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El derecho a la integridad personal y seguridad del territorio desde la mirada de un «hornán» Yanomami

 

 

 

 

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No es secreto que el derecho a la integridad personal de los indígenas de la Amazonía venezolana ha sido vulnerado por parte diferentes actores vinculados con actividades que se desarrollan en las cercanías a la frontera. La minería ilegal, el contrabando de gasolina, alimentos, el narcotráfico, así como la respuesta de los cuerpos de seguridad a estas actividades ilícitas afectan de diferente manera a los pueblos indígenas que habitan la región.

En el caso del estado Amazonas, un estudio realizado entre el 2019 y 2020 por parte de Wataniba muestra como los diferentes pueblos que habitan el estado son afectados de diferentes maneras. 62% de los entrevistados mencionó la presencia de personas no indígenas participando en actividades ilícitas. En este mismo estudio, los entrevistados señalaron que se han presentado un importante número de casos de agresiones a la integridad personal los cuales han sido de violencia verbal, discriminación y maltrato físico.

Aun cuando los pueblos aislados con poco contacto con la cultura occidental, como los Yanomami, son los que menos reconocen la presencia de personas foráneas realizando actividades ilegales en sus territorios, sus líderes han hecho un trabajo importante para proteger sus tierras y la biodiversidad, garantizar la salud y seguridad alimentaria de sus pueblos.

Pablo, el hornán

Para vivir en el corazón de Amazonas hace falta ser un hornán, “hombre valiente” en lengua Yanomami. Vivir allí es sobrevivir; es saberse amenazado por las múltiples fuerzas de la naturaleza, lidiar con las carestías y prever las contingencias para poder esquivarlas u afrontarlas.  Desde hace algún tiempo también sobrevivir allí implica enfrentarse con quienes limitan la movilidad en el territorio y son en sí en una amenaza porque son violentos y desconocen las leyes y costumbres de los pueblos.  Pablo es un hornán de una las treinta y cuatro comunidades yanomami que pertenecen a Tamaridé y de los pocos miembros de su pueblo que circulan entre una y otra y viaja a Puerto Ayacucho con cierta frecuencia para sondear en sus travesías qué pasas en las comunidades, mantenerlas comunicadas, mediar entre la gente de su pueblo, el mundo de los criollos y ahora de los mineros y grupos armados que han ido tomando espacios de sus territorios. Esto que comenzó como una inquietud personal se fue convirtiendo con el tiempo en el trabajo de la organización que lidera, Horonami.

Horonami, tiene más de diez años activa. Surgió de necesidad de cuidar y defender los territorios en medio de las dificultades que impone el aislamiento de estas comunidades donde las posibilidades de tener acceso a las otras comunidades y entrar en contacto con organizaciones es muy limitado; por ello, no le falta trabajo. Los ancianos no pueden ir a Ayacucho y trabajar, donde están quienes pueden ayudar y con quienes se ha de negociar. Es así como Pablo hace de mediador, de dialogante y mensajero. “En mi pueblo cada shabono tenía un nombre, nos postulamos todos, todos, para la comunidad los shabonos … Ellos cuando agarran comunicación, cuando ya están en mi comunidad preguntaban: “¿Cómo está el territorio?, ¿Cómo está la enfermedad?, ¿Cómo sigue?”. A través de su arduo trabajo de mediación, Pablo logra cosas que van desde hacer llegar bienes escasos a sus hermanos yanomami, como alimentos y medicinas, hasta llegar a acuerdos de respeto con grupos que tienen tomada la zona en torno a la circulación su gente por sus territorios, como él mismo nos cuenta:

