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La compleja coyuntura mundial en el primer trimestre del 2020, donde se destacan la epidemia del coronavirus convertida en pandemia, las disputas en el mercado petrolero y la caída de su precio, el escenario económico recesivo y la persistente crisis climática, nos sugiere que estamos situados sobre graves y profundos problemas estructurales, invisibilizados por los medios masivos de comunicación, colocando en PRIMER PLANO solo los últimos eventos, desconectados de sus causas o elementos condicionantes.

La crisis capitalista y el petróleo

La fuerte caída del precio del petróleo, a unos 30 dólares el barril en el mercado internacional[1], no puede entenderse sin tener en cuenta la crisis profunda del sistema capitalista, en curso desde el 2008. No es solo la caída de la demanda de combustibles a causa de la expansión del Coronavirus, que muestra una cara del problema; la otra cara, viene por el lado de la oferta de combustibles, la superproducción petrolera ha llegado a picos históricos en los últimos meses.

¿Por qué? Es una de las formas de salir de la crisis capitalista iniciada en el 2008, que persiste testarudamente, generando tendencias recesivas en la economía. En el fondo, la crisis capitalista se debe a que la enorme masa de capital concentrado en manos de los multimillonarios actores del sistema mundial, no encuentra los espacios suficientes para invertir tamaña acumulación de capital, ni los mercados que puedan absorber la descomunal cantidad de mercancías que dicho capital puede producir. La tensión de fondo es la gigantesca capacidad productiva existente de mercancías, y la reducida capacidad de consumo determinada por bajos salarios, precariedad laboral, alto endeudamiento y desempleo por parte de una mayoría de la población mundial. No está de más recordar que esa gran capacidad productiva está en función de la explotación irracional de los recursos naturales y de su progresiva destrucción, lo que conecta con otra faceta de la crisis: la ambiental y climática.

Es en este escenario, que describe toda la década desde el 2010 a la actualidad, que los capitalistas, tanto empresas como Estados, buscan caminos o mecanismos para sortear esas restricciones impuestas por las desigualdades generadas por la economía mundial, como un mayor endeudamiento público y privado, publicidad y consumismo exacerbados, privatizaciones de servicios básicos, incluso inversión en actividades ilegales. Una de las salidas más extendidas y peligrosas es el superextractivismo, la explotación intensiva y ampliada de los recursos naturales, para recuperar las tasas de ganancia, con los monocultivos agrícolas y forestales, la ganadería industrial, la minería y la extracción de hidrocarburos.

El contexto recesivo ha generado un escenario de guerra económica en el mercado mundial: la guerra comercial entre EEUU y China, imponiéndose aranceles y prohibiciones uno al otro; la guerra por el liderazgo tecnológico, expresada, por ejemplo, en el caso de las sanciones impuestas por los  EEUU a la empresa china Huawei; la guerra de divisas, buscando abaratar la producción propia de cada país y encarecer la producción extranjera; la guerra permanente contra los migrantes por parte de los países más desarrollados; y más recientemente, la guerra de precios del petróleo, desatada por los mayores productores mundiales del crudo, que buscan quedarse con una porción mayor del mercado de consumo global.

EEUU, el país donde se inició la crisis mundial en el 2008, ha impulsado la denominada revolución del fracking, o producción de gas y petróleo no convencionales (shale gas y shale oil) por medio de la técnica conocida como fractura hidráulica, que consiste en fracturar formaciones rocosas a gran profundidad, inyectando agua y compuestos químicos a presión, de modo a acceder a los hidrocarburos atrapados en las rocas. Es una tecnología muy agresiva y peligrosa para el medio ambiente, cuyos efectos nocivos son ampliamente conocidos.

A pesar de esos peligros, el contexto de crisis llevó a varios países, en especial a EEUU, a aumentar aceleradamente la producción por la riesgosa vía del fracking, pasando de una producción de 5 millones de barriles por día en el 2010, al doble en solo ocho años, más de 10 millones de barriles en el 2018[2]. EEUU desde entonces se convirtió en el principal país productor de petróleo del mundo, lugar que mantiene hasta la actualidad, lo que lo ha llevado de ser un país importador a exportador de combustibles. En la actualidad, EEUU ha superado los 13 millones de barriles diarios, seguido por Rusia con 11,3 millones y por Arabia Saudita con 9,7 millones.

