Yasmin, Deolinda e Iridiani comparten un mismo sueño: vivir en el campo y del campo en cada uno de sus países de nacimiento. Un sencillo sueño que les ha acarreado ser amenazadas, ver quemadas sus casas e incluso el asesinato de compañeras y familiares. Es el precio de ser campesina en América Latina y durante el mes de julio tejieron alianzas internacionales para que su sueño no se convierta en pesadilla. La VII Conferencia Internacional de La Vía Campesina celebrada en Derio, Bizkaia, reunió a más de 500 líderes campesinos de 43 países y en especial de organizaciones de mujeres y de jóvenes. “Si tenemos que dar la vida para asegurar la de otros, pues habrá merecido la pena”, señala Yasmin Beczabeth López (San Pedro Sula, Honduras, 1987) durante su visita a Europa para participar en el intercambio de experiencias con otras organizaciones.
Cada mes, Yasmin debe teclear una clave en su teléfono móvil para revisar si se lo han vuelto a pinchar. Ella es parte de la Coordinación General del Consejo para el Desarrollo de la Mujer Campesina en su país (Codimca) y vela por la formación política de 6.000 personas en ocho departamentos diferentes de Honduras. Entre sus objetivos está conseguir la titularidad de las tierras también para las mujeres, denunciar los casos de violencia doméstica y fortalecer su actividad agroecológica. “La persecución al movimiento campesino en Honduras es total y en especial sobre las lideresas”.
Al término de una reunión en Lempira, región al oeste del país, asesinaron este año a una de sus compañeras, Adriana García de 59 años. “Al principio nos amenazaban los maridos de las mujeres que empoderábamos. Después el propio Ministerio. Ahora también los empresarios”, denuncia. Pero su tono de voz sigue siendo suave, su mirada no se apaga cuando recuerda a las que ya no están. “Ya no tenemos miedo. Si cumplen las amenazas y ha servido para que otras vidas no se pierdan, pues habrá merecido la pena”, repite. Es la realidad en la que ha nacido, con la que ha crecido y en la que busca alternativas para una Reforma Agraria que posibilite la existencia de los pequeños agricultores.
En busca de una reforma agraria para Honduras
Desde pequeña se acostumbró a ver al ejército en su casa para expulsarles del campo que cultivaban en la región del Copán. Una tierra a la que había tenido acceso su madre tras una reforma agraria que el Gobierno después invalidó y por la que lucharon durante 10 años hasta legalizarla. A los 15 años decidió abandonar el campo para escapar de la violencia doméstica y estudiar Hostelería y Turismo en la ciudad. Pero pronto regresó para crear un grupo de jóvenes campesinos que le han conectado con movimientos de toda la región. “De querer vivir en paz junto a mi abuela, he pasado a querer que vivan en paz todos los campesinos de mi región. Estamos obligadas a reaccionar”.
Los sueños han crecido y durante los días pasados en Derio aportó su experiencia para la elaboración de los Derechos Universales del Campesinado que La Vía Campesina espera que reconozca la ONU y blinden así su modo de vida ante las injerencias de gobiernos, multinacionales y empresarios. “En mi país sólo puedo ser titular de la tierra si soy viuda, madre soltera con hijos o me lo permite un marido. Y hay que acabar con esto”.
A Deolinda Carrizo (Santiago del Estero, Argentina, 1979) tampoco se le quiebra la voz al compartir el coste de sus sueños: en 2003 le quemaron la casa, en 2006 detuvieron a seis familiares acusados de “tenencia de armas de guerra” y en los últimos años ha enterrado a dos compañeros, Cristian Ferreira en 2011 y a Miguel Galván en 2012. “El delito: querer vivir de cultivar la misma tierra en la que nacieron y la misma que desean adquirir los grandes latifundistas del norte del país, en la zona del gran Chaco semiárido”.
Contra el acaparamiento de tierras en Argentina
Su bisabuelo tuvo la primera demanda por no querer vender sus tierras, un año antes de que ella naciera. Y desde entonces, han visto reducidas las tierras libres hasta las 1.200 hectáreas que mantienen de forma colectiva 13 familias de su misma etnia entre amenazas, asesinatos y periodos en paz.
Carrizo también ha acudido a Derio como lideresa al ocupar la secretaria continental de la Coordinadora Latinoamericana de Trabajadores del Campo (CLOC) presente en 21 países. Y durante los días que esté fuera de su tierra serán otros familiares los que cuiden sus 25 cabras, dos cerdos, seis vacas y las pocas gallinas que le quedan tras un ataque de un zorro días antes de embarcar.
Su sueño ya va más allá de ampliar la producción. Ella vela por los 20 focos de conflicto en la zona y es también la responsable de comunicación de la coordinadora. En 2003, el mismo año que el terrateniente mandó quemar su casa, consiguió que se documentara su lucha por parte de la organización internacional FIAN con presencia en Ginebra ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. “El coste fue que tomaran de nuevo nuestras sedes, nos llevaran las computadoras y clausuraran nuestra radio. Todo para que nos marchemos”. De nuevo, no hay rastro de miedo en sus palabras. Sorprende la serenidad con la que explica su situación y la seguridad con la que continúa su lucha: “Seguiremos hasta conseguir vivir en paz en nuestros campos”.
Y son ahora familias de todo el continente las que le buscan a Carrizo para ganar esa seguridad. “La Vía Campesina me ha conectado con familias de toda la región, de todo el continente e incluso de todo el mundo”, señala a la vez que saluda a un agricultor vasco que durante el año pasado visitó Argentina para conocer el día a día de los campesinos. “Una pena que en Europa cada vez sea más difícil acceder también a la tierra”.
Contra los contratos abusivos de la industria en Brasil
Iridiani Graciele Seibert (Santa Catalina, Brasil, 1988) no conoce todavía la realidad de Europa pero domina la de Brasil. Desde pequeña arrimó el hombro en su casa para cultivar yuca, maíz, frijoles, fruta y tabaco hasta que abandonó el campo para estudiar en Venezuela con la Universidad del Campo de La Vía Campesina. Seis años que le convertirían después en un referente dentro del Movimiento de Mujeres Campesinas de su país. Ahora trabaja desde Brasilia en la sede de su organización y sigue los trabajos del campo de su madre y un sobrino a detalle.
Sin embargo, su voz se rompe y su mirada se apaga cuando repasa su experiencia personal. “Mi lucha no es por el acceso a la tierra sino por el mantenimiento de una vida segura y saludable para los campesinos de mi país”. Durante sus años en la universidad, su padre se quitó la vida. “La industria del tabaco genera contratos abusivos para los campesinos que producen la materia prima. Muchos no lo aguantan y caen en duras depresiones con finales fatales”.
Para generar alternativas trabaja ahora a contrarreloj. “El trabajo en el campo es tan perverso como el de los esclavos. Hay que conseguir un cambio”. Estos días en Derio, Seibert no ha parado tanto en la comisión de jóvenes, como en la de mujeres. Sabe que la soberanía alimentaria no le devolverá a su padre pero sí que puede aliviar la carga de muchas familias que desean vivir del campo.
FUENTE: EL PAÍS