La gestión oficial del agua en Mendoza privilegió algunos territorios por sobre otros que, en un contexto de crisis climática global, padecen cada vez más períodos de sequía y escasez hídrica. Esto obligó a poblaciones enteras a cambiar su modo de vida.
Periodista: Anahí Roca
Fotoperiodista: Janet Pellissa
“Los viejos antes solían decir que cuando nieva o llueve fuera de época, eso ya indica algo”, cuenta Aníbal Morales, vecino de 40 años de la comunidad de San José, departamento de Lavalle, la zona más desértica de la provincia de Mendoza. Allí vivió toda su vida, como su familia y sus ancestros. Todos ellos pertenecen a la tierra, son huarpes: comunidades originarias de la región cuyana que viven en la zona de las Lagunas de Guanacache; un paisaje que ha mutado profundamente por la variación del característico clima árido de Mendoza, y la gestión del agua.
“Aparecieron cóndores en el campo. Eso es muy mala señal porque el cóndor vive arriba”, agrega con preocupación. Y tiene razón. Resulta llamativo ver un cóndor andino sobrevolando el desierto. Quizás es porque viene a avisar que en las cumbres algo pasa. Es el primer testigo de que la blancura que revestía las montañas de los Andes ya no es la de antes.
Mariano Masiokas, investigador del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLIA) del Centro Científico Tecnológico (CCT), Conicet de Mendoza, refuerza desde la ciencia las palabras de Aníbal y las señales del cóndor. Explica que el impacto más grande del cambio climático en Mendoza es la falta de nieve en la cordillera de los Andes; un dato alarmante si se considera que el agua que abastece a la provincia proviene de los ríos que nacen en las cumbres nevadas.
«Los glaciares aportan a una parte de los caudales, pero el principal depende en gran medida de la nieve del invierno. Esa es la preocupación, porque la tendencia es que haya cada vez menos nieve y, por lo tanto, menos agua en los ríos», explica el investigador.
En Mendoza, el 97% del territorio es desértico, por lo que el cambio climático acentúa la aridez de la provincia contribuyendo a que la sequía sea más aguda y prolongada. Basta con ir al departamento de Lavalle, conocido como el “secano mendocino”, donde las lluvias son escasas y las temperaturas extremas, para ver cómo el sol implacable no da tregua. El consenso científico es que el calentamiento global va a continuar, por eso en el corto y mediano plazo, no parece que esta situación vaya a revertirse.
Hay otro factor clave en todo esto: el humano. “La sociedad afecta y va degradando el medio ambiente. Hay que partir del supuesto de que la crisis climática y el modelo económico están causalmente conectados”, explica Paula Mussetta, investigadora del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Naturales (INCIHUSA) de la CCT Conicet en Mendoza.
Jorge Gisbert, director de Ambiente del municipio de Lavalle, añade: «Entre las causas de la crisis ecológica está la matriz energética. Argentina, por ejemplo, depende de los hidrocarburos en más de un 80 %. Esto genera emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero». A eso hay que sumarle el impacto que tiene el cambio en los usos de la tierra: «La actividad ganadera, la industrial, la eliminación de sumideros naturales como los bosques nativos, la gestión de residuos, y la deforestación intervienen atropelladamente ya sea para urbanizar o para extender los cultivos. Ahí es donde entra en juego la vitivinicultura, la producción más emblemática de la provincia de Mendoza», aporta.
De los espejos de agua al espejismo del desierto
Las lagunas de Guanacache, Desaguadero y del Bebedero se ubican en la frontera entre Mendoza, San Juan y San Luis, la franja árida de la región de Cuyo. Formaban un encadenamiento de lagunas y bañados alimentados por los ríos Mendoza, San Juan y esporádicamente por los desagües del Bermejo. Del lado mendocino, el sector de lagunas queda ubicado en Lavalle. Los que alguna vez fueron humedales -territorios definidos por la presencia intermitente de agua en superficie- hoy son tierras secas.
Las lagunas fueron declaradas Sitio Ramsar en 1999. Esto supone un reconocimiento a la importancia internacional que tiene el humedal de esa zona, dada la “gran variedad de hábitats que mantienen, directa o indirectamente, a ciclos de vida o especies de flora y fauna nativa, residente y migratoria», explica la Ficha Informativa de los Humedales de Ramsar, en su versión de 2008.
En relación a las aves que conforman la fauna de estos humedales, son muchos los procesos que vienen fracturando las formas de vida en el territorio y que impiden que ese sitio siga siendo un eslabón fundamental en la ruta migratoria andina. Según Gisbert, la designación de Sitio Ramsar “suele quedar solo en buenas intenciones». Por eso resalta la necesidad de una Ley de Humedales propia de la Argentina que garantice la conservación de estos ecosistemas.