Bueno, entonces llegando aquí a Puerto Ayacucho yo trabajé mucho pasando la frontera con Brasil, en el territorio hablamos, cuadramos y todo eso, nos sentamos con ellos y decían: “Mira, tienen que pedirnos permiso a nosotros”, y nosotros como organización, yo me fui a sentar con ellos y hablo con ellos, ellos hablaban bien y decían que necesitaban la minería y llamaron a alguien de mi grupo para que viera los mapas de donde estaban trabajando, y nosotros no podíamos entrar, no podíamos pasar, teníamos que pedir permiso, nosotros a, depende del perímetro. Por eso llegan tantos allá, y nosotros queremos vivir en paz, vivimos mejor y por eso vamos de allá para acá con la minería. Nosotros llamamos a la gente para defender el territorio y recursos naturales también, estamos en todos lados, para fortalecimiento, para agarrar de lo que nosotros tenemos. Somos Yanomamis, yo soy de más lejos, hay que pasar como 4 días para llegar hasta allá, para que escuchen información del niño. Nosotros trabajamos acá en Puerto Ayacucho, menos mal que yo llegué en este momento, en este año para informar con ustedes, para que se sepa que nosotros trabajamos allá.

Cuando dice “informar a ustedes” se refiere al equipo de Wataniba en Puerto Ayacucho, que le provee de asesoría legal y otras ayudas.  Pablo se traslada de un shabono a otro, treintaicinco en total, y se reúne con los ancianos, el chamán de cada comunidad, los jóvenes, a quienes considera sus colaboradores. Aparte de su contacto permanente con treintaicinco ayudantes distribuidos en los shabonos, están sus vínculos con las 56 personas con las que cohabita, incluyendo a su mujer y tres hijos. Allí, “están los chamos luchando y trabajando ahí por el territorio y a parte de eso, con el cacique, con el líder de Parimave, el líder me apoya mucho, y la lucha de todos también, él apoya mucho lo que hicimos, la reunión para defender el territorio también, para poder lidiar nosotros con esta minería. Nos permite ir a nosotros más lejos, nosotros caminando nos quedamos ahí, pasamos cuatro días, y si no hemos comido, con tanto recurso natural, ahí mismo comemos y llegamos a donde están ellos”.

La vida comunitaria que relata Pablo es simple, plena pero muy frágil. Cuenta como son las celebraciones: “ahí nosotros nos dividimos, están las mujeres, los ancianos, el chamán, y participan todos esos bailando, cantando… nosotros cantando, mucha alegría y muy felices, porque ellos confiamos que, que ya pasamos 11 años trabajando aquí, ellos, la comunidad confía, en el mismo le colocamos mucha alegría, muy contentos y por eso vine para acá, ellos mismos confían en mí. A veces yo voy a trabajar y también me alegro mucho con la comida típica, y hacen trueque también, presas de lapa, presas de venado, así, nosotros viendo, así cuando se dice reunión, actividad, todo eso. A parte de eso aquí llegan también chamanes, pasa mucho, vienen su hora y hay canto de mujeres, cantos de hombres y jóvenes, juventud. Nosotros hicimos así porque trabajamos, tocamos todo. También cuenta lo esforzado que es sobrevivir en medio de la selva, donde deben caminar unas 24 horas para hallar alimentos y pasan fácilmente tres días en la búsqueda…Hay unos shabonos que salen a las 6 de la mañana y llegan hasta las 6 de la tarde. Entonces los shabonos, ellos, cuando yo llegué, ellos: “Mira, tú eres coordinador de HORONAMI, hazme un favor, ¿nos puedes regalar la comida?”, y les doy comida, pero eso no importa, deja alguito ahí y pasamos. Entonces, cuando Pablo llega alguna comunidad le preguntan a qué viene, si está de vista y si tiene trabajo y él responde: No, yo vine para visitar, para eso yo vine, para preguntar los límites de nosotros, dónde está el límite de nosotros con la minería, muy complicado para ustedes, muy complicado para pasar enfermedad.

