A esto se suma la tensión permanente para lidiar con las estructuras patriarcales de los partidos y sus líderes y, además, al peso de las prácticas culturales de vigilancia, maledicencia y disciplinamiento del mundo público. Un caso expresivo de esas prácticas se puede ver en los escaños municipales en Bolivia, donde por exigencia de la Ley los partidos, agrupaciones ciudadanas y pueblos indígenas deben presentar listas con “paridad y alternancia” de sexos... y generalmente lo hacen, aunque una vez conseguidos los puestos hostigan a las elegidas que asuman los suplentes. ¿Qué está ocurriendo? ¿Las mujeres perdieron también el interés por la política?
Mientras el descenso de la participación económica y política de las mujeres sigue, las voces de expertos/as en desarrollo rural, líderes de la política, activistas del enfoque de género e integrantes de la cooperación internacional también han descendido en tono y frecuencia. ¿Será que también ellas y ellos perdieron el interés?
La Paz, 31 de julio de 2009
* Carmen Beatriz Ruiz es licenciada en Comunicación Social y Magíster en Antropología, integrante del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPRDS) en Bolivia y del Just Governance Group (Canadá).
Agro y campesinado en Chile
* Miguel Bahamondes y Héctor Herrera
El análisis de la experiencia chilena debe dar cuenta objetiva de sus resultados y, sobre todo, de las formas y estructuras que están detrás. La presentación de una larga lista de cifras para que éstas hablen por si mismas es un intento velado de eludir los costos y consecuencias del proceso y del futuro que es posible prefigurar. Infante y Sunkel entregan una interesante radiografía del “desarrollo” del país en las últimas décadas en la revista de la CEPAL (abril, 2009), sosteniendo que “… en los últimos veinte años, Chile ha tenido un sólido crecimiento económico que se ha manifestado en una duplicación del ingreso per cápita y una notable reducción de la pobreza absoluta. Sin embargo, persiste una inaceptable desigualdad de ingresos y de los niveles y calidad de vida, al tiempo que aumenta la percepción de exclusión social” Y concluyen, “… probablemente estos resultados persistirán en el futuro, a menos que se reflexione sobre las características del tipo de crecimiento económico vigente y se adopte una estrategia de desarrollo renovada de largo plazo conducente a un desarrollo inclusivo con equidad creciente”.
El país experimentó cambios notables en cuanto a las cifras sociales y económicas, junto a un crecimiento económico sostenido, traducido en aumento del ingreso Per cápita, políticas sociales que redujeron la pobreza y mejoraron infraestructura y servicios públicos y su cobertura. Pero la otra cara muestra un escenario muy poco alentador. Los mismos autores diagnostican el escenario señalando que su característica central es de déficit social: “La tasa de desocupación ha seguido siendo elevada (8%)2, al igual que la informalidad de los ocupados (38%).
En el período 1990-2006 aumentó la precariedad laboral, los trabajadores asalariados sin contrato se incrementaron del 14,3% al 17,3% del total, los que no cotizan en la seguridad social se mantuvieron en torno al 33%, creció la importancia de los contratos de corto plazo y la rotación de los puestos de trabajo continuó siendo elevada”. Es importante destacar esto puesto que se trata de un periodo en el cual se supone que el país ha regresado a un régimen democrático y por tanto se espera que los derechos de los trabajadores serán preservados.
Lo anterior ha tenido importantes repercusiones negativas en la participación de los trabajadores en el producto nacional y las consecuencias que ello lleva aparejada en cuanto a la distribución del ingreso; “ … el aumento anual de los salarios reales (2,9%) fue inferior al producto interno bruto por ocupado (3,3%), con ello se hizo muy poco para modificar la profunda disparidad que existe en la distribución personal del ingreso –una de las más desiguales a nivel mundial-; las cifras al respecto son reveladoras: el quintil más rico de la población tiene un ingreso Per cápita 13 veces superior al ingreso del quintil más pobre de la población.
¿Como entender el alto crecimiento, por un lado, y la desigualdad en la distribución del producto, por otra? Según estos autores, buena parte se explica por la heterogeneidad estructural de la economía chilena; existe una alta diferencia en los niveles de productividad entre los distintos sectores y estratos de la producción, relaciones intersectoriales, generación de valor agregado y distribución primaria del ingreso, y en la incidencia de cada estrato productivo dentro de la dinámica de la estructura económica. Viendo cómo se expresa lo anterior en cifras del sector silvoagropecuario, a nivel de productividad, la de la agricultura es 15 veces inferior a la de la minería; e igualmente se observan diferencias marcadas como que la producción desarrollada en el sector capitalista de la actividad asociada a establecimientos grandes es siete veces superior a la que se presenta en las unidades campesinas. En cuanto a empleo, las unidades que emplean o retienen a un mayor número de trabajadores son las de menor tamaño y muestran precisamente la menor productividad como es el caso de la agricultura.
Esas cifras deben ser vistas a la luz de las orientaciones estratégicas definidas desde el aparato gubernamental: continuando con la política de inserción en los mercados internacionales, que se traduce en una producción estructurada y orientada hacia la exportación, según el Ministerio de Agricultura se ha definido que las acciones a realizar deben apuntar a “convertir a Chile en una Potencia Alimentaria y Forestal, cuya fortaleza está en las grandes ventajas comparativas y la calidad del capital humano de nuestro país en materia agropecuaria”.
Sin embargo, un estudio elaborado por Echenique y Romero (FAO, 2008), a partir de una comparación de los dos últimos censos agropecuarios realizados en el país (1996/97 y 2006-07) permite configurar un escenario en el que destacan aspectos como: a) Se ha producido un incremento significativo en la superficie destinada a frutales y vides viníferas de cepas finas que ha llevado a ampliar el espacio donde se realizan. Esta es una producción que se orienta mayoritariamente hacia el mercado internacional. b) Se continúa con una actividad forestal que en su expansión ocupa tierras hacia el sur del país, pero el ritmo de las plantaciones es inferior al observado en las décadas previas y además esto ha ido acompañado de la instalación de un complejo industrial de procesamiento y transformación que no pocas veces se ha traducido en fuertes conflictos medioambientales. c) El incremento en la productividad de los cultivos anuales ha ido acompañada de una disminución en su superficie y reemplazo por cultivos más intensivos y rentables; similar fenómeno se observa en la ganadería bovina de carne y leche. d) Las innovaciones tecnológicas son significativas y encuentran una manifestación clara en el empleo de sistemas de micro riego. e) Pero hay una situación que muestra claramente el carácter heterogéneo de la estructura económica productiva del país al que ya aludíamos antes. Como dice Echenique, “los cambios positivos en cuanto a inversiones en cultivos intensivos y rentables, e innovaciones tecnológicas, muestran una muy clara tendencia a concentrarse en las empresas grandes de más de 60 HRB, incluso con la exclusión o pequeña integración de las empresas medianas de 12 a 60 HRB a estas transformaciones.
