Los postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad. Palabras al Margen
Palabras al Margen (PM): Países como Colombia han estructurado su economía en la extracción de recursos naturales, particularmente petróleo y minerales. ¿Cómo entender los postulados postextractivista a corto plazo a la luz de la realidad económica y social que deben atender los gobiernos de turno?
Eduardo Gudynas (EG): El primer punto para responderles es definir qué se entiende por “postextractivismo”. Este es un término genérico usado para englobar las alternativas de salida de la dependencia de los extractivismos. O sea son las opciones para reducir o terminar con el enorme papel que desempeñan los extractivismos mineros, petroleros o agrícolas.
Esta pretensión choca inmediatamente con el profundo arraigo que tienen los extractivismos. Se los defiende como indispensables para el crecimiento económico, como necesarios para atraer inversores y mantener las exportaciones, y así sucesivamente. Entonces cuando las comunidades locales resisten a esos emprendimientos, la respuesta desde sus defensores, sean empresas, gobiernos, empresarios o académicos, más tarde o más temprano dirá: ¿si no hay extractivismos cuál es su alternativa? Agregan que tan sólo pensar en alternativas postextractivistas pone en riesgo el desarrollo de un país, llevaría al atraso, o sumiría a las mayorías en la pobreza.
Esto explica que la primera tarea del postextractivismo es desarmar todos esos mitos, y volver a colocar esta discusión en sus justos términos. Cuando se hace eso ¿qué se encuentra? Pues que los extractivismos no generan los supuestos beneficios que se prometen, sino que en realidad deterioran la calidad de vida de las comunidades locales, a veces por la contaminación, otras veces por robarles sus suelos o dejarlas sin agua y así sucesivamente. También encontramos que la generación de empleo es bajísima; por ejemplo, en países muy recostados en la minería el promedio es que solamente un 1% de la población económicamente activa trabaja en ese sector.
Hay muchas, pero muchas dudas sobre el balance económico final. Es que los economistas convencionales solo miran los ingresos extractivistas, pero una contabilidad en serio tendría que descontar o restar los costos económicos de los daños que produce, y de los subsidios que recibe. La pérdida de la salud, la caída de producción agrícola, o la contaminación del agua, todo eso tiene un costo económico que se le debe restar.
Además, en paralelo, los gobiernos destinan enormes cifras de dinero a sostener los extractivismos. Entonces, por un lado entra dinero cuando se exportan recursos naturales, pero por otro lado, perdemos dinero para otorgar a esos emprendimientos energía barata, infraestructura, reducciones de impuestos, etc. Un caso dramático se observa en Bolivia, bajo el gobierno de Evo Morales, donde se acaba de anunciar un megaplan de subsidios a la exploración petrolera de más de 3500 millones de dólares. Es una cifra enorme. A su vez, para hacer eso posible han aprobado nuevas normas que permiten iniciar la exploración petrolera dentro de parques nacionales y territorios indígenas, y han recortado los mecanismos de consulta e información ciudadana. Nadie en el gobierno o las empresas contabiliza el costo económico de todo eso. Pongo estos ejemplos para dejar en claro que la supuesta ganancia económica de los extractivismos es más que discutible.
Paralelamente a todo esto, es evidente que no podemos seguir siendo extractivistas. Esas prácticas están destruyendo nuestra base ecológica en cada uno de los países. Además, en el caso de los hidrocarburos, sabemos que si queremos mantenernos dentro de una temperatura segura para la vida humana en el planeta, debemos dejar bajo tierra el 80% de los hidrocarburos. Si los sacamos y los quemamos, el cambio climático se desbocaría.
Existen muchos otros problemas que he englobado bajo la idea de los “efectos derrame”, que se discuten en mi reciente libro sobre extractivismos. Esos son cambios que se introducen para permitir los extractivismos, pero tienen efectos que alcanzan a todo el territorio nacional y a muchas esferas de la vida política, social y económica. Incluyen desde distorsiones en la economía nacional hasta una redefinición de la democracia a formas más presidencialistas pero menos garantistas.
