Por Eduardo Gudynas, Asier Hernando y Oscar Bazoberry*
Esta reunión se inicia en momentos de turbulencia. Hasta hace poco más de un año atrás, se registraban picos inéditos en el valor de los productos agropecuarios de exportación, los que generaron un fuerte impulso económico en muchos países, pero, simultáneamente, los precios de los alimentos se encarecían. En los meses siguientes la situación cambió radicalmente: la crisis económica impactó sobre esos sectores, los precios de los commodities agrícolas se desplomaron y esas exportaciones cayeron. Hoy existe incertidumbre sobre si se aceleraron los ciclos que afectan los precios de los agroalimentos, o si se trató de una situación excepcional en los mercados mundiales.
En esos vaivenes, los pequeños agricultores, como pueden ser los campesinos en los países andinos, o los productores familiares del Cono Sur, enfrentaron coyunturas exigentes mientras recibían poca o ninguna atención. El estilo de desarrollo agrícola volcado a la exportación y la agroindustria, empresarial y de gran escala, hace que en muchos sitios esos pequeños agricultores sean desplazados, su rentabilidad se estrecha, y en otros lugares quedan relegados a nichos de mercado a nivel local o regional, o sobrevivan bajo el autoconsumo.
“Se suele olvidar que ese amplio conjunto de actores rurales incluidos bajo el rótulo de pequeños agricultores, incluyen cientos de miles de familias, juegan papeles claves en la seguridad alimentaria en la mayoría de los países americanos, han mantenido y desarrollado muy diversas tecnologías agropecuarias adaptadas a sus ambientes locales, y guardan el acervo de ricas tradiciones culturales”
A lo largo de los últimos años, el apoyo estatal a la producción agropecuaria se ha reducido en casi todos los países, y allí donde persiste se enfoca en la producción empresarial volcada a la exportación. Se genera así una situación perversa, donde los pequeños agricultores en unos casos son vistos como grupos tecnológicamente y socialmente atrasados, que el Estado debería “modernizar”, y en otros casos, se los acepta con resignación como una carga social que se deberá amparar.
Se suele olvidar que ese amplio conjunto de actores rurales incluidos bajo el rótulo de pequeños agricultores, incluyen cientos de miles de familias, juegan papeles claves en la seguridad alimentaria en la mayoría de los países americanos, han mantenido y desarrollado muy diversas tecnologías agropecuarias adaptadas a sus ambientes locales, y guardan el acervo de ricas tradiciones culturales.
Se debe reconocer y aprovechar las capacidades de esos pequeños agricultores, por ejemplo, en sus prácticas de producción de bajos insumos, menor uso de maquinaria y derivados del petróleo, y adaptaciones más adecuadas a los ecosistemas locales. En otras palabras, en el camino hacia un desarrollo futuro, que debe enfrentar el cambio climático y las restricciones ecológicas, esos pequeños agricultores antes que “atrasados”, ofrecen prácticas de gran valor que en más de un caso se tendrán que aprovechar.
Por lo tanto, la pequeña agricultura no puede estar ausente de las discusiones ministeriales que se iniciarán en Jamaica. Los acuerdos gubernamentales actuales, expresados en el “Plan Agro 2003-2015”, rubricado en encuentros ministeriales en Panamá y Guayaquil (2005), necesitan una revisión sustancial. Expresan otras prioridades, tales como otorgar un fuerte papel a una agricultura recostada en empresas rurales competitivas, y que correspondían a un contexto político que ha cambiado sustancialmente en muchos países del hemisferio. Por si fuera poco, atendían al optimismo económico pre-crisis típico de aquellos años.
Además, los gobiernos llegan a la cumbre de Jamaica no sólo con el objetivo de revitalizar la agricultura, sino también la “vida rural”, un concepto más amplio que el que puede ofrecer un mero abordaje agronómico o comercial. Bajo ese propósito, el papel de los pequeños agricultores debe recibir una atención privilegiada en las deliberaciones de los ministros y en el plan de acción que acuerden.
Un primer aspecto a señalar es la necesaria recuperación del apoyo estatal. Esto implica, en el caso de los países que, como Brasil, mantienen programas de subsidios y apoyos crediticios que están esencialmente enfocados en la agricultura empresarial o la agroindustria, otorgar los mismos volúmenes de asistencia a la agricultura familiar. En los países donde el apoyo estatal se ha derrumbado, es urgente comenzar a recuperar las inversiones y asistencias orientadas a esos sectores. Mientras que 1980, el 7% del gasto total de los gobiernos en América Latina se destinaba a la agricultura, en la actualidad apenas alcanza al 3%.
Otro aspecto clave reside en apoyar y fortalecer a las comunidades locales dedicadas a la pequeña agricultura. Esto incluye componentes tales como asegurarles protección jurídica, apoyarlos desde el punto de vista tecnológico y comercial, implementar procedimientos efectivos de acceso a la información y su participación en la definición de políticas.
Esos y otros aspectos indican que es necesario un cambio profundo en el desarrollo rural. Tiene razón Chelston Brathwaite, director del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), cuando afirma que la seguridad alimentaria requiere de un “nuevo modelo de desarrollo”. Ese nuevo modelo no es posible sin la participación de los pequeños agricultores.
Los ministros de agricultura deberán incorporar esa cuestión, y deberán hacerlo acompasándolo con las cuestiones de la “vida rural”. Las actuales discusiones sobre el “buen vivir” que están en marcha en varios países sudamericanos permiten dotar de una nueva dimensión a estas discusiones, y vincularla más directamente a la problemática del desarrollo. La agricultura no puede ser vista como una mera proveedora de mercaderías de exportación, sino que desempeña roles mucho más amplios y complejos dentro de cada uno de los países.
La atención a la “vida rural” también permite explicitar el papel de las mujeres en el medio rural. Ellas desempeñan papeles claves en la pequeña agricultura y la mayoría de las veces son las que soportan el peso de la crisis, por lo requieren una atención especial.
Por estos y otros caminos, el encuentro ministerial de las Américas debe volver a poner a los pequeños agricultores en el centro de un nuevo estilo de desarrollo rural, que no puede ser meramente empresarial o comercial, ya que deberá nutrirse de muchas otras dimensiones.
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* Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Uruguay; Asier Hernando es responsable de agricultura y recursos naturales de Oxfam en América del Sur; y Oscar Bazoberry Chali es Coordinador del Instituto para el Desarrollo Rural en Sudamérica (IPDRS), Bolivia.
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