Según estos investigadores: “A pesar de los esfuerzos de los programas públicos los agricultores campesinos de 2 – 12 HRB, han perdido participación en el control de tierras, en el riego, en la producción silvoagropecuarias nacional; y muestran pequeños progresos en cuanto a inversiones en plantaciones, riego o innovaciones tecnológicas de otra índole; e igualmente su presencia en los mercados de exportación, así como en las ventas a agroindustrias y en la agricultura de contrato, es minoritaria. “Las mini explotaciones han tenido algunos cambios positivos (…) pero la incidencia de sus explotaciones agropecuarias en los ingresos totales del hogar es muy baja, situación no muy diferente a la que exhibe la agricultura campesina; lo que conduce a un bajo empleo de la fuerza de trabajo familiar en la producción propia y tiende a confirmar la tendencia a la multiactividad de la agricultura campesina.”
Como tendencia general en el agro nacional se ha configurado un escenario laboral marcado por un reducido número de trabajadores permanentes y una gran masa de trabajadores temporales de procedencia múltiple: de unidades campesinas semi proletarizadas y asalariados asentados en el sector rural (villorrios) y en centro urbanos de dimensiones diversas, lo que genera una gran movilidad en esta fuerza de trabajo. Como se sostiene en el estudio citado, las unidades campesinas junto a profundos cambios demográficos en su constitución (caracterizados por un envejecimiento de la población en general y de los jefes de explotación en particular), ha estado acompañado en una participación creciente de las mujeres como jefas de explotación (en torno al 30%) y la creciente incorporación de alguno de sus integrantes al trabajo asalariado –que no necesariamente se realiza en el ámbito de la producción silvoagropecuarias- como una de las actividades complementarias que permiten generar el ingreso total de la unidad. El mercado laboral cambia significativamente en algunas regiones con la incorporación de la mujer.
Junto a los problemas estructurales en la base de esta situación están las dificultades para modificar los patrones de comercialización en los cuales se desenvuelven estas producciones, y que en algunos casos se hacen extensivos a los productores medianos particularmente aquellos que abastecen de productos verdes frescos a las cadenas de supermercados.
Todo lo anterior se ha traducido en un porcentaje de pobreza que alcanza al 12,3% de los residentes en el sector rural. Si bien los indicadores de pobreza e indigencia efectivamente han disminuido muy fuertemente desde el término de la dictadura (1990), esto no condice con la mantención de una marcada distribución desigual de ingresos y de la apropiación del excedente socialmente generado por el crecimiento económico en el medio rural.
Esta situación determina la existencia de una pobreza “crónica” y una “transitoria”, en las que los grupos enfrentan condiciones de mayor dependencia para salir de esa situación y tienden más bien a quedar en forma “flotante” al límite de la línea divisoria de pobreza, con una dependencia continua en base a la inyección desde el sector público, de subsidios para completar su ingreso monetario total. En el área rural, los factores de los hogares tales como: vulnerabilidad social, herencia de condiciones y carencia, de género, envejecimiento de la fuerza de trabajo en las explotaciones, origen étnico, y el alto costo en el acceso a servicios y las prestaciones, no están siendo abordados de forma consistente por las políticas sociales. De esta forma, los efectos de las políticas públicas de fomento productivo y social en el sector rural y agrario, y muy particularmente en relación a los sectores campesinos, asalariados e indígenas, reflejan resultados exiguos en su fortalecimiento/transformación como actor económico, en la satisfacción efectiva de sus necesidades y derechos básicos, y más bien han reforzado desde 1990 a la fecha un patrón de desarrollo con exclusión social.
Asociatividad y participación rural: Entre la subordinación y el clientelismo
La situación actual de las organizaciones rurales, refleja en lo medular una marcada subordinación para desarrollar su vida interna, así como para elaborar y levantar sus propuestas gremiales como sector social, ante el Estado o el sector empresarial en el medio rural, y para enfrentar las condiciones y efectos adversos del modelo neoliberal de desarrollo dominante. Un indicador significativo en esta perspectiva, es la baja afiliación y participación actualmente existente en las organizaciones que tradicionalmente se ha dado el sector campesino y de asalariados para representar sus intereses y demandas frente a la sociedad mayor (cooperativas, sindicatos, asociaciones gremiales).
El contexto presente para las organizaciones rurales está fuertemente condicionado en su dinámica y perspectivas de desarrollo por las definiciones estratégicas y recursos que acompañan estas definiciones, y que emanan de organismos. Las definiciones de la política pública vigente (e implementadas en el marco de la estrategia de “modernización de la agricultura familiar campesina”, al reconocer en el mercado el criterio ordenador por excelencia de la pequeña producción han puesto el énfasis en la solución técnico productiva para la problemática campesina e indígena, la que por lo mismo ha sido reducida a una sola dimensión. En este plano la concepción de participación en procesos de intervención y las formas de asociatividad promovidas desde el Estado en el medio rural, han implicado entre otros aspectos significativos, como la atomización y disolución de las organizaciones históricas de representación política y gremial, acentuándose el reemplazo de grandes conglomerados de representación (regionales y nacionales), por el predominio de formas de asociatividad económica de pequeña escala, que en la práctica operan desconectadas unas de otras en los territorios, con ciclos muy cortos de vida en virtud de su alta dependencia de los subsidios estatales para mantener su funcionamiento.
La segregación de los productores y asalariados rurales más pobres de estas formas de organización económica, plantea a su vez un problema que adquiere particular relevancia en el plano de la relación de la organización con sus asociados: en la medida que la organización por exigencias de contexto y debilidad interna debe buscar recursos mediante el involucramiento en actividades productivas y de comercialización lo hace también orientando su atención hacia aquellos de sus asociados que presentan las mejores condiciones en ese sentido. En otras palabras la organización trata de aminorar al máximo los riesgos focalizando sobre productores “viables”. La segmentación al interior de las organizaciones sin duda es un poderoso mecanismo de erosión del potencial de desarrollo y expansión de las organizaciones para poder reivindicar mejoras en las condiciones de vida de sus asociados, en un sentido más estratégico.
