"También afirma que la liberación y el cambio en nuestro país a menudo vienen de personas como Maxima, como Carmen, Blanca, Juanca, Melchiora o Zulma. Compañeras que rechazan que otros decidan sobre sus vidas, sus cuerpos y sus territorios, y por ello reclaman justicia, libertad y democracia real en el país."
Raphael Hoetmer
El último 8 de marzo la marcha anual por los derechos de las mujeres amplió su plataforma a nuevos “territorios”. Aparte de sus agendas “clásicas” como el derecho a decidir sobre el cuerpo de uno mismo (legalizando el aborto en casos de violación o daños al feto, ya legal en el mayor parte de América Latina), y la defensa de los derechos laborales de las mujeres y la población en general, se sumó el apoyo a la unión civil para parejas del mismo sexo, y se puso énfasis en la solidaridad con Maxima Acuña de Chaupe, quien “simboliza la lucha de miles de mujeres, amenazadas con el despojo de sus territorios y vulneradas en sus medios de vida y en sus cuerpos, por un sistema económico que privilegia y apoya a las grandes empresas”.
Una investigación-acción reciente facilitada por Mar Daza del Programa Democracia y Transformación Global sobre género, poder y minería afirma que las actividades extractivas tienen un impacto distinto y más grande en las vidas y cuerpos de las mujeres que en los hombres. La expansión extractivista aumenta la carga laboral sobre las mujeres, ya que tienen que asumir adicionalmente las labores de los hombres que van a trabajar en o con la mina. A la vez, tienden a ser excluidas de los beneficios económicos y de las negociaciones sobre el destino de los territorios, mientras que hay muchos indicios que los distintos tipos de violencia contra las mujeres aumentan, incluyendo la violencia dentro del hogar, la trata de mujeres y la violencia sexual.
El estudio visibiliza también el rol clave de las mujeres en los procesos de movilización social en defensa de los territorios y los derechos frente a la minería en el país. A menudo las mujeres fueron las primeras en denunciar la contaminación, o de reclamar los derechos de la población afectada por la minería. Dirigentas como Carmen Shuan en Condorhuaín (Ancash), Juana Martínez en Choropampa (Cajamarca) y Margarita Pérez en San Mateo (Lima) lideraron las luchas de sus pueblos, y miles de otras mujeres han cumplido responsabilidades claves en los procesos de organización social.
Evidentemente toda generalización simplifica la realidad. Hay muchos hombres muy consecuentes y comprometidos en la lucha, y mujeres que se alinean con la mina en cambio de proyectos económicos. El asunto es otro. El rol tradicional de las mujeres en la sociedad rural, más enfocadas en cuidar la salud integral de la familia y de los animales, de velar por la seguridad e identidad local y de pensar en el futuro de sus hijos e hijas, hace que tendencialmente ellas piensen más en el largo plazo que en los beneficios directos, mientras que muchos hombres buscan los beneficios directos de las negociaciones de la minería, por lo que suelen ser más cortoplacistas.
La participación de las mujeres ha sido fundamental en los procesos de resistencia, de denuncia y de negociación crítica con la minería alrededor del país, y debería ser promovido dentro de los espacios de nuestras organizaciones, como en los espacios de diálogo con el Estado o las empresas. Pues, las visiones de las mujeres complementan, enriquecen y a veces interpelan a las visiones de los dirigentas hombres. Sin embargo, muchas veces las dirigentas no solo han tenido que enfrentarse con la mina o con la policía, sino también con el machismo dentro de las propias organizaciones sociales. A menudo, las dirigentas más potentes tienen que lidiar con compañeros que no aceptan su liderazgo, con sus propios parejas que las quieren en la casa cumpliendo sus “deberes”, o con chismes malintencionados que buscan quitarles legitimidad. Más que una vez, los aliados de las empresas mineras colaboran gustosamente con ello, porque saben que sin el liderazgo activo de las mujeres las organizaciones son más débiles.
La gran importancia de la auto denominación de la marcha como: “Todas somos Máxima: Por trabajo digno y liberación de nuestros cuerpos y territorios” esta, por lo tanto, en visibilizar esta conexión tan potente entre las luchas por la autonomía sobre nuestros cuerpos y sobre nuestros territorios. Pues, afirma que el avance del extractivismo (la organización de la sociedad en función de la sobre-explotación de los recursos naturales) se sostiene en el patriarcado (la organización de la sociedad en función de los privilegios de los hombres). Que el capitalismo actual expropia nuestros cuerpos y territorios con estrategias parecidas, con el único fin de generar más ganancia económica.
También afirma que la liberación y el cambio en nuestro país a menudo vienen de personas como Máxima, como Carmen, Blanca, Juanca, Melchiora o Zulma. Compañeras que rechazan que otros decidan sobre sus vidas, sus cuerpos y sus territorios, y por ello reclaman justicia, libertad y democracia real en el país. Las luchas de las mujeres, por lo tanto, son las luchas de todxs nosotrosxs, y las luchas de todxs son las luchas de las mujeres, como se afirmó este 8 de marzo.
*RAPHAEL HOETMEr es Investigador holandés, magíster en Historia Contemporánea en Universidad de Groningen, con estudios de doctorado en Sociología en la UNMSM.Este texto fue publicado en el boletín de la Plataforma Regional de Recursos Naturales y Desarrollo Sostenible de Cusco – Renades en el mes de abril