Desde tiempos inmemoriales, las lagunas de Guanacache han sido habitadas por comunidades huarpes que se autodefinen como «laguneros/as». Esto es así porque antes del secamiento de las lagunas, las formas de vida en el territorio se vinculaban directamente a las actividades posibilitadas por estos humedales: la pesca, la agricultura y también el “junquillo”: una planta acuática que se usa para producir escobas pero que ya no crece por la escasez de agua.
Aníbal recuerda cómo era la vida en otros tiempos. «Cuando era chico tuvimos una de las últimas grandes crecidas. Me acuerdo cuando el pueblito de San José se transformó en una isla y la Defensa Civil tuvo que venir a sacarnos en helicóptero. Quedamos rodeados de agua. Cosa que me parece contradictoria, antes el agua sobraba y ahora…». Ahora la sequedad es extrema.
Tierra seca bajo mis pies: testimonios del “secano”
En el momento en que el río dejó de llegar a la parte baja de la cuenca donde se ubican estos territorios, los humedales comenzaron a desaparecer y la vida de los pobladores cambió rotundamente. Pasaron de una vida de pescadores y agricultores a otra de “puesteros”: criadores de cabras.
“Lo han visto nuestros abuelos, a quienes les fueron robando un montón de derechos y de a poco los fueron condenado a vivir de un modelo de producción caprina, que también es un modelo finito con la falta de agua”, cuentan Paula Guerra y su compañero Alejandro Traslaviña, quienes viven kilómetros antes de llegar a Villa Tulumaya, la ciudad cabecera de Lavalle. Están construyendo su hogar con la técnica de la permacultura, que recicla materiales en señal de respeto por la naturaleza, y son integrantes de la Asamblea por el Agua Pura de Huanacache, un grupo de vecinas y vecinos autoconvocados y organizados por la defensa del agua pura y de los bienes comunes.
Si se sigue por la ruta 40 rumbo al norte se llega a un vasto secano, que alguna vez fue un vergel gracias a sus humedales. Es la “zona de lagunas”, como dicen sus pobladores. Allí viven 11 comunidades en diferentes parajes. Vecinas y vecinos de los parajes de San Antonio y San José, toman la palabra. Hablan sobre su vida antes y ahora, y sobre lo que marca ese límite temporal que cortó con el recorrido natural del río Mendoza que desembocaba en esa zona formando los humedales. Al llegar a estos parajes el paisaje es desértico, con médanos y un sol abrasador, y una vegetación de matorrales espinosos y jarilla que se vuelve escasa y dispersa.
Ester Morales, de 49 años, vive con su marido Carlos en San Antonio. Llevan 30 años allí y tienen seis hijos: tres viven con ellos y los otros tuvieron que irse del territorio por la falta de trabajo, cuenta Ester. Ella es cocinera de la escuela Los Médanos, que queda a dos kilómetros de distancia. Cuando no puede llegar en vehículo, se va caminando para garantizar la alimentación a todos los niños y niñas de la zona que llegan a la escuela.
Ester cuenta que son treinta o cuarenta familias las que viven en la comunidad huarpe de San Antonio. “Hay más para aquel lado, somos muchísimos aquí, y todos sufrimos lo mismo con el tema del agua. Y resulta que estamos quedando los mayores porque somos los que ya estamos acá y no podemos abandonar, pero los más jóvenes necesitan su plata, su trabajo. Así que se van a la finca” destaca con pesar. “El que quiere ser alguien, tener algo, ver otro mundo, se tiene que ir”, coincide Aníbal.
Aníbal Morales es primo de Ester “por parte de los abuelos”, comenta, pero vive en San José. Aníbal era estudiante de geografía en la Universidad Nacional de Cuyo en la capital de Mendoza; sin embargo, por la distancia y otras dificultades, no pudo continuar. Ahora, junto a su madre y su hermana, se dedican al cuidado y venta de cabras, pero añoran las épocas en las que podían cultivar. “Antes, ni bien se iba secando una lagunita, en la orilla, íbamos poniendo todo lo que se podía cultivar ahí”, cuenta. “Todo lo que tirabas ahí, nacía. Podías sembrar sandías, melones, zapallo, maíz, pero nos quitaron esa vida y ahora somos puesteros. No es por elección sino que nos obligaron a hacer eso”.
Ester, además de trabajar en la escuela, mantiene un puesto con mucho esfuerzo: “Nosotros teníamos un puestito, hace cinco años teníamos 200 cabras, pero se murieron y cada año se siguen perdiendo, y a lo mejor este año no cría ni un chivito porque la cabra no tiene leche. Entonces fuimos vendiendo, y dejamos 10 para mantenerlas con alimentos. Pero más de eso no podés”, se lamenta la mujer.