Pero este crecimiento de la industria petrolera se encuentra con un contexto económico recesivo, a lo que se suma la epidemia del coronavirus, lo que deprime la demanda de combustibles aún más, por la suspensión de vuelos, eventos, clases, etc. El exceso de oferta y la baja demanda lógicamente llevan a una caída del precio del petróleo. Entonces, en el seno de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el 6 de marzo se negociaba la reducción de la producción en 1,5 millones de barriles diarios entre sus asociados, para mantener los precios internacionales[3]. Rusia  no aceptó la propuesta de Arabia Saudita, porque EEUU, que no es miembro de la OPEP, seguirá con su producción en alza ganando mercados a costa de los miembros de la OPEP. El acuerdo fracasó, e incluso empeoró el escenario, al amenazar Arabia Saudita con elevar su producción hasta 12,3 millones de barriles, al igual que Rusia, que planteó subir a 11,8 millones de barriles, lo que ha llevado el precio del petróleo a una drástica caída, llegando a poco más de 30 dólares el barril del petróleo Brent, de referencia mundial. Lógicamente esta guerra de precios llevó a grandes caídas en las principales bolsas de valores del mundo, por los fuertes intereses del capital financiero en la industria petrolera y otros sectores vinculados.

El coronavirus como crisis sanitaria, social y ambiental

En las últimas semanas, el coronavirus ha colapsado las noticias en todas las cadenas de comunicación. La epidemia que surgió en enero en China y se ha propagado a unos 150 países, con unas 190.000 personas contagiadas (cerca del 50 % de ellas en China) y más de 5.000 fallecidos

El pánico social ha sido impulsado tanto por las agencias de noticias como por los propios gobiernos, éstos últimos atemorizados frente a la posibilidad real de que sus precarios sistemas de salud pública sean rebasados. Y esto entronca con la crisis económica mencionada de la última década, que tuvo como una de sus consecuencias el recorte de los presupuestos estatales para la salud pública, la progresiva privatización de dichos servicios, la creciente precariedad de infraestructura sanitaria y de personal de blanco disponible. Si la epidemia toma mayor impulso, los sistemas de salud de varios países pueden colapsar, lo que generaría escenarios sociales de alta ebullición. En Paraguay solo existen 734 camas de terapia intensiva[5], entre los sectores público y privado, lo cual es claramente insuficiente para situaciones de emergencia.

En el ámbito económico, el impacto generado por la expansión del coronavirus ha sido particularmente intenso a nivel mundial en el sector transportes, por la cancelación de vuelos y eventos, reducción del turismo, etc., reduciendo la demanda actual de combustibles. El bajo crecimiento económico actual se ve presionado aún más por esta situación, que favorece un escenario recesivo en el futuro cercano. La suspensión de actividades en escuelas, colegios y universidades, espectáculos deportivos y artísticos, actividades laborales en diversas instituciones y empresas, significan un golpe a una importante masa de trabajadores, en especial a los y las cuentapropistas, los trabajadores y trabajadoras informales, nada menos que el 71 % de la población económicamente activa del país[6], quienes viven del día a día, con ingresos inseguros provenientes de la producción y venta de alimentos, la venta ambulante, el traslado de personas, pequeños comercios, etc. Incluso algunos trabajadores asalariados fueron  amenazados por algunas empresasde no recibir sus remuneraciones mientras dure el paro de actividades.

En materia ambiental, las condiciones actuales son muy favorables para la emergencia de nuevos virus y bacterias que pueden pasar de animales a seres humanos. La cría industrial de aves, cerdos y vacas para alimentar el mercado mundial de carnes, en condiciones de hacinamiento y uso intensivo de antibióticos y otros productos, facilitan las mutaciones de virus, como ocurrió con la gripe aviar y la gripe porcina hace unos años. Además, la deforestación y destrucción de ecosistemas naturales de especies silvestres, y su sustitución por actividades humanas, aumenta las posibilidades de transmisión[7]. Esto ha sucedido con la epidemia del dengue, el aumento de mosquitos en zonas urbanas, por la pérdida de su hábitat natural[8]. Igual situación se ha dado en el pasado con otras enfermedades, como la fiebre amarilla, chikungunya, ébola, rabia, etc.

La destrucción de la naturaleza está directamente asociada a enfermedades generalizadas en las últimas décadas. Y esa destrucción es consecuencia directa de la lógica de la economía capitalista, el lucro por encima de la vida, ya sea humana, animal o vegetal. Esta dinámica, en escenarios de crisis como el actual, se vuelve mucho más destructiva, puesto que su objetivo principal, la ganancia, está en peligro. La crisis de reproducción del capital sobreconcentrado a escala mundial impacta notablemente al medio ambiente y al clima de diversas maneras, exacerbando la expansión de la frontera agropecuaria sobre los bosques, los incendios forestales, la cría industrial de ganados, la contaminación y desertificación, la quema de combustibles y la emisión de gases de efecto invernadero. El cambio climático producido por todos estos factores, con el calentamiento global, sequías e inundaciones más frecuentes, etc., proyectan un escenario aún más difícil para la población mundial, con crecientes dificultades para obtener empleos, alimentos y un ambiente sano.