El reemplazo de la función social básica (identidad y solidaridad) de la organización por la sola función del estricto beneficio económico, disminuye el valor ideológico y social de la figura de la organización y la asociatividad como instrumento de construcción de identidad local común, de crecimiento personal y social, de aprendizaje colectivo para la participación, y como referente para la activación y representación de otros intereses territoriales (identidad comunitaria, mejoramiento condiciones generales de vida en localidades o comunas rurales, articulación con otros actores locales) que están presentes en las áreas en que se asientan las organizaciones. Hoy en día, en muchos casos lo que se denomina organización, no pasa de ser un grupo de individuos que se han debido estructurar en torno a una figura legal para ser objeto de beneficios. La no disponibilidad de recursos financieros propios para su funcionamiento, descapitalización y alto endeudamiento con la banca financiera e instituciones públicas de la mayoría de las organizaciones de distinto tamaño, y en definitiva la dependencia unidireccional de recursos provenientes casi exclusivamente del Estado, hacen que el factor de acceso a recursos financieros opere directa y muy fuertemente en la “definición externa” de la demanda posible de las organizaciones, lo que refuerza un comportamiento clientelar frente a la institucionalidad gubernamental.
Para las organizaciones es importante reposicionar en su estrategia, la dimensión política de su acción, para abrir crítica y propositivamente la “agenda pública”, el Estado y otros actores privados, ampliando el modelo de relaciones actualmente existente hacia uno que otorgue protagonismo efectivo a las organizaciones sociales en el debate y (re)diseño de los objetivos y estrategias para un desarrollo efectivamente incluyente y sustentable en el medio rural. En suma, el gran esfuerzo apunta hacia la activación de incidencia política de las organizaciones, y que como en todo ejercicio de poder, exige conjugar variables de identidad gremial, liderazgos colectivos, capacidad propositiva, interlocución, alianzas y negociación, tanto ante la opinión pública, como las instituciones gubernamentales, no gubernamentales, y empresariales.
Desafíos abiertos para el desarrollo del sector rural en Chile
Los desafíos prioritarios para reorientar los procesos de desarrollo en el sector rural y revertir las tendencias actuales deberían apuntar a la definición de una política de desarrollo rural concreta que supere la orientación eminentemente productivista que predomina en la actualidad. Si hay algo que se debe superar es precisamente el carácter marcadamente heterogéneo del sector (productivo, económico, social) que se traduce en fuertes diferencias productivas y condiciones de vida que se ha visto “favorecido” por la orientación dominante.
Otros retos son la definición de una estrategia específica para los sectores campesinos (mestizos e indígenas) y asalariados rurales dentro de una estrategia de desarrollo rural general, que permita su inserción favorable en los circuitos de producción y comercialización y la definición de una estrategia para que los actores rurales, en particular medianos productores, campesinos y asalariados rurales, puedan constituir y/o fortalecer instancias de representación (organizaciones) efectivas como un factor central para avanzar en la modificación de las condiciones de vida de la población del sector rural, y darle continuidad a los logros alcanzados en el proceso.
Así mismo se debe definir una estrategia de desarrollo para el sector rural que incorpore la variable ambiental como un eje efectivo de la misma; estrategia que se debe inscribir en la idea más amplia de sostenibilidad; y una estrategia de formación continua de recursos humanos (técnicos y profesionales) que tengan como propósito la investigación amplia sobre el sector rural en cuanto a su estructura y dinámica (innovación y adecuación tecnológica, tipología de productores; características de los mercados silvoagropecuarios, laborales; organización del territorio; movimientos sociales; etc.)
Finalmente, e n el marco de un esfuerzo dirigido a potenciar las capacidades endógenas de desarrollo organizacional y el liderazgo para la acción y representación integral, resulta fundamental la generación de espacios de capacitación que pongan un énfasis en un proceso formativo sistemático de cuadros, dirigentes y base, que no sólo apunte al traspaso y desarrollo de habilidades y destrezas instrumentales para la gestión técnico-productiva de la organización, sino que instale capacidades de reflexión, análisis, y sistematización del entorno local-global en que estas se insertan, para proyectar organizaciones más sólidas y autónomas.
_______
* Ambos son directivos del Grupo de Investigaciones Agrarias (GIA), Chile.
Un documento más extenso de los mismos autores puede verse en nuestra sección Biblioteca bajo el mismo título.
Debate y acciones sobre desarrollo rural en Ecuador
Stalin Herrera *
Instituciones |
Temas |
- Centros vinculados con las universidades: FLACSO, UASB, SIPAE, ESPOL. - Otras instituciones: SNV, AVSF, RURALTER, Red Cántaro, CAAP, IEE, RIMISP, CAMAREN, CESA, IEDECA. - Estudios de Heifer y el FEPP. |
- Enfoques sociológicos en políticas estatales. - Enfoques de agricultura comparada de micro regiones. - Enfoques de economía política de los procesos agrarios y el papel de las organizaciones sociales. - Enfoques sobre ecosistemas. - Enfoques de economía agrícola, mercados instituciones. - Enfoques neo-estructuralistas que enfocan el desarrollo territorial y los actores. - Transformaciones en la estructura de propiedad de la tierra - Mujeres en el medio rural. - Empresas y los trabajadores agropecuarios. - Transformación de lo rural. - Comercio y sector agropecuario. |
El cuadro muestra una síntesis de los espacios y núcleos de producción de pensamiento y de los enfoques teóricos presentes en las investigaciones agrarias de las últimas décadas en Ecuador, basada en un trabajo reciente del ruralista Manuel Chiriboga. Seguramente muchos pueden disentir con la taxonomía, sin embargo, el artículo de Chiriboga muestra varios problemas recurrentes: la falta de un paradigma y/o de estudios suficientes que nos permitan una compresión global del mundo rural de hoy; y el núcleo reducido de instituciones dedicadas al tema en Ecuador.
Ya hace diez años el ruralista Luciano Martínez decía que la falta de estudios y de paradigmas proviene de: la pérdida de importancia de la investigación en los organismos vinculados al desarrollo rural, agotamiento de algunas temáticas de investigación, falta de incentivos para la investigación agraria en las universidades, centros e institutos de investigación y auge de las modas temáticas impuestas por los financistas (2000: 10). Chiriboga actualiza ese diagnóstico planteando que además es necesario reconocer el vínculo con las políticas de ajuste estructural en el sector agropecuario, y la pérdida de relevancia de los programas y proyectos de desarrollo rural integral (2009). Un balance provisorio concluye que los problemas de la investigación rural no han variado sustancialmente, y que la realidad rural actual constituye un campo de tensiones entre actores profundamente desiguales.