Las Lagunas de Guanacache comenzaron a secarse a finales de la década de 1930. Si bien es cierto que se produjo por las escasas nevadas y lluvias que alimentan las cuencas de los ríos San Juan y Mendoza, hay que contar entre las causas el incremento de la captación de agua para una parte del territorio mendocino que conforma “el oasis”, donde se concentra en gran medida la producción vitivinícola.
Media copa llena y un gran territorio vacío: la matriz productiva de Mendoza
Mendoza se erige como una de las grandes capitales mundiales del vino desde 2005. Sin embargo, su entrada a la industria vitivinícola desde el siglo XVIII, implicó la canalización del agua para su regadío. De esta manera, la distribución del agua en Mendoza por parte de las autoridades provinciales, configuró un territorio que casi en su totalidad es árido y desértico, en uno fragmentado y desigual. Surgieron los “oasis” que no son más que tierra seca irrigada y que ocupan menos del 5% de la superficie provincial. Allí se concentran las agroindustrias y el área urbana, que son las que consumen el recurso en mayor magnitud.
El pilar productivo de la provincia y su necesidad de riego provocó de forma paulatina la desertificación de la zona de las lagunas de Guanacache, conformando una ecuación de “vino para el mundo, y sed para laguneros y laguneras”.
Los integrantes de la Asamblea por el Agua Pura de Huanacache cuestionan: “¿cuánto le cuesta al mendocino en términos ambientales tener un modelo productivo que favorezca a un solo sector, que encima no es autóctono? Mendoza tiene que cambiar su modelo productivo, para no quedarse sin agua”.
Para el director de Ambiente de Lavalle, sin embargo, el mayor riesgo no es la vitivinicultura, sino otro tipo de actividades vinculadas al uso del agua, como el crecimiento urbano con sus emprendimientos inmobiliarios, y el turismo. “Ambos son sectores fuertes que se disputan ese recurso”, dice Jorge Gisbert.
A la sombra de la siembra: la zona de transición
El departamento de Lavalle es escenario de una frontera en transición entre oasis y secano que está delimitada por la capacidad de riego. Como falta el agua, esta frontera se corre cada vez más, lo que provoca la ampliación del desierto. Según comenta el investigador Jorge Ivars, especializado en Sociedad, Naturaleza y Cultura en tierras secas en el INCIHUSA, “hay productores que deben abandonar sus fincas o reducir su cantidad de hectáreas por la falta de riego”.
“El hecho de que el oasis llegue hasta acá -se refiere al nordeste de Lavalle donde inicia el secano-, es intencional. Esta última parte del área irrigada sigue siendo Lavalle y es considerada parte del oasis, cuando en realidad, ya tampoco tienen agua. Podríamos decir que el oasis culmina en un degradé, tiene agua a medias”, completa su compañera Paula Mussetta.
Sin embargo, la zona en transición puede cambiar, según plantea el director de Ambiente de Lavalle: «la presión urbanística está desplazando el cinturón verde hacia el norte, con lo que Lavalle entraría en la provisión de alimentos frescos para el área metropolitana, y por tanto, necesitaría mayor disponibilidad de agua».
La escasez hídrica en la región es producto de las insuficientes lluvias y la variabilidad del caudal de sus ríos, a lo que se suma la gestión oficial del agua por parte del estado provincial que prioriza el riego para unos territorios sobre otros. Esta injusticia en la apropiación de las aguas del río Mendoza, sigue con la construcción del dique Potrerillos en la parte media de la cuenca, y que termina de cerrarle el paso al cauce natural del río que llegaba antes hasta las Lagunas en su parte baja.
Abran todas las compuertas, dejen la vida pasar
El marco legal que estructura el sistema hídrico de la provincia es la Ley de Aguas de 1884, creada por el Departamento General de Irrigación (DGI). En su artículo “Agua y tierras secas. Lecturas críticas sobre la escasez hídrica en el departamento Lavalle”, publicado en 2017 en la revista Estudios Socioterritoriales, la investigadora Virginia Grosso, explica que esta ley es el acto fundacional de la disputa por el agua, ya que otorga derechos de «riego definitivo» a propietarios con cultivos.
“Si tú te pones a mirar la Argentina, todas las ciudades están fundadas donde termina el río. Mendoza no. Mendoza está fundada en el naciente del río”, cuenta Anibal desde su experiencia. Como miembro de la comunidad Huarpe originaria, es testigo de cómo el río dejó de llegar hasta las lagunas.
La construcción del dique Potrerillos en la parte media de la cuenca del río Mendoza refuerza la lógica oasis-céntrica en la distribución del agua ya que no contempla la realidad de las tierras no irrigadas; de hecho, ni siquiera las menciona como parte del mapa de la escasez hídrica.
Paula y Alejandro, de la Asamblea por el Agua Pura de Huanacache, recuerdan la declaración de impacto ambiental del dique: “lo único que decía el informe es qué iba a pasar con Potrerillos, pero nunca hablaba de qué iba a pasar aguas abajo; qué iba a pasar con los pueblos, con la fauna, con la flora, con toda la biodiversidad, con las comunidades que eran quienes recibían toda esa agua”.
