En 1983 se estableció el 5 de septiembre como el Día Internacional de las Mujeres Indígenas, resaltando su lucha por la Madre Tierra y por sus derechos y los de sus comunidades. Esta fecha se conmemora en honor a la indígena Aymara Bartolina Sisa, asesinada en 1782, una de las representantes de la resistencia indígena frente a la colonización española.
De acuerdo con el Informe Final de la Comisión de la Verdad, en Colombia hay 384.886 víctimas del conflicto armado que hacen parte de la población indígena, de las cuales 199.947 son mujeres, es decir, el 51,94%. De estas, 1.490 han sido víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual.
Las afectaciones de la guerra sobre los cuerpos de las mujeres indígenas son evidentes. El 18 de abril de 2004, en Bahía Portete, La Guajira, fueron asesinadas seis personas, de las cuales cuatro eran mujeres. Esta situación produjo el desplazamiento forzado de más de 600 indígenas wayúu.
Aun así, las mujeres indígenas son reconocidas por sus aportes en la construcción de paz. De acuerdo con Solanlle Cuchillo Jacanamijoy, mujer Kamëntsá y profesional de acompañamiento a grupos étnicos de la Universidad de Antioquia, “en muchos de los pueblos originarios las mujeres hemos sido ese puente que truequea las semillas, que lleva palabra a otros espacios; entonces, en ese sentido, en los momentos difíciles de la violencia en los territorios, hemos sido quienes de algún modo ayudamos a fortalecer esos lazos del tejido social, del tejido comunitario y así como alimentamos a la familia también alimentamos esa esperanza de comunidad… algunas como armonizadoras, como sembradoras de la chagra, como quienes traen el agua a la casa, desde todos esos espacios hemos podido aportar”.
Las mujeres también han sido referentes de organización y de lucha. En el Informe de la Comisión de la Verdad se documenta la historia de Aída Quilcué Vivas, quien luchó por la verdad y reconocimiento de responsabilidades frente al asesinato de su esposo José Edwin Legarda, ocurrido el 16 de diciembre de 2008; logrando un triunfo en el proceso penal, en el que fueron condenados “un sargento viceprimero, un cabo tercero y cuatro soldados del Batallón José Hilario López, de Popayán”.
Al respecto, Solanlle nos recuerda cuáles son sus luchas: “las luchas de las mujeres indígenas en la actualidad son diversas como somos las mujeres indígenas en nuestro país; algunas están luchando por espacios de participación política dentro de sus comunidades, dentro de sus organizaciones o por fuera de estas, otras están en diversos territorios en defensa del agua, de la tierra, otras estamos en escenarios académicos proponiendo espacios para que los saberes de las mujeres indígenas, los saberes ancestrales, puedan ser parte también de la academia”.
Este es otro escenario de resistencia de las mujeres indígenas, donde se organizan para visibilizar y preservar sus saberes ancestrales, reclamando un lugar para sus conocimientos que se oponen a la colonialidad que se ha impuesto en las instituciones educativas y sus currículos. En este sentido, Solanlle resalta las apuestas que como mujeres indígenas han planteado desde la academia: “en principio hemos venido siendo parte de esos espacios organizativos que nos congregan como indígenas estudiantes, entonces el rol dentro del espacio académico ha sido visibilizar esas problemáticas que tenemos de acceso, de permanencia y, en la Red de Cabildos Indígenas Universitarios, por ejemplo, se mencionaba pertinencia, haciendo referencia a que puede haber calidad, pero la calidad también existe en la educación cuando se corresponde con temáticas que responden a las necesidades de los territorios”. También menciona la importancia de plantear la pregunta por el acceso integral a la educación: ¿Cuántas mujeres indígenas llegan a la universidad? ¿Qué pasa con las estudiantes que son madres? ¿Cuántas logran egresar?
Aunque es mucho el camino abonado y se perciben avances organizativos y de reconocimiento de derechos, la realidad del país pone de manifiesto la necesidad de que la sociedad y el Estado salden la deuda histórica que tienen con las comunidades ancestrales y en especial con las mujeres, cuidadoras y defensoras de la vida y del territorio.