Actores
Durante el período de Industrialización por Sustitución de Importaciones, entre las décadas de 1960 y principios de 1980, el campo constituía un eje central para el desarrollo económico y social de país. El Estado desplegó un conjunto de acciones para incorporar el campo al desarrollo económico (moderno) del país. Bajo el paradigma de la “revolución verde” intentó “democratizar” los activos productivos a través de la reforma agraria, buscó mejorar las habilidades de la fuerza de trabajo mediante la educación formal y la capacitación técnica, incentivó el desarrollo tecnológico con el crédito y la producción de semillas, amplió redes de comercialización mediante centros de acopio y ferias libres, y puso a disposición de los agricultores capital de inversión a través del Banco Nacional Fomento. No es gratuito que durante este período el Ecuador se convirtiera en un “verdadero laboratorio para la investigación social, especialmente agraria” (Martínez 2000) y que los imaginarios de bienestar y de libertad de la población rural estén anclados a este periodo (Copoccar 2004. 2004, Plan de desarrollo local de la cuenca del río Mira. Fundación María Luisa Gómez de la Torre).
El Estado constituyó un actor fundamental en la promoción del desarrollo de las organizaciones indígenas y campesinas como sus interlocutores (Alicia Ibarra 19871992. Los indígenas y el estado en el Ecuador .ABYA YALA y Bebbinton 1992), así como los ruralistas e investigadores pensando el proceso de transformaciones en el campo.
A partir de la década de 1980, las instituciones estatales de asistencia al campesino fueron privatizadas, se redujeron sus funciones o desaparecieron. En los años 1990, como ejemplo de la estrategia de retirada del Estado como actor primordial en la economía, el BNF redujo sus operaciones en un 71% ‑de un monto total de 160,3 millones, en 1990 se pasó a 30,1 millones de dólares en el 2000 (Ospina y Guerrero, 2003:58. El poder de la comunidad; Ajuste estructural y movimiento indígena en los Andes ecuatorianos (Buenos Aires: CLACSO). Sin duda, el retiro estatal perjudicó más a los medianos y pequeños campesinos, que en la década de los 70s y 80s, de alguna manera y gracias a las políticas públicas de fomento agropecuario, no se empobrecieron más sino que las transformaciones en el agro -reprimarización de la agricultura y los cambios institucionales y legales (Ospina y Guerrero 2003: cap III)-, modificaron las perspectivas de desarrollo en el campo:
Sin embargo, el modelo neoliberal puso como eje del desarrollo a la agro-exportación, socavando las posibilidades de reproducción de las familias campesinas y de los pequeños agricultores orientados al mercado interno. La extrema desprotección puso a competir a campesinos frente a las agroempresas, que no sólo se apropiaron de medios de producción básicos para garantizar una alta productividad, sino que avanzaron en el control local y nacional de las cadenas de distribución de los productos en el mercado al detalle (Zamora 2005:135-149. “La rápida expansión de los supermercados en el Ecuador y sus efectos en las cadenas agropecuarias”, Revista Ecuador Debate, No 64, Ed. CAAP). “Mientras que en 1980 dicha participación [agropecuaria en el PIB] era del 10,48%, ya para el año de 1990 había ascendido al 16,45%; y en el 2003 llego al 19,43%. Así mismo, el crecimiento del PIB agropecuario fue mayor que el de la economía” (Rubio 2008:26). Pese a estos datos, las agroempresas y agronegocios son los menos estudiados en el país y conocemos poco sobre su impacto real en las economías campesinas y en las dinámicas que hoy organizan las relaciones sociales laborales en el campo.
Contradictoriamente, fue un periodo de alta movilización social y tensión política. Por un lado, las acciones de protesta contra el neoliberalismo fueron encabezadas por las organizaciones indígenas y campesinas que en determinados momentos lograron presentarse incluso como alternativa de gobierno. Por otro, el Estado mantuvo su ideario neoliberal para el campo pensando en la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) y desplegó o facilitó políticas de focalización, contención y atención rural mediante instituciones privadas o entidades de cooperación “mixta”. El peso de las organizaciones indígenas y la emergencia de su proyecto provocó un desplazamiento de los estudios rurales hacia una tendencia calificada como neoindigenismo, que incorporó en la agenda de los estudios rurales las dimensiones culturales, evidenciando las fracturas étnicas y regionales de un Estado Nación de carácter colonial cuestionado. Las propuestas políticas y la presión indígena sobre la institucionalidad estatal nacional y en especial local, abrieron un campo de nuevas propuestas y paradigmas rurales de estudio y de aplicación que fueron desde las pedagogías de educación para las escuelas y nacionalidades hasta la gestión de programas de Estado de carácter nacional. Es un periodo en el que las acciones rurales se definieron en la tensión entre la apuesta del Estado por los agros negocios y la presión de las organizaciones indígenas campesinas por la multiplicidad de paradigmas para el campo.
Desafíos
Este contexto renovado actualizó la disputa de sentidos sobre el tipo de desarrollo para el campo. Aunque las relaciones de fuerza raras veces fueron favorables -como en el caso de la Ley de Desarrollo Agropecuario de 1994-, ciertos espacios ruralistas y el propio movimiento lograron mantener una alianza débil y contener el avance del neoliberalismo. El mejor ejemplo de estos resultados fue detener la firma del TLC con los Estados Unidos de América en 2006. La presencia indígena y campesina logró plantear un proyecto propio para el campo, que se expresó en documentos como la Minga Campesina de 1996, el proyecto de Constitución de la CONAIE en 1997, Agenda Agraria de 2004, Ley de Aguas y de Soberanía Alimentaria -recientemente actualizadas y presentadas a la Asamblea Nacional de 2008 por la Ecuarunari y las propuestas del Foro de Recursos Hídricos. Incluso se propuso el Estado Plurinacional, que desde 1990 apuesta por las economías campesinas y la vida comunitaria. Aunque la presencia indígena ha desplazado “viejos” temas de los estudios rurales y en especial aquellos relacionados con los problemas estructurales del agro, no podemos negar que su aporte ha enriquecido el debate ruralista.
El gobierno de Rafael Correa ha modificado el terreno de discusión. Si antes la resistencia y movilización contra el neoliberalismo permitió cierta articulación entre los actores, la propuesta de reforma estatal y política obliga a pensar cómo disputar la orientación del proyecto sobre el agro al actual gobierno. El resultado más importante de la “articulación débil” entre estudios ruralistas y movimientos rurales es la Constitución de 2008. Aunque en rigor no describe el desarrollo rural actual, a pesar de la oposición e incomprensión del mismo Correa y su gabinete, y con muchas contradicciones y desencuentros entre las distintas organizaciones campesinas e indígenas recoge grandes temas del ese proyecto, como soberanía alimentaria y economías campesinas, derechos de la naturaleza, el agua como un derecho humano, reconocimiento de la plurinacionalidad e interculturalidad y el buen vivir. La mayoría proponen sentidos que deben traducirse ahora en acciones y nuevas leyes. Sin embargo, las acciones ruralistas del gobierno han priorizado hasta el momento la alianza con las agro-empresas en las compras públicas y la extracción de recursos naturales como eje de acumulación, mantienen el esquema de la revolución verde y las nuevas leyes aprobadas abren brechas que la Constitución parecía haber cerrado para el ingreso de transgénicos, el impulso a los bio-combustibles y la privatización del agua.
