Por Rebeca Mateos Herraiz
En el 2020 muchos afirmaron que el Covid-19 paró el mundo. Pero eso no fue del todo cierto. No hizo desaparecer los conflictos armados, la desnutrición y las demás epidemias. Tampoco se detuvieron los incendios y la deforestación en selvas y bosques con la intención de extraer materias primas, la agricultura industrial y la ganadería intensiva, que aumentaron la destrucción de los ecosistemas que ayudan a controlar la dispersión de las enfermedades como la de Covid-19.
La implementación de las vacunas nos devuelve a la llamada normalidad en un contexto distópico y se corre el riesgo de olvidar los motivos por los que surgen estos virus, que de no revertirse seguirán produciendo más pandemias a corto plazo, según los científicos.
La aparición del Covid-19 puso en evidencia que cuando destruimos la biodiversidad destruimos el sistema que sustenta la vida humana. Cuanto más biodiverso es un ecosistema, más difícil es que un patógeno se propague rápidamente.
Millones de hectáreas desmontadas
La deforestación, entre otros factores, genera desplazamiento de especies silvestres, lo que a su vez produce una aproximación cada vez más cercana e interacciones entre los animales y el ser humano exponiéndolo a enfermedades infecciosas, fenómeno que es conocido como zoonosis.
Cuando un bosque se degrada se convierte en una versión reducida de lo que solía ser y su salud disminuye hasta que ya no puede sustentar a las personas y la vida silvestre que lo habitan. Por ejemplo, filtrando el aire que respiramos y el agua que bebemos, o proporcionando alimento y refugio a los animales. Aproximadamente 6,5 millones de hectáreas de bosques tienen un alto riesgo de degradarse en los próximos diez años, según el Fondo Mundial para la Naturaleza.
Hay factores principales de la degradación de los bosques. Uno de ellos es el cambio climático: las temperaturas más altas y los impredecibles patrones climáticos aumentan el riesgo y la gravedad de los incendios forestales, la infestación de plagas y las enfermedades. Pero la principal causa de la degradación de los bosques es la tala insostenible e ilegal. Es una industria multimillonaria basada en la creciente demanda de madera, productos de papel y combustible baratos, denuncia el Fondo Mundial para la Naturaleza.
La degradación de los bosques es también el preámbulo de la deforestación. Cuando una empresa maderera crea caminos en lo profundo de un bosque después le siguen otras empresas. Vendrán más madereros, pero también mineros, ganaderos y agricultores que de otra manera no habrían tenido acceso.
Según la FAO, entre 2015 y 2020, la tasa de deforestación de los bosques a nivel mundial se estimó en diez millones de hectáreas por año. El área de bosque nativo en todo el mundo ha disminuido en más de 80 millones de hectáreas desde 1990.
Con respecto a la deforestación mundial asociada a la ganadería industrial, según Greenpeace, el 75 por ciento se asocia a esta causa, tanto para obtener pastos como para la producción de piensos (alimentos para animales).
La ganadería industrial tiene un papel fundamental en la aparición y propagación de enfermedades similares al Covid-19, según Greenpeace. De hecho, se estima que el 73 por ciento de todas las enfermedades infecciosas emergentes se originan en animales y que la ganadería transmite una cantidad extraordinaria de virus, como los coronavirus y los de la influenza, a los seres humanos.
La situación en América Latina
América Latina es una de las tres regiones del mundo donde más rápido avanza la deforestación.Una región en la que los bosques ocupan un 46,4 por ciento de la superficie y en la que hay 935 millones de hectáreas de bosques y selvas.
Las zonas más vulnerables son las situadas en climas tropicales y subtropicales, pero también son las de mayor biodiversidad del planeta. En ellas, vastas extensiones de bosque húmedo han sido arrasadas por ejércitos de leñadores y topadoras de desmonte. El uso de estas tierras para cultivos agrícolas y cría de ganado resistente al calor, así como la utilización de los recursos naturales con fines diversos (industria maderera, textil, farmacéutica y otras) dio como resultado la devastación progresiva de tales áreas.
