Las experiencias con transgénicos en el país comenzaron hace unos diez años y en 2003 se comercializó la primera cosecha de ese tipo con el aval del Gobierno. Desde entonces, los cultivos genéticamente modificados se han expandido a una velocidad sorprendente.
El año pasado Brasil plantó 21,4 millones de hectáreas con cultivos genéticamente modificados, lo que corresponde al 16 por ciento de la producción mundial de transgénicos, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (Isaaa, por su sigla en inglés).
Con eso, Brasil se convirtió en el segundo país mayor cultivador de transgénicos en el mundo, por delante de Argentina, que tiene 21,3 millones de hectáreas. La clasificación la lidera Estados Unidos, con 64 millones de hectáreas.
Los índices del Isaaa indican que el 71% de la soja plantada en Brasil ya es transgénica, así como el 31% del maíz y el 16% del algodón, números que deben crecer en los próximos años, según dijeron a Efe especialistas del sector participantes en una feria agrícola en la ciudad de Não-Me-Toque, en el estado de Río Grande do Sul.
"La tendencia es que en poco tiempo toda la soja, el maíz y el algodón brasileños sean genéticamente modificados. También optaremos por el trigo transgénico cuando se apruebe su producción, a menos que el consumidor final exija lo contrario", afirma Gelson Melo de Lima, gerente de producción de la cooperativa agropecuaria Cotrijal, organizadora de la feria.
Según los agricultores, la falta de subsidios del Gobierno para el sector agrícola influyó en la rápida adopción de los cultivos genéticamente modificados desde su aprobación.
"Estados Unidos y Europa tienen buena parte de la producción subsidiada, lo que les permite cobrar más barato. Aquí no tenemos eso. Los productores incorporaron las nuevas tecnologías de forma acelerada porque vieron la oportunidad de bajar los costes y ganar más fuerza en el mercado", agrega Melo de Lima.
Según los expertos, los transgénicos son cada vez más aceptados en Brasil y hay estudios que comprueban la fiabilidad y seguridad de los alimentos genéticamente modificados.
El productor rural Ivo Urbano Richter argumenta que el uso de la biotecnología también ayuda a preservar el medio ambiente porque al usar semillas resistentes a larvas e insectos se reduce la necesidad de recurrir a venenos y otros productos químicos en las plantaciones.
"Con eso se contribuye a la recuperación de la biodiversidad de las zonas rurales y además se economiza agua y energía", afirma.
Por su parte, Marcelo Gravina, especialista del núcleo de biología molecular vegetal de la Universidad Federal de Río Grande do Sul, considera que la biotecnología también tiene ventajas para la salud.
"Brasil tiene hoy muchos problemas con alimentos contaminados por hongos, que entran cuando los insectos atacan las plantaciones", señala.
Gravina agrega que, "al cultivar maíz que reduzca la amenaza de los insectos, también se reduce la contaminación y la probabilidad de enfermedades en humanos".
Según este experto, los agricultores europeos son más reticentes que los americanos o los asiáticos a los cultivos transgénicos porque buena parte de su producción agrícola está subvencionada por los Gobiernos y porque tienen poca área disponible para cultivos.
Distintos especialistas participantes en la feria señalaron a Brasil como un país de vanguardia, junto a Estados Unidos, en cuanto a la investigación y aplicación de sistemas biotecnológicos.
"El cultivo de transgénicos crece en torno a ocho por ciento al año en el mundo y Brasil es uno de los países que tiene tasas superiores a esa", anota Gravina.
Como parte de esos avances, citó el desarrollo de la semilla de soja brasileña genéticamente modificada, cuya producción fue aprobada el año pasado y que en el futuro próximo desplazará de los campos a la usada actualmente, que es comprada a multinacionales de Estados Unidos.