La desesperada realidad del campo parece desaparecer en las propuestas del gobierno, y El panorama para las poblaciones rurales pobres no es nada prometedor, a pesar de su peso en la producción de alimentos y en la soberanía alimentaria. Indicadores sobre la tenencia de la tierra del censo agropecuario del 2001 muestran que persiste la dualidad minifundio-latifundio, al tiempo que las unidades productivas de punta -grandes beneficiarias de las políticas de ajuste-, apenas representan el 4,5% de las explotaciones, y las unidades de subsistencia -las grandes perdedoras-, constituyen más del 52,7% (CEPAL, . 2005).
Recientes estudios publicados por el SIPAE (¿Reforma Agraria en el Ecuador?: viejos temas, nuevos argumentos / Frank Brassel, Stalin Herrera, Michel Laforge eds y Hacia una agenda para las economías campesinas en el Ecuador) muestran que la exclusión campesina se vuelve violenta y se asienta geopolíticamente sobre recursos productivos estratégicos y se está produciendo una mayor concentración de los recursos hídricos en manos de las empresas agrícolas. Las familias campesinas se sostienen en el trabajo extra-parcelario o como mano de obra barata sin legislación que proteja su inserción laboral y en condiciones nocivas para su salud. Se añaden la migración temporal y la definitiva, que producen una sobrecarga del trabajo productivo y reproductivo de las mujeres, agravado por una estructura asimétrica en el control de recursos productivos como la tierra. El resultado es un acelerado proceso de descampesinización y descomunalización de la vida rural; “el mundo rural en estos 25 años perdió su autonomía. Autonomía como espacio social, ámbito productivo, ethos cultural, en fin, lo que se denomina comúnmente “sociedad rural”” (Bengoa José. 25 años de estudios rurales, En Sociologías Nº 10.2003, Porto Alegre UFRG).
Así, en un marco de reformas propuestas por el gobierno de Correa que, sin dejar la apuesta por los agro negocios y una perspectiva productivista de la revolución verde, tiene el control de los programas de Estado para el campo; los estudios rurales y los esfuerzos de las organizaciones indígenas campesinas parecen concentrar la acción en la Constitución del 2008 y en la disputa de los contenidos en las leyes. Los resultados aún están por verse, pero el tiempo exige recuperar la alianza entre ruralistas y las organizaciones en la perspectiva de fortalecer el actor más importante en el campo, el movimiento indígena campesino.
Quito, 30 de junio de 2009
* Stalin Herrera es sociólogo, investigador social del Instituto de Estudios Ecuatorianos. Trabajó con organizaciones campesinas y colabora con SIPAE. Temas de investigación: Movimiento Indígena, Reforma Agraria, Desarrollo Rural, Subjetividad Política, Políticas Públicas y Género.
Soberanía Alimentaria en el Ecuador
*Francisco Hidalgo Flor
En el Ecuador el concepto de soberanía alimentaria se ha consolidado como perspectiva para abordar los problemas del campo y el desarrollo rural. En la Constitución del 2008 se establece un importante aporte en el tratamiento de la soberanía alimentaria, al colocarla como uno de los ejes de la estrategia social y económica. El tema es abordado en dos segmentos, aquel referido a los derechos y el buen vivir – sumak kawsay (título II); y el referido al régimen de desarrollo y la economía social y solidaria (título IV), también se menciona en los artículos de: energía, ordenamiento territorial, usos y derechos del suelo.
Soberanía Alimentaria como Derecho de El Buen Vivir
En el titulo segundo, la soberanía alimentaria es definida de la siguiente manera: “Las personas y colectividades tienen derecho al acceso seguro y permanente a alimentos sanos, suficientes y nutritivos; preferentemente producidos a nivel local y en correspondencia con sus diversas identidades y tradiciones culturales” (art. 13). La soberanía alimentaria tiene una articulación fuerte con el derecho a la alimentación, y el Estado está obligado a garantizar a todos y todas el acceso a alimentos “sanos, suficientes y nutritivos”; esto implica una reorganización de los roles del Estado, en su involucramiento en la economía, organización gubernamental, relaciones campo y ciudad y, fundamentalmente hacia aquellos sectores sociales donde se presentan los problemas agudos de malnutrición, desnutrición y hambre.
Ese capítulo conecta el derecho a la alimentación y soberanía alimentaria con los derechos del buen vivir, siendo uno de los pilares en la concepción de bienestar con dignidad, equidad y armonía entre los seres humanos y la naturaleza. Expresa una preferencia hacia la producción de alimentos a nivel local y en correspondencia con sus diversas identidades y tradiciones culturales.
Soberanía Alimentaria en el Nuevo Régimen de Desarrollo
En el título cuarto de la nueva Constitución ecuatoriana, la soberanía alimentaria está articulada a los objetivos del nuevo régimen de desarrollo (art. 276), por ello debe ser entendida como un engranaje en éste, que en su dinámica se propone generar un sistema económico justo y democrático, mejor calidad de vida y fomentar la participación y control social. Así, el artículo 281 establece con claridad: “La soberanía alimentaria constituye un objetivo estratégico y una obligación del Estado para garantizar que las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades alcancen la autosuficiencia de alimentos sanos y culturalmente apropiados de forma permanente”.
Soberanía Alimentaria en la Nueva Constitución del Ecuador
Para que ese diseño sea posible, según la propia Constitución, es responsabilidad del Estado adoptar políticas y normas para: i) Impulsar la producción y transformación agroalimentaria y pesquera de las pequeñas y medianas unidades de producción, comunitarias y de la economía social y solidaria; ii) Adoptar políticas fiscales, tributarias y arancelarias que protejan al sector agroalimentario y pesquero nacional, para evitar la dependencia de importaciones de alimentos; fortalecer la diversificación y la introducción de tecnologías ecológicas y orgánicas en la producción agropecuaria; iii) Promover políticas redistributivas que permitan el acceso del campesinado a la tierra, al agua y otros recursos productivos; iv) Promover la preservación y recuperación de la agro - biodiversidad y de los saberes ancestrales vinculadas a ellas; así como el uso, la conservación e intercambio libre de semillas; v) Fortalecer el desarrollo de organizaciones y redes de productores y de consumidores, así como las de comercialización y distribución de alimentos que promueva la equidad entre espacios rurales y urbanos (art. 281).
