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Los yawanawá son una tribu que vive en el corazón del Amazonas, al sur de la Tierra Indígena Río Gregorio. Son pocos, menos de 1.300 personas, y pese a sus problemas de salud, económicos y de movilidad, hay una alarma que al hombre blanco asusta pero que a ellos les es indiferente: las serpientes.

Llevan cientos de generaciones viviendo de la caza, la pesca y de una agricultura de subsistencia, y ninguno recuerda que alguien haya muerto por la picadura de un ofidio en la jungla.

La razón reside en su avanzado conocimiento de las plantas medicinales, unas 2.000 especies que sirven no sólo para evitar las muertes por picaduras venenosas, sino también para tratar desde ligeros dolores de cabeza hasta intoxicaciones.

Lo que no pueden tratar, o al menos los miembros de la tribu no conocen los remedios naturales, son las enfermedades que han llegado por el contacto con la civilización. Cuando necesitan un médico, los miembros de la tribu tienen que llegar hasta la ciudad de Tarauacá, y eso implica emprender un viaje de al menos cuatro días de canoa y otros cuatro de caminatas.

El amplio catálogo farmacéutico de la selva

La selva ofrece a estos habitantes nativos una abundante farmacopea que tienen al alcance de la mano, pero como los yawanawá no cuentan con escritura, todo su saber se transmite por vía oral. Y tras la muerte del chamán (especie de curandero y sacerdote) más anciano a los 103 años, Tata Yawanawa, la comunidad sintió como gran parte del conocimiento se perdió para siempre.

La asociación Forest Trends, junto con la Asociación Cultural de Yawanawa y la Agencia Brasileña de Investigación Agropecuaria realizaron una guíapara que las futuras generaciones puedan recibir los conocimientos milenarios de las plantas medicinales que les rodean. En una publicación redactada en portugués, describen las 21 plantas más importantes para tratar las picaduras de serpientes, entre ellas la “Pitsuru Pãni”, la vid trepadora “Runa Nushi” o la eficaz “Runa Kene”, cuyas hojas tienen fama de ser muy eficaces.

Pero el trabajo de divulgación no se limita a la impresión escrita, sino que también se ha promovido que estas y otras plantas sean cultivadas en un huerto cercano para disponer en caso de necesidad. La otra vertiente es incentivar a los jóvenes a que sigan el paso de sus chamanes y aprendan los secretos de las curaciones y el uso de plantas medicinales.

Una enciclopedia sólo para indígenas

Esta tribu no es la única que busca salvar su conocimiento milenario del olvido. La tribu matsé, que se distribuye entre el oeste de Brasil y el este de Perú, ha creado una enciclopedia de 500 páginas que compila su conocimiento medicinal.

Realizada con la colaboración de la asociación conservacionista Acaté, esta obra tiene una diferencia clave con la de los yanawaná: sólo se presenta en la lengua matsé. El objetivo es que sea comprensible para los jóvenes de la etnia, porque se calcula que con la pérdida de la identidad cultural en una o dos generaciones sus conocimientos de las plantas medicinales –entre otros saberes- se olvidaría para siempre.

Cada entrada que clasifica una enfermedad explica cómo reconocer los síntomas, cuáles son las causas, y qué plantas son adecuadas para el tratamiento. Sin embargo, pese a presentar imágenes de los vegetales utilizados para la medicina tradicional, no se acompaña del nombre científico.

Temor al robo de los conocimientos

Es que hay un temor generalizado a la biopiratería, ya que los habitantes nativos tienen experiencias poco agradables con las grandes corporaciones farmacéuticas. “En la historia abundan los ejemplos de robos a indígenas”, describe Christopher Herndon, presidente de Acaté. “Varias compañías farmacéuticas y universidades presentaron patentes sobre los péptidos (tipo de moléculas formadas por la unión de varios aminoácidos) de las secreciones de la rana mono grande sin el reconocimiento a los pueblos nativos”, dice Herndon, en referencia a las secreciones de este batracio, que cuenta con propiedades antimicrobianas, narcóticas y vasoactivas.

Dudas de la ciencia

La ciencia no siempre se fía al 100% de las propiedades medicinales de las plantas que utilizan los habitantes de la Amazonia u otras regiones de América para tratar picaduras venenosas. En ocasiones las pruebas de laboratorio comprueban que sus efectos son más de placebo o analgésicos que sanadores. En otros casos, la falta de experimentos dejan la puerta abierta a la duda y no se reconocen los principios fitoquímicos implicados.

En el mundo se producen hasta cinco millones de mordeduras anuales, pero sólo 125.000 son mortales, calcula un estudio de los biólogos José Antonio López Sáez (del Grupo de Investigación Arqueobiología del CSIC) y Josué Pérez Soto (de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua).

Estos científicos precisan que al menos 800 especies (de 121 familias botánicas) se utilizan para mitigar o erradicar los efectos del veneno de los ofidios. Son las denominadas plantas alexitéricas, pero gran parte de sus conocimientos “son apenas accidentales y no existen trabajos detallados al respecto”.

Además no todas las alexitéricas son antídotos eficaces, sino que algunas sirven para aliviar las reacciones, como los vegetales calmantes que se usan para frenar el pánico de la víctima.

Pero estos científicos subrayan, a modo de ejemplo, que un largo catálogo de especies, como la Brownea rosademonte, la Pleopeltis percussa, la Heliconia curtispatha, la Bixa orellana, o la Citrus limon son “100% activas para los efectos hemorrágicos y enzimáticos y letales del veneno del mapanare sudamericano”, una de las serpientes más letales de Sudamérica. Y el largo listado de especies de eficacia comprobada lleva a la ciencia a estudiarlas con más detenimiento.

Tras las pistas de los remedios guaraníes

En Argentina, los científicos de la Universidad Nacional del Nordeste siguen las pistas de los métodos de los indígenas guaraníes y de otras etnias para tratar las mordeduras de la yarará chica, responsable del 80% de los accidentes con serpientes en este país.

El foco está puesto en los efectos de varias plantas como las Asclepias mellodora, la Cissampelos pareira, la Cyperus sesquiflorus y la Dorstenia brasiliensis, entre otras. El punto es que muchas de ellas se describían en los libros de las misiones jesuíticas, como el Herbario de las Misiones, escrito en 1711 por Pedro de Montenegro, del cual sólo hay cuatro ejemplares en el mundo.

Antes de que este conocimiento se den por perdido, los científicos realizan pruebas de laboratorio con roedores a la espera de obtener sueros antiofídicos eficaces, y lograr que el milenario saber indígena pueda ser utilizado en el siglo XXI.

FUENTE: LA VANGUARDIA