Mientras le convidan boyoco en sus visitas aprende con los ancianos cuántas máquinas de los mineros están funcionando, qué está disponible para el trueque, si hay café, azúcar… También introduce el tema de la defensa del territorio, de la libre circulación y de la integridad personal y del colectivo. Descubre por dónde hay paso y por dónde no, de acuerdo a los campamentos de mineros que se han instalado a lo largo del territorio. “Con esta… no puede pasar, estamos nosotros en el territorio sin poder pasar”, y luego le dije: “Tú puedes trabajar tu criterio, hoy se establece ese límite y se trabajan con mapas para el territorio, para que tú veas que ya pasamos meses, años, trabajando con territorio, para que sepas” y me dijo: “Ah, bueno, tú tienes mapa, bueno, yo quiero saber”.  Estas conversaciones también las sostiene con personas de los campamentos: “…vengo para ver cómo está el trabajo de ustedes, yo quiero saber de eso porque ustedes están con máquinas y este es nuestro territorio, ustedes no pueden trabajar, tienen que preguntarnos a nosotros, a nuestros chamanes, a nuestros ancianos, no pueden entrar rápido y tienen que consultar con gente, tienen que consultarlo, y si les dicen que no, no los pueden atropellar”.  Allí observa el uso que le dan al agua en las máquinas que usan para excavar en el procesamiento de los materiales, así como talan con hachas y machetes, y busca hacerlos consciente de sus atropellos para con la naturaleza y ellos, que son los custodios de ese territorio:  

«Mira, así no puedo, ustedes están trabajando en nuestro territorio, no pueden negociar, no pueden aceptar… No pueden entrar ahí donde estamos nosotros, ustedes están en nuestro territorio, donde está el límite de nosotros ya lo pasaron, ya pasamos Venezuela y entramos a la cabeza del Orinoco… Ellos con esos materiales están arrastrando como 100 kilos, agarrando, ¿Y nosotros, para nada trabajamos?”, no. ¿No va a ir de machete? Diciendo así, como decía un anciano, ellos están allá en lo de nosotros, tenemos que cuidar nuestro territorio.

Y continuando, yo les explicaba, decía bueno: “Yo soy venezolano, soy Yanomami, bueno, yo te respeto, yo no vivo aquí, yo no mataba, yo no he violado a otra persona, yo soy buena gente. Otra persona puede llamar, puede cazar, puede violar, así otra persona puede ser así”, “y yo quiero trabajar”, decía él, “Bueno, te respeto, te puedes molestar, pero yo tengo que trabajar”. Bueno, y ellos no amenazan, no fastidian a la comunidad, siempre les dan cafecito y bueno. A parte de eso, yo decía eso: “No puedo violar, no puedo amenazar”, así no puede, porque sino queda mal el Yanomami y chao, nos matan a todos.

El abordaje de los temas va en dos direcciones; cuando regresa a la comunidad le preguntan: “Mira, cómo está eso por allá”, me consultó mi anciano, mi chamán, y yo le explicaba todo: “Mira, ¿cómo hacemos?, ¿Cómo quieres que defendamos este territorio?”, ellos mismos preparando para salir para allá, y como trabajamos con ellos, yo me comunico todavía con radio comunicación, ellos en cambio, no tenemos comunicación de dónde están ellos. Yo le dije: “Cuando yo termine mi trabajo allá en Ayacucho puedo ir directo a donde están ellos y aquí en la radio usted tiene que explicar bien, tú me explicas y voy a explicar allá este mecanismo”. Es un trabajo incesante y muy necesario.

La capacidad de liderazgo de Pablo ha crecido con la llegada de la pandemia. Sus habilidades de mediación han estado al servicio de impedir la propagación y contagio del COVID-19 en las comunidades. Se ha dedicado a entablar conversaciones para establecer normas y formas de actuación para el cuidado de la gente. Pablo conoce las medidas básicas de protección para eludir el coronavirus. Como muchos pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial, tanto él como su gente han apostado a reforzar el aislamiento, el establecimiento de cordones de protección sanitaria y controlar la entrada a sus territorios de personas foráneas: “Alguien con esta enfermedad no puede entrar, nosotros lo pedimos, por ejemplo, la familia de ellos, para cuidarlos, porque si se contagia con otra persona, él mismo, o ella nos afecta a nosotros (…)La gente externa no puede visitarnos, no pueden afectar mi comodidad, y lo venimos aplicando así.”

*Los nombres de los entrevistados han sido cambiados para proteger su identidad