Todo esto nos lleva a pensar vías de salida postextractivistas. El extractivismo es cada vez más resistido por las comunidades locales, tiene efectos ambientales y sociales muy duros, es de dudoso beneficio económico, y agrava el cambio climático. Es un callejón sin salida. Esto hace que pensar postextractivismos sea necesario, diría indispensable, pero además es urgente para terminar con todos los graves impactos que estamos padeciendo.
En su esencia, los postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia, deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad. Se utilizan medidas que van desde la reforma del gasto del Estado, para terminar con los subsidios perversos a los extractivismos, hasta las medidas de zonificación económica y ecológica del territorio. Medidas que van desde reconstruir una agricultura y ganadería orgánica, que nos asegura la seguridad alimentaria y el empleo rural, a una reforma de los sistemas tributarios. Y así sucesivamente.
Lo que ha sucedido en los últimos años en varios países es que se han armado agendas muy potentes y detalladas sobre cómo sería un país postextractivista. Entonces, cuando un ministro o un empresario nos pregunta, ¿cuál es su alternativa?, ahora tenemos muchas respuestas y muchos ejemplos para poner sobre la mesa de discusión. Hay muchas formas de entender el postextractivismo, y eso es muy bueno.
PM: En los últimos años varios países de Suramérica han vivido bajo gobiernos progresistas y de izquierda. No obstante usted ha sido muy crítico de estos gobiernos por mantener sus dinámicas extractivistas. ¿Esto significa que la perspectiva postextractivista se expresa de la misma forma en gobiernos de izquierda y de derecha?
EG: Es evidente que el peso del extractivismo es enorme tanto en gobiernos conservadores como en aquellos que son progresistas. Eso no siempre es entendido por muchos sectores en países como Colombia, y por esa razón se postula, por ejemplo, que la alternativa a la “locomotora minera” sería algo así como una minería estatizada. Basta observar la marcha de la minería estatizada, e incluso aquella que es cooperativizada en Bolivia, para ver que se repiten los serios problemas ambientales y sociales. Y además se cae en una situación triste, porque esos emprendimientos mineros, estatales o cooperativizados, terminan vendiendo sus minerales a las grandes empresas transnacionales. Y ellas están aprendiendo que a la larga les resulta más cómodo dejar la extracción en manos locales, y dedicarse solamente a la comercialización. Con eso se evitan todas las polémicas y disputas con las comunidades locales, las que son llevadas adelante por los propios gobiernos progresistas.
Dicho eso, se puede considerar si hay diferencias en los senderos postextractivistas desde gobiernos conservadores con aquellos que se discuten bajo el progresismo. La respuesta es sencilla: hay diferencias muy importantes. Por ejemplo, en el caso de administraciones conservadoras, como Perú o Colombia, el papel del Estado es más bien de cobijar y respaldar al empresariado extractivista. En cambio, bajo los progresismos el Estado toma partido más activo por el extractivismos de variada manera, a veces obteniendo tajadas en los excedentes, y legitima todo esto con invocaciones a la justicia social. Entonces, las discusiones políticas son muy distintas, porque se parte de contextos políticos muy diferentes.
Sea una vía o la otra, los debates sobre postextractivismos no son apolíticos. Por ejemplo, los compañeros que animan esta discusión en Perú luchan por defender derechos ciudadanos muy debilitados, y aquellos que están en Ecuador quieren otros roles del Estado. Uno y otro caso son discusiones cargadas de política, y por ello los gobiernos les responden acusándoles de eso, de ser precisamente políticos. En unos casos los denuncian como izquierdas radicales, y en el otro como conservadores o izquierdistas infantiles.
En el caso específico de las propuestas postextractivistas que defiendo personalmente, tampoco son apolíticas. Por varias razones. Pongamos un ejemplo: se parte del compromiso con la justicia social, la justicia ambiental y la justicia ecológica. Estos son tres conceptos distintos, superpuestos pero diferentes, y están fuertemente cargados de contenidos políticos. La centralidad de ideas como justicia, ciudadanía o derechos, ya expresa un marco político, al dejar subordinadas ideas como mercado o utilidad. Eso explica, en parte, que se concluyera en diferenciar a los progresismos, que son extractivistas, de la izquierda que les dio origen a fines de los años noventa.