Entre 1990 y 2015, la superficie forestal de la región perdió 96,9 millones de hectáreas, según la FAO.
Los incendios, la mayoría provocados para despejar tierra para el monocultivo como la soja o para instalar la ganadería, son otras de las causas de la pérdida de bosques y selvas nativas.
Desde Global Forest Watch consideran que el mayor impacto de la pandemia en los bosques está por llegar, ya que los países que intenten reconstruir sus economías tendrán que decidir si hacerlo de un modo en el que se protejan los bosques o los sigan destruyendo. Para la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente, en el caso de América Latina está claro que no será así, debido a que hay una gran tendencia a incluir el extractivismo como una manera necesaria para el mal denominado crecimiento económico.
El deterioro de la Amazonía
La Amazoníaes el bosque tropical más grande del planeta. Se extiende a lo largo de siete millones de kilómetros cuadrados, una superficie similar a Australia. La selva intercambia dióxido de carbono (CO2) con la atmósfera de forma constante, tanto emitiendo como absorbiendo este gas.
La absorción de CO2 se produce a través de la fotosíntesis, pues durante el día las plantas utilizan luz solar y el dióxido de carbono de la atmósfera para producir su alimento, y como resultado emiten oxígeno. Por las noches, las plantas respiran, tomando oxígeno y expulsando dióxido de carbono. Otro proceso natural que devuelve dióxido de carbono a la atmósfera es la descomposición de las hojas, raíces y compuestos orgánicos que componen la selva.
El considerado pulmón del mundo ha perdido más de dos millones de hectáreas de bosques en Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, entre 2017 y 2020. En este periodo de tiempo, se redujeron en un promedio de medio millón de hectáreas por año, según el reporte del Proyecto Monitoreo en la Amazonía Andina (MAAP).
Los resultados muestran que entre el 2017 y 2019, antes de la pandemia, las áreas protegidas tuvieron las tasas más bajas de pérdida de bosque nativo en los cuatro países amazónicos del estudio; mientras que en territorios indígenas la tasa de deforestación fue ligeramente más alta en esos años. Para el 2020, esta tendencia se invirtió, siendo las áreas protegidas las más afectadas.
El análisis muestra que Bolivia fue el país donde más deforestación hubo dentro de áreas protegidas y Perú dentro de territorios indígenas. La pérdida de superficie boscosa en Colombia y Ecuador se registró sobre todo en bosques nativos sin protección.
La pérdida de bosque nativo sostenida en el tiempo en la Amazonía está teniendo consecuencias terribles para el medio ambiente. Según un reciente estudio de la Revista Nature, la zona este de la selva amazónica emitió entre 2010 y 2018 más dióxido de carbono que la oeste, y el sureste amazónico es ya un emisor neto de CO2 a la atmósfera, es decir, emite más que absorbe. El resto del bosque tropical se mantuvo en equilibrio de emisiones y absorciones.
Esto puede significar que la selva amazónica pase a convertirse en un agravante más del cambio climático. Este estudio de los gases de efecto invernadero del Amazonas muestra que la inhalación y exhalación de CO2 no es la única forma en la que el bosque contribuye al deterioro ambiental. El secado de los humedales y la compactación del suelo debido a la tala pueden aumentar las emisiones de óxido nitroso, otro gas de efecto invernadero.
A esto se suman los incendios, en muchos casos provocados, que liberan carbón negro, conformado por partículas de hollín de pequeño tamaño que absorben la luz solar y aumentan el calor. Esta deforestación puede fomentar alteraciones en los patrones de lluvia, secando aún más y calentando el bosque, según el informe.
Menos árboles significa menos lluvias y temperaturas más altas, lo que hace que la estación seca sea aún peor para el bosque restante.