La urgencia de las alternativas

Todo lo señalado precedentemente nos sugiere, o más bien, nos grita de manera desesperada, que necesitamos como sociedad global cambios radicales en las formas de producción y de relaciones sociales y con la naturaleza, así como en los hábitos de consumo. La centralidad de la ganancia y la acumulación de capital debe dar paso a la centralidad de la vida y la sostenibilidad ambiental. El ganar dinero no puede seguir siendo ni la excusa ni la razón para deforestar, enfermar, explotar laboralmente, expulsar poblaciones, mal alimentar, contaminar, matar. La búsqueda y construcción de alternativas socioeconómicas y políticas, que generen para todos y todas trabajo, alimentos, educación, salud, tierras y viviendas, seguridad, ambientes sanos, independientemente a la capacidad económica de las personas y sin destruir las condiciones naturales de vida, se torna la tarea más urgente de nuestro tiempo. Las crisis, si no se convierten en oportunidades de cambio, se profundizan en sus aspectos más nocivos, que pueden llegar a situaciones apocalípticas, con consecuencias irreversibles.

En este sentido, desde Heñói queremos llamar la atención sobre una de las principales alternativas en países como Paraguay: los enormes beneficios de la agricultura campesina y de su sistema de vida. En un reciente estudio realizado conjuntamente entre Heñói y la Federación Nacional Campesina (FNC)[9]analizamos la rentabilidad social y ambiental del asentamiento campesino Crescencio González y de una Estancia de agricultura mecanizada, ambos con una superficie de 5.000 hectáreas. Los resultados de nuestro estudio muestran que el asentamiento en el 2019 generaba 817 empleos frente a 37 de la estancia; tenía una diversidad de cultivos, cría de animales y elaboración de productos derivados, frente a tres rubros mecanizados en la estancia (soja, maíz y trigo); el asentamiento conservaba el 42 % de superficie boscosa, mientras la estancia solo el 1,2 %; el asentamiento en conjunto generó producción por 1,2 millones de dólares, con costos por 0,1 millón, resultando en un beneficio de 1,1 millón de dólares aproximadamente; mientras la estancia produjo los 3 rubros por valor de 5,3 millones, con un costo total de 4,6 millones, dejando una ganancia de solo 0,7 millón de dólares. Por sus bajos costos de producción y su menor dependencia del mercado, tanto de insumos como de consumo, la producción campesina resultó más rentable y beneficiosa que la del modelo de agronegocios.

Las variables analizadas como el empleo, la conservación ambiental, la producción para el autoconsumo, además de alimentos y materias primas para la venta, el bajo costo de producción al evitar la mecanización masiva y la dependencia de insumos como los transgénicos y biocidas, demuestran la fortaleza de la agricultura campesina frente a la debilidad del agronegocio, este último en extremo vulnerable a variables externas, como los precios internacionales, los costos de los insumos, los derivados del petróleo, el endeudamiento y la coyuntura económica mundial.

Fortalecer y ampliar las formas de vida y producción campesinas son una oportunidad para mejorar nuestra organización social y económica, aumentar los empleos, mejorar la diversidad y calidad de los alimentos, el cuidado de la naturaleza, una verdadera alternativa sustentable a la crisis y las enfermedades desatadas por el sistema económico neoliberal, hoy en un laberinto sin salida.

 

[1] https://actualidad.rt.com/actualidad/346261-precio-petroleo-brent-caer-31-dolares

[2] https://www.libremercado.com/2018-02-14/el-fracking-convierte-a-eeuu-en-el-mayor-productor-de-petroleo-del-mundo-por-delante-de-arabia-saudi-1276613796/

[3] https://elpais.com/economia/2020-03-15/un-choque-de-titanes-del-petroleo-en-el-peor-momento-posible.html

[4] https://www.rtve.es/noticias/20200316/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml

[5] https://www.lanacion.com.py/pais_edicion_impresa/2020/03/11/covid-19-paraguay-tiene-100-camas-por-cada-millon-de-habitantes/

[6] https://medium.com/@juankcristaldo/dos-semanas-hasta-el-impacto-3386fb656ded

[7] https://www.jornada.com.mx/ultimas/economia/2020/02/29/coronavirus-agronegocios-y-estado-de-excepcion-silvia-ribeiro-9431.html

[8] https://www.abc.com.py/nacionales/propagacion-del-dengue-es-por-deforestacion-1540720.html

[9] Asentamiento Crescencio González. No solo rentabilidad, una patria nueva. Heñói, 2019.

Foto portada: Diario Hoy

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