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Carlos Walter Porto-Gonçalves, de hijo de padres obreros a geógrafo comprometido con los movimientos sociales

 

 

 

 

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Desde la altura de las cabinas del teleférico azul, el brasileño Carlos Walter Porto-Gonçalves ve detenidamente las fábricas que se levantan de forma desordenada en la zona de Río Seco de la ciudad de El Alto. La fábrica de tubos es la que más le llaman la atención porque desde arriba se ven varias filas de los productos de vinilo blanco expuestos en el patio.

La zona industrial de El Alto lo lleva de manera natural a los días de su infancia. Le recuerdan el bullicio y el ajetreo del lugar de trabajo de Walter Gonçalves Dionysio, su padre, un obrero de la fábrica de vidrios en Río de Janeiro, ciudad donde Alaide Porto Gonçalves, su madre vendía carne y a veces preparaba empanadas que las ofrecía en las calles.

Porto-Gonçalves es un reconocido geógrafo brasileño, escribió “La globalización de la naturaleza y la naturaleza de la globalización”, libro con el que ganó el premio Casa de las Américas, fue presidente de la Asociación de Geógrafos brasileños, recibió el premio Chico Mendes para el Medio Ambiente, entre otros reconocimientos. Pero lo que más lo define y le llena de orgullo es el hecho de que ser hijo de padres obreros que desde las calles construyeron una vida digna, como la mayor parte de la gente de a pie de Brasil.

“Nunca se habla de que soy hijo de obreros que no sabían leer ni escribir, eso es lo que me ha marcado”, dijo al inicio de un íntimo conversatorio que dio en el Instituto Para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS).

El origen de sus padres y su infancia humilde es sin duda lo que lo llevó a seguir una ruta, no solo intelectual sino dentro del activismo, enmarcada en temas sociales, de territorialidad, conflictos de tierra y territorio, justicia ambiental, y a estar cerca de los movimientos sociales; hace una década que es asesor de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT).

Porto-Gonçalves llegó a La Paz como invitado al XVI Encuentro de Geógrafos de América Latina, donde dio una charla magistral de “Las Geo-grafías de la Des/colonialidad del poder en América Latina” frente a un auditorio lleno. Pero a Carlos Walter más que las charlas magistrales le gusta participar en espacios que le permitan generar un diálogo horizontal donde las ideas y las experiencias se complementen, por ello compartió un intercambio de ideas con el equipo del IPDRS y del Movimiento Regional por la Tierra y Territorio, del cual es activo aliado y autor del capítulo de Brasil en el Informe de acceso a la tierra 2016.

Otro de sus disfrutes, y eso se lo debe a la geograía, es conocer y reconocer los países desde las calles y su organización territorial. Por eso, esta tarde, que durante el último día de su estadía, desde la amplia ventana de la cabina, mira atentamente cómo se organiza El Alto, una de las ciudades de Bolivia que desde sus inicios fue habitada por indígenas del área rural del altiplano boliviano.

Mientras la cabina del teleférico cruza sobre casas que exponen en sus patios autopartes de diversos colores. Carlos Walter y Flavio Bladimir Rodríguez, colega geógrafo colombiano, escuchan atentamente a Oscar Bazoberry, coordinador del IPDRS y su guía por el recorrido aéreo sobre El Alto, que les explica que si bien se trata de una ciudad altamente comercial la mayoría de los habitantes aún tienen vivencia en el campo, vivencia que es mantenida como un fuerte arraigo cultural más que económico.

Ya en la zona 16 de Julio, una de las más comerciales, los altos y coloridos edificios con una casa en la parte superior, que evocan a los lujosos chalets y que se imponen en esta ciudad de ladrillo, marcan la diferencia a El Alto de 2017 con El Alto de 2010, año que Carlos también visitó la ciudad luego de su participación en la “Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra” que se celebró en Tiquipaya, Cochabamba.

Pero su cercanía a Bolivia comenzó mucho antes, a inicios de la década de los ’90 del siglo pasado, cuando trabajó en comunidades indígenas de Beni y Pando. Aún recuerda la energía de cómo se gestó la Primera Marcha Indígena de 1990, cuando los indígenas de tierras bajas caminaron un mes de Trinidad a La Paz en pedido de tierra, territorio y dignidad.

Pasaron ya 27 años de aquella marcha y tras todo un proceso de reivindicaciones de los pueblos indígenas, las autonomías indígenas dan sus primeros pasos en el país con la implementación de la misma en Charagua, Santa Cruz. El también coordinador del Laboratorio de Estudios de Movimientos Sociales y Territorialidades (Lemto) de la Universidad Federal Fluminense ve con muchas esperanzas este proceso y espera que se irradie a otros países.

Pese a esos avances, el geógrafo es muy crítico con las políticas estatales que se implementan no solo en Bolivia sino en Sudamérica porque privilegian los intereses de sectores extractivos, como la agroindustria y la minería, en contra de los derechos de los pueblos indígenas, campesinos y, en el caso de Brasil también,  quilombolas. Por ello, recomienda la urgencia de trabajar con la gente y fortalecer las visiones comunitarias: “La principal semilla se está descuidando y no son las semillas criollas sino las comunidades”, dijo durante su charla.

Cerca de terminar el paseo en teleférico los dos geógrafos están maravillados no solo por la posibilidad de llegar de un punto a otro de manera más sencilla y rápida sino por todo lo que permite apreciar: “Es el sueño de todo geógrafo mirar desde arriba, no profesor”, le dice Bladimir a Carlos Walter, quien asiente con una sonrisa irónica pues él prefiere lo que ha denominado “geo-grafías”, que es el acto de grafiar la tierra por la gente.

Pero como la naturaleza es aún más maravillosa y generosa, los nevados del Illimani, el Huayna Potosí, el Mururata, que hace un momento estaban cubiertos por las nubes, ahora se muestran plenos y más blancos de lo normal, debido a la nevada de esa madrugada. “Se han despejado para nosotros”, dice Carlos Walter con la seguridad de que la naturaleza se comunica a cada instante con las personas. Con esa imagen retenida en su mente y cubierto con las energías de los Achachilas (montañas, dioses andinos) concluye su recorrido aéreo por El Alto.