Desmontes en Argentina
La deforestación en la Argentina está impulsada por el avance de la frontera agropecuaria y el crecimiento urbano, lo que causa degradación de los ambientes naturales, desplazamiento y empobrecimiento de las comunidades indígenas y campesinas, pérdida del patrimonio natural y cultural y la extinción de especies autóctonas.
Por su histórico perfil de país agroexportador, y la creciente demanda internacional de granos, Argentina transformó buena parte de sus pastizales y bosques nativos en tierras de cultivo. El avance de la frontera agropecuaria es atribuible en gran medida a la expansión del cultivo de soja, por sus elevados precios internacionales.
En la última década se han perdido, en promedio, alrededor de 300.000 hectáreas anuales, según la Fundación Vida Silvestre. El 80 por ciento de la deforestación de Argentina se concentra en cuatro provincias del norte, que forman parte del Gran Chaco: Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco.
Chaco: megagranjas porcinas, capital chinos y deforestación
Los rumores sobre el desembarco de megagranjas porcinas de capital chino, el desmonte para sembrar y abastecerlas, plantaciones de banana y mango son algunas de las propuestas que impulsa el gobierno de Chaco y que no harían más que agravar la situación de la zona y convertirla en un foco de futuras pandemias.
Se pretende llevar a cabo sin cumplir con el proceso de consulta previa con las comunidades indígenas del Pueblo Qom, a quienes pertenecen las 140 mil hectáreas de territorio en el que quieren instalarlas.
En los últimos ocho meses, en el Chaco argentino salteño se arrasaron más de 10.000 hectáreas. A pesar de un fallo judicial que suspendió los desmontes en noviembre del año pasado, las topadoras no han cesado de trabajar.
Según datos del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Argentina, Chaco fue la provincia con mayor pérdida de bosques nativos entre 2016 y 2019, con 130.487 hectáreas deforestadas. Por su parte, el monitoreo satelital de Greenpeace detectó que, a pesar de las restricciones impuestas por la pandemia de Covid-19, durante 2020 en la provincia se perdieron 13.128 hectáreas de bosques.
El desmonte durante 2020 en el Norte de Argentina fue de 114.716 hectáreas (Santiago del Estero encabezó el ranking con 32.776 hectáreas; le siguió Jujuy con 30.071 hectáreas, Salta con 20.962 hectáreas, Formosa con 17.779 hectáreas y Chaco con 13.128 hectáreas).
Según Greenpeace, las emisiones por deforestación en las provincias de Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco durante 2020 fueron de 20.922.835 toneladas de dióxido de carbono. Un valor comparable con la emisión producida por 4.480.264 vehículos en circulación durante un año.
Un millón de hectáreas incendiadas
Otra causa del deterioro de los bosques son los incendios forestales que se repiten todos los años y se agravan por el cambio climático. Los bosques se encuentran cada vez más amenazados por las quemas provocadas por fenómenos naturales y la actividad humana, ya sea por negligencia o de manera intencional.
Organizaciones ecologistas reclaman desde hace años que se cataloguen como delito penal tanto a los desmontes como los incendios forestales; y que se obligue a los responsables a la restauración de los bosques nativos destruidos.
El 95 por ciento de los incendios son provocados por el ser humano de forma intencionada o por un descuido. Según datos del Ministerio de Ambiente, en septiembre de 2020 se destacó una gran cantidad de incendios en toda Argentina. Asociado a ello, gran parte del país recibió menos lluvias de lo previsto y cuatro regiones (Litoral, Norte, Centro y la zona núcleo agrícola) atravesaron uno de los años más secos de las últimas seis décadas.
Los reportes del Ministerio, como señala en un informe la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), muestran que se quemaron 1.106.621 hectáreas, es decir, un 0,29 por ciento de la superficie total de Argentina. El 57 por ciento de la superficie quemada corresponde a las provincias de Córdoba y Entre Ríos (el dos por ciento de la superficie de Córdoba y el cuatro por ciento de la superficie de Entre Ríos), lo que equivale a 55 veces la superficie de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y 16 veces el Parque Nacional Iguazú. Esta superficie representa el 6,5 por ciento de la superficie sembrada con soja y el 16 por ciento de la superficie destinada al maíz en la campaña 20/21.