La construcción del dique como respuesta a la escasez hídrica de Mendoza constituye el último capítulo de injusticias climáticas hacia las tierras no irrigadas de Lavalle.
La sed que deja ese trago amargo
“El río siempre tenía como religión llegar a fines de septiembre y le pegaba parejito hasta marzo. Por ahí recién bajaba el agua, se cortaba, pero ahora ya no llega nada”, rememora Aníbal. A su recuerdo se suma el de Alejandro de la Asamblea por el Agua de Huanacache: “Hace 20 años que no baja agua del río Mendoza. Cuando éramos niños podíamos ir a bañarnos a Costa de Araujo y ahora no. El río hoy sirve para el atractivo de 4×4, porque no hay más que bancos de arena que, inclusive, superan la altura de los puentes”.
Dado que el agua del río se cortó, las comunidades huarpes laguneras tienen que recurrir al agua subterránea para saciar su sed y la de sus animales.
El problema respecto al agua subterránea es que tiene alto nivel de arsénico, lo que expone a sus consumidores a serios problemas de salud, tal como comenta Aníbal: “Tenemos la perforación a 10 metros y el agua que tenemos es amarga. En la escuela todos los chiquillos que se iban a albergar ahí, tomaban esa agua de pozo con arsénico y se enfermaban, por eso digo yo que es como un cementerio de elefantes”.
Aplican un sistema combinado de pozos balde, cisterna, sumado al problemático “Acueducto del Desierto”. Este último, se trata de la Cooperativa del Agua Norte, cuya perforación principal está ubicada en la localidad de Gustavo André -Lavalle-, y que consiguió fondos del Municipio y de Nación para su construcción que comenzó en el 2009, y llevar agua potable a las comunidades.
Alejandro y Paula de Tulumaya, de la Asamblea por el Agua de Huanacache, cuentan: “la primera falla del acueducto es que no se terminó. Lo que estaba programado es que cada localidad tuviera un reservorio de agua para abastecerla, pero no se ha hecho. Incluso, han puesto medidores a la gente que no le llega agua. En Villa Tulumaya la gente no paga el agua medida, mientras en el desierto tienen medidor como una chicana para que no la malgasten”.
“Hay mal manejo -reclama Carlos Morales, esposo de Ester del paraje de San Antonio-, porque cuando nos quejamos hacen oídos sordos. Nos preguntamos: ¿Por qué pagamos lo mismo que los que tienen agua todos los días, si a nosotros nos llega un hilito una vez a la semana?”.
En la misma línea Gisbert, desde el municipio de Lavalle, reconoce esto como otro de los grandes problemas de la comunidad. «Pagan demasiado para el servicio tan precario que tienen», dice, aunque considera que en el último tiempo mejoró el acceso al agua potable para muchas de esas familias.
Su conclusión, sin embargo, es rotunda. Dice que ninguna de las estrategias disponibles sobre la mesa solucionan el problema de fondo: “cualquier obra o acción que facilite el acceso al agua para mejorar sus condiciones productivas son parches, porque el problema estructural viene desde que se represó el río Mendoza y Las Lagunas dejaron de recibir el caudal de agua que tenían anteriormente».
Curtidos por el sol: la población que resiste
La población de Lavalle resiste a estos impactos climáticos y socioeconómicos como puede. “Las condiciones en las que sobreviven siempre son de mayor vulnerabilidad, esfuerzo, y sacrificio» dice la investigadora Mussetta.
Ester suma su testimonio: “siempre nos quedamos con esa impotencia de no poder hacer nada con los animales. Y nos lamentamos de que cada año el clima es peor acá. Se siente que el sol ya lo tenés ahí nomás, es muy notable”.
Esta injusticia ambiental, donde se priorizan unos territorios por encima de otros, perpetúa las asimetrías en torno al agua y refuerza los contrastes entre los territorios irrigados y los no irrigados, en una provincia que es altamente vulnerable frente al cambio climático por su ambiente árido. Los vecinos aseguran que es necesario que el Departamento General de Irrigación pueda tener una mirada integral sobre la totalidad del territorio y la sociedad mendocina, que reclama el agua como su valor más preciado. Paula, de La Asamblea Por el Agua Pura de Huanacache agrega: “Pedimos la restitución del agua, un estudio de su calidad y resarcimiento económico histórico. Hay un río que desapareció y un pueblo que mutó».
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Esta historia forma parte de “Territorios y Resistencias” la investigación federal y colaborativa de Chicas Poderosas Argentina, que fue realizada entre octubre y diciembre del año 2021, con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, por un equipo de más de 35 mujeres y personas LGBTTQI+ de todo el país de forma colaborativa.