Fuente de la imagen: IWGIA
Algo deben saber los pueblos originarios sobre las relaciones entre ellos mismos y con la naturaleza, que sea de utilidad para una civilización moderna que apenas llega a 300 años, y una de cuyas características es la pérdida de la memoria.
Con este título en su versión interrogativa publiqué un ensayo en la revista Papeles (107, 2009), el prestigioso medio que desde hace 36 años publica en España estupendos artículos críticos sobre relaciones socio-ambientales, derechos humanos, paz, democracia y otros temas (https://www.fuhem.es/revista-papeles/). Se trató de un número especial sobre sabidurías ecológicas.
Hoy retomo el tema, porque con el paso del tiempo esa tesis se ha visto robustecida por nuevas evidencias y porque en vez de diluirse se ha vuelto más actual y decisiva. En las últimas tres décadas los pueblos indígenas han pasado de ser un sector marginado, discriminado y explotado, casi invisible, a un segmento social pleno de valores y conocimientos de gran importancia ante la crisis del mundo moderno.
Ello ha sido posible por los avances de la investigación científica que ha ido revelando aspectos nodales, por la aparición de organizaciones de la sociedad civil, y por las propias movilizaciones de los pueblos en rebeldía. Un buen ejemplo de lo anterior lo constituye el IWGIA, siglas en inglés del Grupo Internacional sobre Asuntos Indígenas, organización internacional dedicada a promover, proteger y defender los derechos indígenas (https://www.iwgia.org/en/focus.html).
Los primeros aportes se refieren a su diversidad y demografía. Aquí las contribuciones de los lingüistas y antropólogos han sido decisivas. Hoy existe un catálogo digitalizado de todas las lenguas del mundo. Se trata de Ethnologue, la base de datos del Instituto Lingüístico de Verano que produce un reporte anual desde hace 25 años y que en su entrega de 2022 registra 7 mil 151 lenguas vigentes, con datos sobre su ubicación geográfica, población y más (https://www.ethnologue.com/ethnoblog/gary-simons/welcome-25th-edition).
De ese total, 98 por ciento corresponden a los pueblos indígenas. Por otro lado, las estimaciones proporcionadas por organismos internacionales como el Banco Mundial o la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura calculan entre 370 y 476 millones el número de individuos pertenecientes a algún pueblo indígena como habitantes de 90 países.
De vital importancia ha sido el tema de los territorios. Cuando se hizo el primer estudio a escala global, que sumó los datos de los territorios reconocidos o no de los pueblos indígenas de cada país, se arribó a una cifra inesperada: 38 millones de kilómetros cuadrados o ¡25 por ciento de la superficie terrestre del planeta! (Garnett, et al., 2018; Nature Sustainability 1: 369). Un nuevo recuento recientemente publicado (https://www.oneearth.org/2022-report-on-state-of-the-indigenous-peoples-and-local-communities-lands/) ofrece una cifra aún mayor: 32 por ciento.
El paso siguiente fue conectar la biodiversidad global con esos territorios. Los avances logrados en las tecnologías de la percepción remota y el procesamiento de datos han hecho posible que hoy se disponga de un panorama bastante completo de la diversidad biocultural del planeta. En 40 regiones del mundo que representan apenas 8.4 por ciento de la superficie terrestre se localiza 67 por ciento de las especies de plantas, y más de la mitad de todos los mamíferos, aves, reptiles y anfibios terrestres. En una investigación seminal se determinó que 4 mil 824 pueblos indígenas habitan esas regiones, es decir, 68 por ciento del total identificados por la lengua, un fenómeno que no deja de ser un misterio (https://patrimoniobiocultural.com/producto/que-es-la-diversidad-biocultural/).
Ahora bien. El principal rasgo de un pueblo indígena es su larga presencia en un territorio determinado. Así, los mayas yucatecos; los warao, de Venezuela, y los kayapó, de Brasil, tienen una antigüedad certificada de 3 mil años, en tanto los matorraleros de Kalahari 18 mil , los aborígenes australianos 40 mil y los pigmeos africanos 60 mil. Como lo mostramos en nuestro libro La memoria biocultural (https://www.biodiversidadla.org/ Documentos/Libro_La_Memoria_Biocultural) para toda cultura cada ciclo anual implica un perfeccionamiento respecto del año anterior. El tiempo para esos pueblos no es circular sino elíptico y simulando una espiral. Existe un recuerdo de la experiencia adquirida, y hoy por hoy son el único segmento de la sociedad que resguarda remembranzas de las largas batallas de la especie humana por sobrevivir. Una larguísima batalla de 295 mil años.
En estos tiempos de la humanidad en crisis, algo deben saber los pueblos originarios sobre las relaciones entre ellos mismos y con la naturaleza, que sea de utilidad para una civilización moderna que apenas llega a 300 años, y una de cuyas características es la pérdida de la memoria. Muchas lecciones aportan, si bien su concepto supremo es el del buen vivir. De las muchas definiciones, la de los tseltales de Chiapas ( Lekil kuxlejal) me parece la más diáfana: Vivir bien es estar en equilibrio con uno mismo, con los otros, con la Madre Naturaleza y con el misterio, la inmanencia o la inteligencia cósmica. Estamos ante un reconocimiento que debería ser aceptado y adoptado como paradigma central.