Fuente: El Espectador
Imagen: Cristian Garavito
Los líderes de comunidades indígenas y afrodescendientes del Bajo Atrato están preocupados por su relevo generacional. Por eso organizaron la Escuela Interétnica de Liderazgo Juvenil, para formar a quienes dirigirán los procesos de resistencia y protección de sus territorios.
Una escuela recorre las aguas para llegar a indígenas y afrodescendientes en tres cuencas del río Atrato, en el municipio de Riosucio (Chocó). Nació porque los líderes de las comunidades negras y resguardos indígenas se preocupan por su relevo generacional, por la posibilidad de que los jóvenes continúen con los procesos de protección de su territorio. Además les preocupa que la población joven es la más vulnerable entre las comunidades, pues está expuesta al reclutamiento por parte de actores armados y a la posibilidad de entrar en economías ilícitas, y porque no puede acceder a la educación formal sin tener que irse del territorio.
Las tres cuencas que abarca la Escuela Interétnica de Liderazgo Juvenil, Cacarica, Salaquí y Truandó, así como el casco urbano de Riosucio, han sido afectados históricamente por la presencia de las Farc, el Eln y el Epl desde los 60, y por desplazamientos masivos, asesinatos, desapariciones e incursiones de paramilitares en connivencia con el Estado, sobre todo a mediados de los 90. Hoy se vive cierta tranquilidad ante el silenciamiento de fusiles de las Farc y el Ejército, aunque para nadie es secreto que, después de 20 años, el Eln vuelve a posicionarse en la región y que hay acciones de control por parte de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC).
La Escuela Interétnica se ha tenido que adecuar a las dinámicas de la guerra. Funciona desde hace tres años, cuando las condiciones permiten desplazarse y hacer actividades sin poner en riesgo a los jóvenes. Pero no sólo los jóvenes participan. Lo que ha hecho que el proyecto tenga más impacto y pueda reducir las brechas generacionales es que las autoridades étnicas, las que toman decisiones por sus comunidades, también hacen parte de la escuela. Hablamos con jóvenes y líderes en Riosucio sobre esta experiencia.
Los afros del Chocó invisible
Una emblemática líder es Zenaida Edith Martínez, representante de la Asociación de Consejos Comunitarios del Bajo Atrato (Ascoba), que abarca 13 consejos comunitarios mayores y por lo menos 114 consejos comunitarios o asambleas locales en Riosucio y Carmen del Darién. Zenaida estuvo en La Habana, incidiendo en el capítulo étnico que quedó incluido en los acuerdos de paz con las Farc. Quería que se supiera que existe un Chocó distinto a Bojayá y Quibdó, por eso habló de los atropellos y la marginación en el Chocó invisible del Bajo Atrato. “Ahora que piensan hacer zonas veredales de las Farc en lugares que hacen parte de los consejos comunitarios de Piedeguita Mancilla y Curvaradó, es clave que se tenga en cuenta el impacto que la guerra ha tenido allí y en toda la región”, dice.
Zenaida es una de las líderes que en 2008, desde Ascoba, solicitó apoyo al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) para realizar un proyecto interétnico. Al principio, recuerda, el planteamiento era distinto al de ahora: “La idea era que los jóvenes se capacitaran para trabajar en su comunidad con proyectos productivos y académicos. Era un tiempo en el que el reclutamiento de jóvenes por parte de grupos armados era muy fuerte, sobre todo Farc y paramilitares. Inicialmente, la petición fue para Salaquí y Curvaradó, pero después de iniciado el proyecto empezó a tomar otra forma y se incluyó el consejo de Cacarica y los indígenas”.
La escuela ha servido a jóvenes de Ascoba que viven sin oportunidades en un municipio donde no hay universidad y los actores armados están a la vuelta de la esquina. Lo dice Yurani Bañol Hoyos, una destacada joven afro que hace parte de la escuela: “Aquí muchos piensan en irse de mulas, a pasar drogas ilícitas. No ven salidas o beneficios en su territorio. La escuela ha servido para entender que hay formas de valorar el territorio, que no es simplemente la tierra, sino las prácticas de producción, las personas y la cultura, y que se puede salir adelante cuidándolo. Aprendimos sobre prácticas ancestrales, como cultivar arroz, maíz y plátano. Hemos recuperado el amor por estos procesos, a pesar de las huellas que ha dejado la guerra”.
El de Cacarica es uno de los consejos comunitarios que no hacen parte de Ascoba, pero sí de la Escuela Interétnica. A ese lejano territorio, para nada ajeno a los horrores del conflicto, también llega la escuela itinerante. Georgina Portocarrero, presidenta del consejo comunitario, ha visto el desarrollo del proyecto y fue partícipe. Para ella, la escuela concientiza a los jóvenes para que se formen en la autonomía y la gobernabilidad. “Empiezan a formar comités. En sus comunidades hacen réplica de lo que aprenden en la escuela. Los acompañé dos años y digo que para los adultos también es formador”. Un resultado tangible es que en la creación del nuevo reglamento interno de Cacarica, que está cerca de consolidarse, hubo participación de los jóvenes en interlocución con líderes de la comunidad.