La Constitución incorpora en el capítulo de la Soberanía Alimentaria el artículo 282, que trata del acceso a los recursos productivos, estableciendo: “El Estado normará el uso y acceso a la tierra que cumplirá la función social y ambiental… se prohíbe el latifundio y la concentración de la tierra… el Estado regulará el acceso al agua”
Soberanía Alimentaria y Responsabilidades del Estado
Nuevas Normas sobre Soberanía Alimentaria
El mes de mayo del 2009 se aprobó oficialmente la “Ley Orgánica del Régimen de la Soberanía Alimentaria”, que reafirma su importancia en la reorganización de la economía y la agricultura; aporta a los preceptos constitucionales la definición de una institucionalidad propia, como la Conferencia Nacional de la Soberanía Alimentaria; y establece un mandato de 18 meses para el debate de las denominadas leyes secundarias de la soberanía alimentaria, que son: Ley de tierras y territorios, Ley de comunas, Ley de desarrollo agrario, Ley sobre la agroindustria y empleo rural y Ley de agro- biodiversidad y semillas.
Quito, Ecuador, 15 de junio de 2009
*Sociólogo, director ejecutivo del Sistema de Investigación sobre la Problemática Agraria del Ecuador – SIPAE, profesor en la Universidad Central del Ecuador.
Agenda 2009 del desarrollo rural en Bolivia
*Oscar Bazoberry Chali
El año 2009 se inició para Bolivia con el estreno de Constitución Política del Estado, habiendo sido ésta votada el 25 de enero y promulgada el nueve de febrero. La nueva Constitución incorpora un título denominado Desarrollo Rural Integral Sustentable.
La constitucionalización del desarrollo rural se plantea desde el eje central de fomento de emprendimientos económicos comunitarios y de otros actores rurales, con énfasis en la seguridad y en la soberanía alimentaria. El texto hace una declaración de economía plural “constituida por las formas de organización económica comunitaria, estatal, privada y social cooperativa”, con una opción particular por las “comunidades indígenas originarias campesinas y los pequeños productores agropecuarios, (y por) la economía familiar y comunitaria” (CPE Título III. Artículos 405 al 409).
La perspectiva del desarrollo rural en Bolivia se encuentra directamente relacionada a la distribución de recursos naturales y por tanto a las actividades agropecuarias y forestales. La incidencia de la actividad económica del campo es importante incluso para el sostenimiento de las ciudades más dinámicas del país en los últimos años.
La normativa vigente sobre tierras refuerza esta visión al determinar que, a partir de la promulgación de la Constitución, las tierras fiscales podrán distribuirse solamente bajo la modalidad de tierras comunitarias. La consolidación de recursos, principalmente tierra y bosque, en propiedad y administración de las comunidades campesinas e indígenas podría constituirse en la oportunidad de establecer acciones que generen un desarrollo adecuado y comparable a otros grupos en el país. Mientras que en el sector privado empresarial, aunque no se ha notado una disminución de su capacidad productiva, se ha detenido en buena medida la acumulación especulativa de tierras, así como la incursión de inversiones extranjeras en tierras y bosques.
Por otra parte, la nueva Constitución establece una participación más activa del Estado en la economía del país. En este marco, la actual gestión gubernamental promueve la participación estatal activa en todas las áreas de la economía, bajo la convicción de disminuir el descontrol de la economía de mercado y la falta de promoción y apoyo a los sectores desfavorecidos por las políticas anteriores.
Previamente, pero en una línea similar, la descentralización municipal del año 1994 promovió una dinámica importante en los campos sociales organizativos, políticos y económicos en todas las regiones del país. Hoy, la incorporación de distintos niveles de autonomía y ampliación de competencias podría generar nuevas oportunidades para las áreas rurales y sus pobladores.
Institucionalidad hoy
Desde el año 2006 existe el Ministerio de Desarrollo Rural. Anteriormente la atención al área se dividía en dos ministerios: el de Desarrollo Agropecuario y de Asuntos Campesinos y Colonización.
Como consecuencia de la adecuación a la nueva Constitución, en febrero pasado el ministerio se denomina Desarrollo Rural y Tierras, con cuatro viceministerios: Desarrollo Rural y Agropecuario, Gestión y Desarrollo Forestal, Tierras y el de la Coca y Desarrollo Integral.
En el ámbito más práctico de la acción, el gobierno de Bolivia ha optado por una participación directa, y en distinta escala, en iniciativas de producción, transformación y comercialización y por la creación de un conjunto de empresas y programas que apoyan iniciativas privadas pequeñas y comunitarias.
En la mayoría de los casos estas empresas y emprendimientos se encuentran en etapa inicial, sin lograr resultados notables, por lo que aún se discute el marco conceptual y el impacto que tendrá en el desarrollo rural la intervención estatal en el desarrollo rural, así como en la economía de las familias campesinas indígenas.
Temas para el debate
En cuanto a las políticas públicas y acciones institucionales si bien la priorización del sector campesino indígena comunitario y familiar avanza en la dotación de tierras, aún no escapa de la limitada visión de economía de subsistencia. Queda mucho camino para superar la distancia entre el discurso del respeto y el fomento de los valores culturales con la reproducción de acciones rutinarias en la práctica del desarrollo de las últimas seis décadas.
Un aspecto sensible es la poca claridad en la distribución de competencias para el desarrollo rural entre los distintos niveles de gobierno y entre éstos y otras instituciones públicas y privadas. A ello se añade la ausencia de iniciativas institucionalizadas, públicas y privadas, para avanzar en la definición conceptual, normativa y prácticas de las modalidades de economía comunitaria prevista en la nueva Constitución Política del Estado. Ayudaría la inclusión del debate y reflexión sobre paradigmas emergentes del desarrollo rural en el sistema educativo superior.
Otros aspectos prácticos que siguen siendo insuficientemente atendidos e irresueltos son: la dotación de mecanismos financieros adecuados a la economía familiar, como sistemas de ahorro, seguros agropecuarios y agroforestales, con perspectiva de diversificación y multiactividad, un adecuado equilibrio entre el protagonismo del Estado y la iniciativa de las organizaciones sociales, comunitarias y privadas y superar la ausencia de información estadística sobre la economía rural, incluyendo aquella que incorpore criterios y valores provenientes de los nuevos paradigmas.
Perspectiva sudamericana
En relación a sus pares en la región andina y Sudamérica, Bolivia se caracteriza por la persistencia de las formas comunitarias de propiedad de la tierra, refrendada en la Constitución y la acción del Estado.
La actual gestión gubernamental, con amplio apoyo de su base de movimientos sociales, ha optado por una política que vincula el desarrollo y el bienestar con visiones concéntricas desde la comunidad, hacia la región y la nación, Estado Plurinacional según la nueva Constitución. Así, la protección y promoción de la producción nacional es el eje de las políticas públicas. Por ello ésta plantea “Garantizar la soberanía y seguridad alimentaria, priorizando la producción y el consumo de alimentos de origen agropecuario producidos en el territorio boliviano”.