En el sur del país, en marzo del presente año, siete localidades de la Comarca Andina comenzaron a arder. Las Golondrinas, El Hoyo, Epuyén, El Maitén, Cholila, Cerro Radal y Lago Puelo fueron escenario de diferentes focos de incendio que, en unas horas, arrasaron con más de 250 casas y unas 15.000 hectáreas de bosques, según estimaciones oficiales realizadas en base a imágenes satelitales.
Pandemia de pobreza
El Covid-19 y la crisis climática, junto con los conflictos, son las causas principales de que el precio de los alimentos hayan subido el 40 por ciento en tan solo un año en todo el mundo, según un reciente informe publicado por Oxfam.
El 30 por ciento de la población mundial (aproximadamente 2300 millones de personas) careció de acceso a una alimentación adecuada durante el año pasado: es un aumento de casi 320 millones de personas en solo un año. La escasez se concentra en Asia, África y América Latina, según Oxfam.
Según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), como resultado de la pandemia, alrededor de 270 millones de personas pueden haber padecido inseguridad alimentaria aguda en 2020.
En América Latina y el Caribe, la pandemia llegó en un momento de vulnerabilidad macroeconómica. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). El aumento del desempleo, la caída en los ingresos y el incremento de los precios de los alimentos ha hecho que millones de personas no puedan adquirir suficientes alimentos, y muchas otras, opten por alimentos más baratos y de menor calidad nutricional, según la FAO y la Cepal.
En 2020, en América Latina y El Caribe, se produjeron 16 millones de nuevos pobres (respecto a 2019), llegando a un total de 83,4 millones en total.
Impactos sociales y económicos del Covid-19
Los impactos sociales y económicos de la pandemia de Covid-19 profundizaron la situación de vulnerabilidad social. La pobreza en el segundo semestre de 2020 aumentó 5,5 puntos porcentuales respecto al mismo semestre del año anterior, alcanzando al 40,9 por ciento de la población, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Esto significa que aumentó en 2,5 millones de personas las que no logran acceder a una canasta básica de bienes y servicios, de los cuales, 560.000 son niños y niñas y adolescentes menores de 15 años.
En Argentina la pandemia no afectó a todos los territorios por igual. En el Chaco salteño, a un año y medio de la declaración de la emergencia sociosanitaria de tres departamentos (por la muerte de ocho niños, las niñas y niños indígenas), siguen padeciendo la misma situación de desnutrición, falta de agua y despojo de territorios debido a los desmontes. Se registró un 66 por ciento de niños y niñas bajo la línea de la pobreza y el 40 por ciento de los hogares no llegan a la canasta básica de alimentos.
Los 24 partidos del conurbano bonaerense y las regiones patagónicas y pampeana también se vieron muy afectadas. Además, se profundizó la brecha de pobreza: la distancia entre el ingreso medio de los hogares en condición de pobreza (25.759 pesos) y su canasta básica total (43.785 pesos) se amplió a 41,2 por ciento, indicando no solo un incremento en la proporción de personas bajo la línea de pobreza, sino también un claro deterioro en sus condiciones de vida, según el Indec.
El incremento en los números de pobreza se explica por dos factores principales: una pérdida de poder adquisitivo por los congelamientos (o reducciones) salariales durante los meses más estrictos de aislamiento, y por otro lado, por una pérdida absoluta de ingresos laborales derivada de la pérdida de puestos de trabajo. Los datos del segundo trimestre de 2020, del Indec.
ilustran la realidad: casi cuatro millones de personas perdieron el empleo, al menos temporalmente, y una gran mayoría pasó a la inactividad. La pérdida de empleo se compone principalmente por una merma de los trabajos por cuenta propia y asalariados informales, y dentro del grupo de trabajadores de la construcción, comercio, hoteles, gastronomía y trabajo doméstico.