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El cultivo transgénico ya es una realidad en países como Estados Unidos, México o Brasil, donde millones de agricultores lo producen y de personas lo consumen. Pero no por eso está libre de controversia. Sus defensores creen que podría ayudar a reducir los problemas de hambre en el mundo y sus detractores que supone una amenaza para el ecosistema de la zona y la salud de sus consumidores. Aún así, en los últimos años se ha registrado un fuerte aumento de hectáreas cosechadas.

Brasil es uno de los países donde más está calando este tipo de cultivos, que siguiendo la estela de Estados Unidos, pionero en la producción e implantación de los métodos de modificación genética en la agricultura ha logrado un puesto relevante en esta materia a nivel mundial. A través de cultivos como el maíz, diferentes variedades de soja y de caña de azúcar, el país sudamericano se sitúa segundo en el ránking mundial de superficie de cultivos biotecnológicos, tras Estados Unidos (que produce 64 millones de hectáreas al año), con una producción anual, en 2009, de 21,4 millones de hectáreas.

Brasil ha desplazado en el segundo puesto por superficie a Argentina que, especializado en cultivos se soja, maíz y algodón, cuenta con 21,3 millones de hectáreas. El relevo de Brasil se debe a su notable incremento (un 35%) en el último año, en un claro ejemplo de la apuesta que el gobierno de Lula da Siva ha hecho de este modelo de producción. Lejos de ellos se sitúan otros mercados donde los cultivos modificados genéticamente están permitidos, como India y Canadá que cuentan con una producción de 8,4 y 8,2 millones de hectáreas respectivamente.

En el caso del mercado europeo, la implantación es mucho menor e, incluso, en algunos países las reticencias por los posibles riesgos en la salud y el medio ambiente han llevado a los respectivos gobiernos a legislar restrictivamente este tipo de cultivos modificados genéticamente. No obstante, en los últimos meses, se están llevando a cabo ciertas pautas que muestran una apertura a este nicho de mercado. Así, en marzo, la Unión Europea (UE) autorizó, tras doce años de reticencias, el cultivo de una patata transgénica, desarrollada por la empresa alemana Basf, destinada a la producción de almidón para la industria papelera. La autorización europea abre la puerta al consumo humano de este tipo de cultivo al incluir una cláusula que permite la presencia de forma puntual (en un 0,9%) del alimento transgénico en alimentos para humanos.

Esta apertura cuenta con el respaldo de los consumidores, tal y como indica "el último Eurobarómetro (sondeo oficial de la Comisión Europea) sobre Agricultura y política común agraria, publicado en marzo de 2010", señala Carlos Vicente, experto en Agricultura Transgénica del IE Business School y director de Biotecnología y Relaciones Corporativas en España, Portugal y Egipto de Monsanto. En él, se desvela que "una mayoría abrumadora (90%) (de consumidores) considera la agricultura como un factor clave para el futuro. Y un 77% considera que los agricultores europeos deben aprovechar los avances biotecnológicos agrarios para poder ser competitivos y luchar contra retos como los que se derivan del cambio climático".

Los tomates fueron los primeros

Los productos transgénicos se encuentran implantados durante más de una década (1996 fue el primer año de su comercialización). La gente de más de 50 países consume productos que contienen ingredientes extraídos de productos genéticamente modificados. Su proceso proviene de una premisa básica: lograr que los cultivos sean más eficientes a partir del cambio del material genético. La técnica se basa en identificar un gen específico de un organismo vivo, aislarlo y multiplicarlo, para luego integrarlo en uno de los cromosomas del receptor.

El origen de este tipo de productos se encuentra en Estados Unidos. Fue en 1993 cuando se obtuvo la primera planta modificada en el país norteamericano. Once años después, EEUU permitió la comercialización del primer alimento transgénico. Se trataba de un tomate de larga duración, creado a partir una compleja técnica que permitía inhibir la enzima responsable del envejecimiento de la hortaliza. Desde entonces, ha aumentado la producción y consumo de alimentos modificados genéticamente y se calcula que, en la actualidad, la superficie mundial destinada a la producción de cultivos biotecnológicos ascendió a 134 millones de hectáreas, una extensión que se reparte, de forma dispar, entre 25 países.

