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'La cámara es nuestro fusil': primera indígena cineasta del país

 

 

 

 

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María del Pilar Camargo Cruz/ El Tiempo

Leiqui Uriana estudió Dirección Documental en Cuba. Historia de 'El éxito fuera del resguardo'.

“La cámara es un fusil para nosotros, es una herramienta de lucha”, afirma Leiqui Uriana desde Maicao, La Guajira. Ella, una wayú de 33 años, que hasta sus 23 no había conocido una sala de cine, es considerada la primera indígena cineasta del país.

La historia que unió a Leiqui con el séptimo arte comienza con una visita inesperada. “Un día llegaron a mi comunidad wayú, en los suburbios de Maracaibo, un francés y otros muchachos que querían hacer un trabajo audiovisual”, cuenta.

Como hablaba español, tradujo cada palabra de los extranjeros ante sus coterráneos. El francés era Xavier Larroque, un cineasta y antropólogo que dirigía el programa ‘Venezuela adentro’. Él y los otros realizadores trabajaban para el canal venezolano ‘ViveTV’.

Leiqui, nacida en la capital del estado Zulia y con doble nacionalidad (venezolana y colombiana), estudiaba Enfermería. “Mi vida no podía ser simplemente graduarme, tener novios, hijos, casa, esposo y ya. Tenía que trascender y hacer algo por la humanidad. Estudiaba Enfermería porque en los hospitales se pasan muchas necesidades, muchos wayús no hablan español”.

Pero ser enfermera pasó a un segundo lugar tras la visita de los extranjeros, cuando Leiqui comenzó a interesarse por la realización audiovisual. “Tenía muchas inquietudes y me invitaron al canal de televisión; me mostraron cómo se editaba y cómo era el proceso de hacer un programa”.

La wayú les compartió la cinta sobre un velorio en La Guajira, dicha ceremonia la había grabado junto a un primo. “Me dijeron que el material estaba buenísimo y ahí nació un programa que se llamó ‘Noticiero indígena’ –se emitía dos veces al mes –”.
La oportunidad‘ViveTV’ contrató a Leiqui y ella se propuso dar a conocer, a través de docurreportajes, el wayú que vivía en la ciudad. Decidió entonces dejar sexto semestre de Enfermería y comenzar sus estudios en Comunicación Social. En el canal laboró durante dos años; luego participó, como asistente de dirección, en dos largometrajes documentales sobre su etnia.

El destino le guardaba un puesto en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, donde estudiaría Dirección Documental durante tres años. David Hernández, un amigo, la postuló y de 18 concursantes de Venezuela, ella y otra persona ganaron la beca otorgada por el gobierno de ese país, a través del Centro Nacional de Cinematografía de Venezuela.

Leiqui quería hacer documentales que representaran a su pueblo y comenzó a ver películas sobre los wayú. Recuerda que una de las cintas denigraba la figura de la mujer. “Veía esa película y lloraba. Ese es el imaginario del director... En ese momento, entendí que una película es una flecha directa al corazón. Necesitaba hacer películas porque mi pueblo no podía seguir representado de esa manera”.

En un principio, su mamá se opuso al viaje. “Mi mamá se alarmó, que cómo me iba a ir tres años adonde no conocía a nadie, que no sabía nada de la gente de allá, que no tenía ni un familiar, que qué es eso que una mujer wayú estuviera viajando sola y sin marido. Pero mi papá me agarró: ‘Mija, ya usted está grande, si se quiere ir, la apoyo’”.

Con el respaldo de su familia, llegó a Cuba en una madrugada. “He agarrado un taxi para irme a la escuela. Monte monte monte y nada nada, todo oscuro y el señor hablándome… El cubano taxista: ‘¿Y usted es primera vez que viene a Cuba?’”.

La imaginación se apoderó de ella, pensaba: “Me mataron, me violaron, me descuartizaron. Si me matan por acá, cómo me devuelven, cómo reconocen mi cuerpo”. El trayecto le valió una hora y 15 minutos de angustia, y también 30 dólares, más de la mitad del dinero que llevaba para tres meses.

“Los primeros días tuve contacto con un chico francés, Pablo, que estudió Cine en Francia, y con una polaca que estudió Antropología. Todos eran muchachos de mi edad, jóvenes, inquietos. El primer intento de conversación fue como: ‘Hola, ¿cómo te llamas?, ¿de dónde vienes?, ¿de qué escuela de cine vienes?, ¿en qué festivales has participado?, ¿viste tal película?, ¿‘El Espejo’ de Tarkovski’?, la estructura narrativa, el discurso audiovisual…’. Pensé: ‘Dios mío, de qué me están hablando’. No conocía nada, estaba en blanco. Las primeras dos semanas me quería venir. ‘Esto no es para mí, no tengo este nivel. Yo no estoy para ser un artista con un superego, solo quiero poder contar nuestras historias como pueblo”.


Poco a poco se adaptó al que era su nuevo hogar, donde dormía, comía y veía tantas películas como lo permite una mediateca (el archivo que reúne los contenidos audiovisuales en las bibliotecas). Recuerda que cuando no destinaba un fin de semana a rodajes, viajaba a La Habana.Un indígena panameño y otros amigos centroamericanos fueron sus aliados. “Él me orientó muchísimo. Entendía mi incertidumbre como indígena en ese nuevo mundo. Fue una gran fortaleza”. También entabló una amistad con la entonces directora de la escuela y conoció a quien sería su inspiración: el cineasta italiano Erick Gandini.

“No es Cuba lo que uno vive allí (en la escuela), había gente de todo el mundo. Tuve amigos de El Salvador, Colombia, Francia, África, Polonia, Brasil, Puerto Rico, Honduras, Guatemala, Haití; uno de cada país. Allí mi mundo había cambiado, no era mi comunidad, no eran solo Venezuela y Colombia. El mundo no me parecía tan grande como antes, me parecía más accesible”.


Es una de las líderes de la Escuela de Comunicaciones del pueblo wayú
, un proyecto dirigido a jóvenes. “No hay comunicadores wayús que puedan hablar sobre la situación de los pueblos. Siempre pensé que era importante que jóvenes wayús pudieran aprender lo que aprendí. No todos tendrán la posibilidad de ir a la escuela de cine”.Tras obtener su título como cineasta en el 2012, Leiqui ha dirigido varios cortometrajes y ahora trabaja en el proyecto de su primer largometraje documental, dedicado a la mujer wayú.

También creó la Fundación Audiovisual Wayaakua en Maracaibo y dirigió la Muestra Internacional de Cine Indígena de Venezuela, país que decidió dejar ante la crisis económica; ahora vive en La Guajira. “El cambio de bolívar a peso es muy alto. Trabajar acá me permite ayudar a mi familia, que vive en Venezuela (...) Estar en zona fronteriza me permite moverme entre los dos países”.

Dirigir una película en la que todos los realizadores y el equipo técnico sean wayús, y ser referencia del cine indígena en Latinoamérica son sus sueños profesionales. También desea ser madre: “Mi otro gran sueño es poder tener un hijo pronto para poder continuar con mi linaje, trascender y enseñarles a mis hijos todo lo que sé”.

Fuente original: El Tiempo