En ese marco pueden entenderse varias posiciones y medidas actuales, como el que los mercados internacionales y los proveedores internacionales son vistos con desconfianza, un mal necesario; el bloque del TCP - ALBA, principalmente la sociedad con Venezuela y Cuba, se presenta como un acuerdo de países que supera lo estrictamente comercial y se propone como ejemplo de lo que podría consistir una política internacional. Sin embargo, se observa que el predominio de las afinidades políticas asentadas en las figuras de los presidentes, lleva a perder de vista una articulación propositiva y formal con los países vecinos y la posibilidad de apoyar con más fuerza la integración sudamericana.
Finalmente, es notable la ausencia de prioridades y políticas de integración, como la compatibilización de criterios técnicos y normativos respecto a aspectos fundamentales del desarrollo rural en áreas de conservación de los recursos naturales, control de la contaminación de los ríos, biodiversidad y la introducción de transgénicos.
* Sociólogo y ruralista boliviano. Coordinador del Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS). Docente de la Maestría de Desarrollo Rural Sostenible en el CIDES-UMSA.
Organismos multilaterales en Sudamérica y Desarrollo Rural: Deuda Histórica
*Germán Huanca
El nuevo enfoque de desarrollo territorial parece tratar de esconder la falta de efectividad del trabajo en desarrollo rural. No es la primera vez que esto ocurre, pasó igual en 1990, cuando se inició el debate teórico sobre el Índice de Desarrollo Humano (IDH), un nuevo concepto de medición del desarrollo, que amortigua y esconde las profundas diferencias económicas entre las naciones. Hasta ese año, la medición tradicional se reportaba, a través del análisis comparativo entre países o niveles de consumo de energía per capita del Producto Interno Bruto (PIB). Esta vez ocurre con la venia de los organismos multilaterales que, reunidos en Santiago de Chile entre el 15 y el 18 de abril pasado, en la oficina de la FAO, dieron un empuje al concepto de desarrollo territorial. Ojala que esta acción no sea el inicio de un proceso de transmutación teórica para dejar de lado lo rural o volverlo invisible.
Es probable que los nuevos “hallazgos” teóricos al amparo del nuevo concepto de desarrollo territorial nos digan que lo rural es parte de la cadena de valor integrada a lo urbano y, por ende, hacer desarrollo urbano es, indirectamente, hacer desarrollo rural. También es previsible que concluyan en la necesidad de una nueva institucionalidad para el desarrollo. O que la inversión orientada a las masas consumidoras urbanas también lo está a disminuir la pobreza en el área rural y que las políticas públicas para las urbes están prepararan el camino a una migración planificada. La transmutación teórica de lo rural hacia lo territorial puede seguir escondiendo los sueños de alcanzar el desarrollo rural sostenible por la falta de efectividad en su aplicación, quedando como una deuda histórica de gobiernos, organismos multilaterales y otros agentes involucrados.
Debido a esa inquietud, el presente artículo intenta mostrar el perfil de los organismos multilaterales que trabajan en el desarrollo rural en Sudamérica, sus finalidades, líneas de acción, algunas agendas y su relación con el presupuesto ejecutado en esa área.
Nacimiento de Organismos Multilaterales en Sudamérica
La presencia de organizaciones multilaterales en Sudamérica coincide con la conformación de organismos internacionales de carácter mundial en los años 40. Luego de la conformación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945, los gobiernos de 185 países crearon organismos especializados en diferentes áreas. Resalta en 1945 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), en 1948 la Comisión Económica para America Latina y el Caribe (CEPAL) y en 1997 el Fondo Interamericano de Desarrollo Agrícola (FIDA). En 1948 se crea la Organización de Estados Americanos (OEA) que incorporó en su administración al ya creado Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y más adelante en 1959 conforma el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
En 1969 se conforma la Comunidad Andina de Naciones (CAN), primer organismo subregional sudamericano, a iniciativa de los países andinos; aunque en 1960 ya había surgido el acuerdo de libre comercio entre los países sudamericanos, Cuba y México, que en 1980 se consolida como la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). En 1970 nace la Corporación Andina de Fomento (CAF), el 91 el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y en los últimos años, la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y Alternativas Bolivarianas para America Latina y el Caribe (ALBA). El 2000 se creó el grupo interagencial para el desarrollo rural, en el que participan los multilaterales especializados en el área y las agencias estatales de cooperación de Estados Unidos y Alemania.
Los organismos multilaterales sudamericanos se pueden agrupar por su finalidad en: a) Desarrollo económico y social, b) Integración regional y subregional, c) Agricultura y alimentación, d) Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente y d) Financiamiento multilateral. Ninguno tiene finalidad expresa sobre desarrollo rural a excepción de IICA quien, como ente especializado, cuenta con líneas de acción sobre desarrollo rural sostenible
Mientras los organismos multilaterales sudamericanos enfatizan la integración regional, los de carácter continental y universal se enfocan hacia una mayor apertura comercial e inserción en la economía mundial. En ambos bloques se privilegia la integración comercial.
Las líneas de acción están referidas a principalmente a) Gobierno y reformas al Estado, b) Medio ambiente y desarrollo sostenible, c) Educación y cultura, c) Apoyo al sector privado y e) Desarrollo rural y agricultura. Otras, menos comunes son: Sector social, desarrollo económico, integración regional, sistemas financieros, salud, servicios básicos, transporte, infraestructura y tecnología. Algunas son intensivas en capital y el banco Mundial (BM) juega un rol muy importante como lo muestra el análisis de la ejecución presupuestaria. Por ejemplo el presupuesto del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el que de 7 mil millones de dólares de los créditos otorgados en la gestión 2008, el desarrollo rural representa 6.3%. Argentina recibió 406 millones, Perú 25 y Bolivia 10.
Por la importancia que los organismos multilaterales tienen para los países y por su capacidad de influir con sus agendas en los gobiernos, es menester que compatibilicen las finalidades y líneas de acción con los presupuestos. El desarrollo rural será una realidad cuando la mirada hacia la población rural se haga con los mismos instrumentos de fomento que se actúan con el sector privado más que con acciones contemplativas o de emergencia; y cuando los presupuestos reflejen su verdadera importancia. Las preocupaciones por “mejorar” la conceptualización en el desarrollo no deben camuflar la falta de efectividad de las acciones.
* Germán Huanca es economista, magíster en economía y finanzas. Ha sido parte del equipo del Centro de Investigación para el Campesinado (CIPCA). Actualmente es consultor del Instituto Para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS).