En los últimos años los cultivos biotecnológicos están creciendo más rápido en los países en desarrollo que en los países desarrollados, según Vicente. "La biotecnología es una más de esas tecnologías de lo que no podemos permitirnos prescindir, y su rápida adopción en los países en desarrollo es una muestra de ello y de cómo está contribuyendo a incrementar los rendimientos de los cultivos de una manera sostenible".

Se calcula que durante los doce primeros años de comercialización, los cultivos biotecnológicos representaron un beneficio neto de 44.000 millones de dólares a nivel mundial. Desde 2008, setecientos mil agricultores pasaron a engrosar la cifra de productores agrobiotecnológicos hasta situarla en 14 millones en 2009, un 90% de los cuales (13 millones) son pequeños agricultores pobres de los países en desarrollo. Esta cifra supone un incremento de 700.000 productores con respecto a 2008.

Del millón restante eran grandes agricultores de países industrializados como Estados Unidos y Canadá o de países emergentes como Argentina y Brasil. Según el informe Situación mundial de la comercialización de cultivos biotecnológicos/genéticamente modificados en 2009 elaborado por Clive James, fundador del ISAAA (International Service for the Acquisition of Agribiotech Applications) y Presidente del Consejo de Administración, de esos 13 millones de pequeños agricultores pobres (la mayoría productores de algodón Bt) de todo el mundo, 7 millones viven en China (algodón Bt), 5,6 millones en la India (algodón Bt) y los 250.000 restantes en Filipinas (maíz biotecnológico), Sudáfrica (algodón, maíz y soja biotecnológicos cultivados a menudo por mujeres que practican la agricultura de subsistencia) y otros doce países en desarrollo que producen cultivos biotecnológicos.

El mayor incremento del número de productores agrobiotecnológicos se registró en 2009 en India, donde en la actualidad 600.000 pequeños agricultores han engrosado la lista de productores mundiales de la variante algodón Bt, que representa ahora el 87 % de todo el algodón, frente al 80 % de 2008. "En el periodo 2002 a 2008 el algodón Bt generó en India unos beneficios económicos de 5.100 millones de dólares, redujo a la mitad la necesidad de tratamientos insecticidas, contribuyendo a doblar los rendimientos de cultivo y convirtiendo a India de ser un país importador de algodón a ser un neto exportador", señala el profesor del IE.

En el informe de la ISAAA se destaca que la mayor renta que generan los cultivos biotecnológicos para los pequeños agricultores pobres supone una "modesta contribución inicial para aliviar su pobreza". Durante la segunda década de comercialización (2006-2015), los cultivos biotecnológicos pueden ser "de gran ayuda para cumplir el Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM) de reducir la pobreza a la mitad en el horizonte de 2015", señala. Según Clive Jame, en China, los primeros estudios indican que otros 10 millones de pequeños agricultores pobres de ese país podrían ser beneficiarios secundarios del algodón Bt, como por ejemplo jornaleros.

Sudamérica

El número de países productores de cultivos biotecnológicos ha ido en constante aumento desde los 6 de 1996 hasta los 18 de 2003 y los 25 de 2009. De estos 25, 10 de ellos son países de América Central y Sudamérica, una cifra histórica para la región. El último en incorporarse a la lista de productores fue Costa Rica (en 2009), que, al igual que Chile, produce cultivos biotecnológicos exclusivamente con destino al mercado de exportación de semillas.

Según la investigadora María José Vila�a de Vasconcelos de la ciudad de Sete Lagoas, en el Centro-Oeste del país, la ingeniería genética es una nueva frontera intelectual e industrial en el siglo XXI, lo que "se está convirtiendo en una auténtica revolución en la agricultura mundial y, sin duda, tendrá un impacto positivo sobre la agroindustria brasileña". Las granjas de maíz en Brasil, como otros negocios agrícolas orientados a la cosecha, ya trabajan con granos modificados genéticamente.

En la actualidad, el país es responsable del 16% de los cultivos biotecnológicos del mundo, lo que le generó unos beneficios de 2.800 millones de dólares, durante el periodo que va de 2003 a 2008, según datos del informe de la ISAAA.