PM: La Ecología Política se ha posicionado a nivel internacional en un importante campo de reflexión de las problemáticas socioambientales contemporáneas. ¿Qué rasgos particulares encuentra usted en los enfoques latinoamericanos de Ecología Política?
EG: Esta no es una pregunta sencilla de responder. Quisiera comenzar por señalar que dentro de la ecología política hay varios grandes campos de trabajo, y a su vez, al interior de cada uno de ellos, hay unas cuantas corrientes. O sea que estamos ante varias ecologías políticas. Algunas son académicas, y no siempre se conocen o dialogan entre ellas. Por ejemplo, me llama mucho la atención la creciente distancia entre unas ecologías políticas de los ecólogos y biólogos, y aquella que discuten, por ejemplo, algunos antropólogos o geógrafos. A la vez tenemos las ecologías políticas desde partidos políticos, organizaciones, colectivos o incluso movimientos, que se expresan sobre todo en su militancia. En ese flanco también hay bastante diversidad, desde agrupamientos que se presentan como “políticos verdes” que pueden llegar a ser conservadores, hasta otros que desean un ecosocialismo o una renovación ecológica de la izquierda. Me parece, además, que algunas iniciativas que fueron potentes en la década de los noventa regresarán, y estoy pensando en distintas ecoteologías populares.
Siguiendo con su pregunta, es cierto que hay muchos aportes, debates y ensayos en esas distintas ecologías políticas, y que bastante se habla de América Latina. Pero aquí hay que tener cuidado, porque no todo eso es dicho, construido o generado desde América Latina. O a veces, si bien es escrito o dicho desde aquí, en realidad es una conversación con la academia del norte global. Entonces se habla de ecologías políticas “en” América Latina, pero está todo escrito en inglés, o las citas son casi todas al inglés o al francés.
Continuamente estamos recibiendo visitas o pasan temporadas en distintas localidades latinoamericanas investigadores, estudiantes o militantes de muchos otros continentes. Muchos de ellos luego son muy activos en sus publicaciones, en generar debates muy importantes e incluso generosos en la solidaridad. Pero aún reconociendo esos aportes, tenemos que saber distinguir las cosas. A mi modo de ver, la idea de “enfoques latinoamericanos” se refiere a las ideas y prácticas generadas por latinoamericanos que viven en nuestro continente, y responden a los problemas y necesidades que nosotros padecemos, y que siempre tienen algún diálogo con nuestra producción cultural.
Con esto me refiero a un paso previo a las distintas posiciones, que podrán ser más conservadoras o más transformadoras. Posturas con las que uno podría estar en acuerdo o discrepar. Me refiero a la situación previa de construir ecologías políticas que estén “enraizadas” en América Latina, si se me permite tomar la imagen de prácticas y saberes “raizales” de Orlando Fals Borda.
O sea, ecologías políticas hechas por latioamericanos, a partir de los problemas actuales en nuestro continente, que dialogue o interactúe en castellano o portugués con las corrientes de pensamiento propias en nuestros países, y que sirva para acompañar, ayudar, a movimientos sociales en la construcción de alternativas. En ese terreno la producción no es tan frondosa como muchas veces se cree, y creo que una de las prioridades es potenciarla, fortalecerla, ampliarla.
Hecha esa aclaración me parece que hay unos cuantos nudos temáticos que son particularmente latinoamericanos. Me parece apropiado citar como uno de los más importantes a las ecologías políticas organizadas alrededor de los derechos de la Naturaleza o la categoría del Buen Vivir. Si esos derechos son reconocidos, inmediatamente se acepta que la Naturaleza, o alguna categoría análoga, como Pacha Mama, pasan a ser un sujeto, y por lo tanto tienen valores intrínsecos. La formulación actual de estas ideas, y su articulación con algunos saberes indígenas, son exclusivamente latinoamericanas. Esta es una construcción criolla, indígena, y claramente andina. Es intercultural, en el sentido de mezclar saberes y sensibilidades.