Lo agropolitano: vision desde España
Jaime Izquierdo Vallina*
En la década de los ochenta del siglo XX se hizo patente en Europa el escepticismo sobre la eficacia de los instrumentos para el diseño de las políticas de desarrollo regional, ante la persistencia en la utilización de mecanismos, instrumentos y métodos que en gran medida habían sido sobrepasados por los cambios en las políticas económicas nacionales, como descentralización productiva, apertura económica, procesos de reestructuración y reconversiones industriales. Se generalizaron las críticas sobre los modelos industriales centralizados que no habían percibido como problema la producción de externalidades negativas en forma de contaminación o de ocupación de suelos; y en ese ambiente fueron aflorando alternativas, como la propuesta del desarrollo regional agropolitano de John Friedmann, que forma parte, como formulación temprana, de las nuevas formas de pensar y activar las opciones de desarrollo regional de actores por medio de recursos y capacidades de innovación propios.
¿Qué es lo agropolitano?
La reestructuración industrial hizo que regiones que antaño ocupaban una posición de centralidad destacada y emergieran otras en crecimiento, con capacidades específicas y flexibilidad para competir en el mercado internacional. Especialización flexible y distritos industriales redefinieron el marco de referencia y dieron origen a la segunda generación de políticas regionales de industrialización. En ese marco se impulsa la perspectiva de desarrollo regional agropolitano, todavía pendiente de llevarse a la práctica basado en el reconocimiento de que “la nueva orientación no requiere necesariamente más recursos, sino aumentar la racionalidad (eco) sistémica en el uso de los recursos y programas existentes”.
Lo agropolitano corresponde a un territorio en el que se produce, según A. Baigorri, “la fusión entre lo rural y lo urbano” y donde se percibe nítidamente “el predominio socioeconómico de lo urbano sobre una base física rural”. Sin embargo, la construcción de una región agropolitana necesita ir más allá, buscando en la fusión y complementariedad de lo rural y urbano un nuevo modelo genuino de desarrollo regional, inédito aún en Europa. Asturias, en España, es un ejemplo de ese modelo. Desde sus principales ciudades: Oviedo (220.000 Habitantes), Gijón (275.000), Avilés (83.000), Siero (50.000), Langreo (45.000) y Mieres (44.000), se llega en unos minutos a los pastizales de siega de la periferia, donde invernan vacas; y un poco más allá rondan en primavera los osos.
La propuesta agropolitana ordena los espacios agrarios siguiendo una gradación territorial desde los ámbitos estrictamente urbanos y periurbanos, a los rurales más o menos intensificados y, finalmente, a los del rural campesino llamados, de forma inexacta, espacios naturales y para los que se asigna todavía una “política de protección” a todas luces insuficiente para prevenir y corregir los problemas ecológicos que propicia el abandono campesino y la atonía del desarrollo local. Por el contrario, en lo urbano, la idea de conservación de lo agrario es meramente testimonial, salvo incipientes iniciativas, como la puesta en marcha por el Ayuntamiento de Gijón de los huertos públicos.
No obstante, algunas ciudades innovadoras del mundo más desarrollado (Vancouver, París, Londres, Nueva York, Vitoria,…) están explorando los beneficios y las ventajas de incentivar la agricultura urbana, mientras otras, por razones diametralmente opuestas y derivadas de necesidad de alimentos, también han desarrollado la agricultura urbana, la cual, destinada al consumo de la propia ciudad es un fenómeno emergente en muchas partes del planeta. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que 800 millones de personas la practican en todo el mundo. Según un estudio llevado a cabo por este organismo “las ciudades producen ya la tercera parte de los alimentos consumidos por sus habitantes, fracción que probablemente aumentará en las próximas décadas, pues puede que la agricultura urbana sea actualmente más necesaria que nunca.”
En definitiva, la propuesta de desarrollo regional agropolitano se fundamenta en una superación de los planteamientos clásicos del manejo espacial metropolitano, basados en la concentración de actividad económica, la renuncia expresa a lo agrario como parte activa de la gestión de la periferia urbana y la profusión declarativa de políticas “proteccionistas” y “conservadoras”, insuficientes para preservar al territorio de la quiebra por abandono.
El futuro inmediato
En lo político, lo agropolitano no es sólo una propuesta gubernamental. Al contrario, implica antes que nada una posición activa de la ciudadanía en la resolución de los conflictos y la superación de los problemas. La conservación del patrimonio campesino requiere una movilización activa de los herederos, de los descendientes que ahora viven en las ciudades pero que conservan recuerdos de infancia, casa y tierras en la aldea. En lo cultural y social, es preciso trabajar sobre lo que Edgar Morin denomina “la alternancia ecosistémica”, apetencia cada vez más acusada de ciudadanos urbanos por el contacto temporal con el campo.
Esa alternancia ha sido el principal argumento que explica en Europa la aparición, auge y consolidación del turismo rural y la difusión de algunas propuestas residenciales en las áreas peri urbanas. El contacto con el campo circundante a las ciudades se desarrolla en distintos ciclos ya sean de periodicidad diaria (residencia), semanal (fin de semana) o estacional (vacaciones).
Mientras que la residencia en el campo es todavía “un privilegio de categorías extremadamente acomodadas, o de profesionales que no están constreñidos por un empleo de tipo urbano muy cerrado”, mientras que el gusto por la de de fin de semana y las vacaciones rurales, se han ido extendiendo por los distintos grupos sociales urbanos, llegando incluso ya a los más populares.
Morin plantea que la creciente interrelación de los ecosistemas sociales rural y urbano, motivada por la intensificación de flujos vinculados al ocio y al gusto por una “doble vía urbano-neo-arcaica”, lleva a predecir un futuro en estrecha integración “no como alternativa, sino como alternancia, no como compromiso sino como complementariedad”. En consecuencia, grupos sociales urbanos cada vez más extensos y numerosos encuentran interés por la relajación fuera del ecosistema urbano, y se ganan el pan en este ecosistema. Es satisfacción a su modo de vida en la alternancia de las dos “culturas”, incluso de los “dos cultos: el culto de la vida urbana moderna, de su intensidad y sus libertades, y el culto de la vida urbana rústica.”
En España, la mejora de la renta en la sociedad, de las comunicaciones y de la accesibilidad espacial, como consecuencia del desarrollo de infraestructuras y el incremento del parque automovilístico; y de los cambios en los estilos de vida, han servido para propiciar lo agropolitano que, sin duda, nos sitúa ante una nueva realidad social, espacial y cultural.
----------
* Experto en desarrollo territorial y autor de Asturias, región agropolitana: las relaciones campo-ciudad en la sociedad postindustrial. Editorial KRK. Oviedo – España. 2008. Actualmente es Asesor de la Ministra de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino de España.
Un documento más extenso del mismo autor, relacionado a este tema, puede verse en la sección Biblioteca bajo el título: "La perspectiva agropolitana: la gestión simbionte campo-ciudad en la política regional. Una visión desde España".