De los 21,4 millones de hectáreas, 16,2 millones se destinaron a la producción de soja RR (del tipo Roundup Ready), frente a los 14,2 millones de hectáreas de 2008. El índice de adopción alcanzó un récord del 71 %, frente al 65 % de 2008, estimándose en 150.000 los agricultores beneficiarios de los productos de soja RR. Además, Brasil plantó este año 5 millones de hectáreas de maíz Bt por segunda vez tanto en la temporada de verano como en la de invierno. La superficie de maíz Bt aumentó en 3,7 millones de hectáreas -lo que supone un récord casi histórico: casi un 400 % con respecto a 2008, lo que representa, con diferencia, el mayor incremento absoluto registrado por cualquier cultivo biotecnológico en cualquier país del mundo en 2009.

Los índices de adopción fueron del 30 % en el maíz estival y del 53 % en el caso de maíz invernal. En el caso del algodón, la superficie ocupaba por la variedad Bt alcanzó en 2009 las 145.000 hectáreas por cuarta vez; 29.000 de estas hectáreas fueron por primera vez de algodón HT.

Por superficie total de soja, maíz y algodón biotecnológicos de Brasil alcanzó en 2009 un crecimiento interanual del 35 % con respecto a 2008, equivalente a 5,6 millones de hectáreas; se trata del mayor incremento registrado por país alguno y, lo que es más importante, hizo que Brasil se situase por primera vez en la segunda posición mundial por superficie biotecnológica.

La importancia y relevancia de la industria de cultivos biotecnológicos en Brasil es tal que cuentan con una feria internacional, nacida en 1989, donde se muestran los últimos avances en la materia. En esta última edición, celebrado el pasado mes de febrero, los participantes reunidos pudieron observar las 4.800 parcelas experimentales, las nuevas variedades de cultivos y las tendencias en materia de herbicidas e insecticidas. El evento también supone un importante foco comercial y durante la feria se vendieron 1.200 máquinas agrícolas, que representan un volumen de 600 millones de reales brasileños (unos 330 millones de dólares).

Contaminación

Sin embargo, este tipo de agricultura ha suscitado grandes rechazos en algunos países desarrollados, sobre todo en Europa, que dudan de que los efectos beneficiosos que permiten los transgénicos no contengan, a la vez, elementos perniciosos para el medio ambiente y la salud. España, Portugal, República Checa, Eslovaquia, Polonia y Rumania han apostado por este sistema de producción frente a Austria, Francia, Alemania, Grecia, Hungría y Luxemburgo, donde se han prohibido. Aún así, los productores solo sumaron 300.000 hectáreas de superficie cultivable en 2009. En concreto se teme que estos cultivos transfieran al ser humano genes con resistencia a algunos antibióticos y, por otro lado, las organizaciones medioambientales creen que la contaminación genética puede hacer que desaparezcan especies vegetales autóctonas.

El profesor del IE cree que "las reticencias obedecen a criterios ideológicos y económicos y no a criterios científicos. Algunos de estos países que se oponen a los cultivos biotecnológicos y a la entrada de granos procedentes de estos cultivos -por ejemplo maíz originario de países de fuera de la UE- son al mismo tiempo grandes productores de maíz", explica. Desde la multinacional, también se dice que "el caso de España, donde trabaja con maíz transgénico, no se ha descrito ningún caso de conflicto entre los campos transgénicos y tradicionales, ni se han reducido los alimentos; al contrario, se ha mejorado la productividad de las tierras".

A este respecto, Alda Lerayer, directora ejecutiva del Consejo de Informaciones sobre Biotecnología de Brasil (CIB), comenta: "Uno de los mitos sobre los organismos modificados genéticamente es que acaban con la biodiversidad, cuando ésta es fundamental para mejorar y desarrollar la genética". Aún así, según la regulación brasileña vigente, la distancia entre un cultivo convencional y uno transgénico debe ser igual o superior a 100 metros. No obstante, la normativa también permite reducir esta distancia a 20 metros y plantar 10 filas del cultivo tradicional junto al transgénico, para evitar que se mezclen.

Y añade: "Todos los productos lácteos que se consumen en el mundo tienen bacterias transgénicas, sólo que en algunos países no se consideran como tal, sino como aditivos, y no hay obligación de ponerlo en la etiqueta". Por eso insiste en que no hay riesgo ni para los animales ni para las personas porque el gen original está controlado y, si se generan problemas, éstos son detectados tanto durante el proceso como después.

Lo que está claro es que, con independencia de la controversia, esta nueva forma de entender la agricultura ha llegado para quedarse. Por eso, los expertos alertan sobre la desventaja que tendrán respecto al resto del mundo los países que no apuesten ahora por esta tecnología.