El relevo de los indígenas
Las comunidades indígenas también han creído en la Escuela Interétnica para fortalecer centenarios procesos de resistencia. Jorge Andrade, de la etnia embera dovida, es el presidente del Cabildo Mayor Indígena de la Zona del Bajo Atrato (Camizba), la mayor organización indígena de esa zona. Andrade recuerda cuatro principios: unidad, territorio, cultura y autonomía. Sin ellos, dice, la supervivencia hubiese sido imposible frente a situaciones como la guerra entre paramilitares y guerrilla que empezó en el 80 y se agudizó en el 96. “Esa nos tocó a los que hoy somos líderes. Con esos cuatro principios hemos interlocutado con todos los actores, sean guerrilla, ejército o paramilitares. Nuestra arma ha sido el diálogo, dejar claro que son asuntos que no negociamos y que tampoco nos vamos a ir ni a someter a otros principios”.
La preocupación es si los jóvenes están dispuestos a seguir la línea de esos principios. Por eso uno de los líderes de Camizba, Arcecio Bamil, fue nombrado coordinador de la Escuela Interétnica y ha recorrido trochas y ríos para motivar a los jóvenes a participar. Dice que antes del recrudecimiento del conflicto armado, muchas organizaciones indígenas y afros trabajaban de la mano, y se reunían a solucionar problemáticas comunes como la protección del territorio, pero la guerra rompió esas relaciones, cada uno tomó su camino y el tejido intercultural se debilitó. Con la llegada de la Escuela Interétnica eso se reinició. Los emberas dovida, los katíos, los chamís, los senúes empezaron a socializar e intercambiar conocimiento. “Los jóvenes que entraban al proyecto tenían el compromiso de terminar. Hoy hay jóvenes que sirven a sus comunidades, hablan en las reuniones, conocen sus derechos y ya no los engañan tan fácil”.
No sólo están los emberas. También los wounaanes, que son una minoría entre las minorías y están en riesgo de extinción, entre un total de 34 pueblos indígenas, como lo indicó la Corte Constitucional en 2009. Roberto Carpio, indígena wounaaan y asesor de Asowoudach, la organización de esta etnia en el Bajo Atrato, dice que desde esa fecha los wounaanes se han acercado para trabajar en una propuesta para no desaparecer. Como parte de ese proceso, decidieron separarse de Camizba y crear su propia organización, Asowoudach. Para 2020, “la idea es que nuestros jóvenes estén en capacidad de defender los territorios y que esté fortalecida la autonomía. Trabajamos en capacitarlos para que sean defensores de los pueblos y no desaparezcamos”.
Más allá de la escuela
La Escuela Interétnica fue más allá de sí misma. Se convirtió en una plataforma juvenil que tiene como centro neurálgico a Riosucio y que se presta para diversas discusiones. En encuentros recientes se ha hablado sobre políticas públicas de juventud y construcción de paz territorial; se han escuchado y conjugado propuestas de diversas comunidades, jóvenes y líderes.
La escuela es organizada y apropiada por las organizaciones étnico-territoriales, pero desde atrás la apoyan el proyecto Acnur, Oxfam y la parroquia Nuestra Señora del Carmen. César Mesa, jefe de la oficina de Acnur en Apartadó, dice que nunca se había hecho en esta región una propuesta interétnica como esta, “con espacios de diálogo e interlocución entre indígenas y afros, a pesar de que viven en el mismo territorio y con las mismas afectaciones. No había procesos de esa magnitud, por eso era difícil encontrar propuestas de los jóvenes sobre sus dificultades, sus riesgos, con un enfoque tanto afro como indígena y también de género, con mujeres jóvenes”.
Con la escuela, dice Mesa, “hemos podido robarle jóvenes a la guerra, a las opciones de economías ilícitas. Hemos podido generar reflexión sobre sus proyectos de vida y las decisiones que toman frente a eso. Hay jóvenes de la escuela que han sido cabildos o que ya están en las juntas directivas de sus consejos comunitarios o que ya tienen la habilidad de pararse en un auditorio y manifestar sin pena quiénes son. Jóvenes empoderados de muchas maneras. Y además abrimos la posibilidad, con discusiones de los mismos jóvenes, de que el municipio tenga el interés de constituir un proceso y una política pública de juventud más fuerte”.
Este último punto es clave para la continuidad del proyecto, porque las agencias humanitarias no deberían estar ahí para siempre y las organizaciones étnico-territoriales viven sin recursos. La administración local se prepara para tomar decisiones al respecto. En Riosucio existe la nueva Secretaría de Paz, Reconciliación y Posconflicto. El secretario es José Ángel Palomeque, quien ha seguido de cerca el proceso interétnico como líder en Ascoba y como secretario de Gobierno. Dice que la Escuela Interétnica solicitó desde 2015 apoyo de la Alcaldía, pero eso ha quedado en el olvido. “La idea ahora es motivar de nuevo al alcalde para que de verdad se apoye más a la escuela, para que tenga un rubro específico para desarrollar sus actividades y sea incluida en una política pública de juventud”.