Pero no siempre se la entiende en toda su profundidad. Por ejemplo, derechos de la Naturaleza no es lo mismo que los derechos humanos a un ambiente sano. O Buen Vivir no es lo mismo que bienestar. La ecología política de esas dos ideas impone rupturas sustantivas con las tradiciones propias de la Modernidad. Es que tanto liberales, conservadores como socialistas, las tres grandes corrientes políticas, están todas ellas basadas en que solamente los humanos pueden ser sujetos, y lo no-humano siempre son objetos. Los derechos de la Naturaleza, el Buen Vivir, y otras corrientes, cuestionan esa aseveración. Y esto genera muchos conflictos con las ideas convencionales, por ejemplo del desarrollo.
PM: Conceptos como el “biocentrismo” son importantes en su obra. ¿Cómo entender este concepto en contextos altamente intervenidos (como las grandes ciudades) dependientes del uso y aprovechamiento intensivo de la naturaleza?
EG: El biocentrismo dicho en forma muy esquemática es reconocer que plantas y animales tienen valores en sí mismos. Unos valores que les son intrínsecos, y que son independientes de la utilidad o apreciaciones de los humanos. Son la base de los derechos de la Naturaleza. Hasta ahora lo que prevalece es valorar a la Naturaleza a partir de la utilidad que nos pueden brindar algunos de sus recursos naturales, de los costos en nuestra economía de algunos impactos, o de los placeres estéticos que nos puedan dar ciertos paisajes. El biocentrismo sostiene que además de esos valores asignados por las personas hay otros, que son esenciales a los seres vivos. Por ello, no es necesario demostrar que una especie tenga, pongamos por caso, una potencialidad utilidad económica, para asegurarnos su preservación. Se la debe proteger por ella misma.
Cuando reconocemos los valores propios en los seres vivos no-humanos, tenemos que asegurar que puedan seguir sus proyectos vitales, su evolución, que pueda sobrevivir. Para asegurar esa sobrevida es indispensable conservar la Naturaleza, no hay otra opción. O sea que volvemos a llegar a los derechos de la Naturaleza.
Hay que observar que esta valoración no está enfocada en los individuos aislados. Esto es importante y ofrece varias alternativas para las ciudades. Es que ese mandato no dice que el ambiente debe ser intocado. Lo que indica es que los humanos pueden obtener recursos de la tierra, por ejemplo, pero deben hacerlo con una intensidad que no ponga en riesgo la sobrevida de las especies. Esto obliga a bajar los patrones de consumo intensos en las ciudades, obliga a usar prácticas tales como la agroecología para reducir los impactos sobre la tierra y acompasarse a los ritmos de regeneración de la Naturaleza. Obliga a otros cambios, como despetrolizar la sociedad o pensar en producciones de mucho menor intensidad en el consumo de materia, para reducir los extractivismos mineros. Y claro, una reforma sustancial de la vida en las ciudades, recuperando opciones de agricultura urbana, transporte social, uso de tecnologías apropiadas, consumo juicioso del agua, intensas prácticas de reciclaje y reuso.
Con estos ejemplos quiero indicar que existen muchas opciones de compatibilizar los derechos de la Naturaleza, el biocentrismo, con la vida en ciudades. Claro que habrá que transformar muchas cosas, comenzando por lo que entendemos por ciudad. Pero ello es posible y existen experiencias ciudadanas en todos esos rubros que testifican su viabilidad y oportunidad. Nosotros en América del Sur tenemos muchos márgenes de maniobra para eso, ya que la mayor parte de los recursos que extraemos de la Naturaleza los estamos exportando hacia otros continentes. Por lo tanto, si sólo tomamos lo que realmente necesitamos, bajaríamos enormemente los impactos sociales y ambientales. Con esto, una vez más, queda en claro que los extractivismos exportadores son posiblemente el más grave e importante problemas social y ambiental actual.
Publicado en: Palabras al margen