PRODUCCIÓN - DIÁLOGOS
151 - Agriculturas Campesinas en Latinomérica
El investigador belga François Houtart acaba de publicar el libro Agriculturas Campesinas en Latinoamérica, una edición que recoge artículos académicos escritos por cientistas sociales de Latinoamérica (seis de México, tres de Bolivia, dos de Francia, dos de Brasil y, respectivamente uno de Perú, Ecuador, Argentina, Guatemala y Cuba), que participaron en un evento internacional del mismo nombre. El documento fue presentado recientemente en La ciudad de La Paz, Bolivia, por el Instituto Para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS).
En el acto de presentación, Oscar Bazoberry, coordinador del Instituto, mencionó que se trata de obra pertinente, concretada gracias a un esfuerzo conjunto en el que también participaron como editores el ecuatoriano Francisco Hidalgo, director de la Carrera de Sociología de la Universidad Central del Ecuador, y la boliviana Pilar Lizárraga, directora de la Comunidad de Estudios Jaina.
El texto aporta al análisis y al debate sobre sobre muchos temas, como los mundos rurales, el acceso y la propiedad de la tierra, las agriculturas, campesina, la situación de la alimentación, que están interconectados, aunque cada autor los aborde desde distintos enfoques, logrando un enfoque global de todas estas preocupaciones. Pero en el presente artículo François Houtart comparte con nosotros, sobre todo, el largo camino que lo trajo hasta la región. Este artículo está basado en la transcripción de su exposición ocasión del evento de presentación del libro en la ciudad de La Paz, el pasado 28 de mayo.
Personalmente me interesé en los temas agrarios, a pesar que mi especialidad era la sociología de la religión y la sociología urbana, trabajando en varios continentes como Asia, África y América Latina. En los últimos 50 años he descubierto la importancia no solo de la agricultura campesina, sino del campesinado, mujeres y hombres como actores sociales, y fue así que fui indagando en estas perspectivas para, poco a poco, comenzar a estudiar aspectos de la sociología rural y la importancia de los campesinos como actores de una transformación más amplia que sólo un enfoque sobre la agricultura como problema.
Trabajando primero en Asia, luego en Sri Lanka y posteriormente en Vietnam, pude estudiar muchos aspectos de la vida rural de esos países, particularmente desde la importancia de la religión en las sociedades rurales, y descubrí el valor fundamental de las culturas de base, lo que me ayudó a entrar en nuevas perspectivas.
La larga historia de este libro
Este proceso empezó en Vietnam, a finales de los años 70, luego de la reunificación, cuando me pidieron ayudar en la restructuración de la carrera de Sociología debido a que en los países socialistas se había suprimido en las universidades, porque el marxismo tenía las respuestas a todos los problemas, pero cuando se comenzaron a enfrentar dificultades en el funcionamiento de las sociedad socialistas, se empezaron a buscar alternativas.
Cuando los vietnamitas me pidieron realizar este trabajo, yo era presidente de la Asociación Bélgica- Vietnam y puse una condición que resultó algo extraña, sobre todo por provenir de alguien de la Universidad Católica de Lovaina y, más aun, siendo sacerdote: la condición fue realizar el estudio desde la perspectiva marxista, es decir una postura crítica. Y aceptaron.
Después de dos años de trabajo con jóvenes vietnamitas del campo para promover en ellos una formación sociológica, metodológica y teológica, se eligió para estudio de caso una comuna en el Vietnam del norte en el delta del rio Rojo, frente al mar de China.
Estudiamos esta comuna en todos sus aspectos, desde su historia, construcción y estructura, hasta la guerra y sus consecuencias, la reforma agraria, sus aspectos de producción, la religión, su cultura y su organización social, económica política. Fue una experiencia extraordinaria, que me permitió acercarme y entrar en una sociedad rural basada en la agricultura. 22 años después me pidieron rehacer el estudio, pero ya en función a la trasformación de la sociedad vietnamita influenciada con la introducción de la lógica del mercado (Doimoi o renovación), en una sociedad que se había desarrollado en base a una reforma agraria de tipo socialista.
Hice ese segundo estudio con el Instituto de Sociología de Vietnam y encontramos, entre otras cosas, que el periodo socialista había creado lo que el Banco Mundial llamaba, una “situación de pobreza”, caracterizada por un ingreso de dos dólares al día. Pero era una pobreza diferente, una pobreza en la dignidad, situación en la que nadie conocía el hambre, con acceso a las escuelas, centros de salud y a la cultura.
Cuando se inició la apertura al mercado hubo un crecimiento económico rápido de la mayoría de la población vietnamita, pero también empezaron a generarse las diferencias sociales; más o menos 20% de la población de una misma comuna no pudo aprovechar esta apertura al mercado y quedó relegada; también disminuyeron las tareas sociales, y empezó la desorganización de tareas primordiales que antes se realizaban colectivamente, como los mantenimientos de canales de riego. La lógica de mercado contribuyó a la construcción de otro tipo de sociedad, caracterizada por el crecimiento económico que permite mejorar las casas, quizá la infraestructura urbana y los caminos, pero también aumenta las distancias o brechas sociales.
Años después, en la década de los años 80, el Frente Sandinista me pidió trabajar en Nicaragua con la Revolución, para ello, también me adentré en el problema agrario e hice una serie de investigaciones con varios colaboradores. Uno de ellos fue el estudio sobre El Comején, una comarca cerca la ciudad de Masaya, investigando la configuración de la sociedad rural en distintos periodos, desde la entrada del capitalismo agrario con la producción extensiva de algodón, luego en la reforma agraria, después en el retorno del neoliberalismo y así sucesivamente. Esto nos permitió conocer la realidad de la vida y la agricultura campesinas nicaragüenses.
Veinte años después, en el 2010, se organizó en China un primer seminario sobre la agricultura campesina de Asia, con la participación de 11 países de ese continente, para abordar la problemática frente de la penetración masiva del monocultivo y la agricultura industrial destinada a la exportación.
En ese entonces y frente a la penetración masiva de los cultivos agroindustriales invasivos, pensamos en la necesidad de estudiar el fenómeno y todo lo que significaba, como por ejemplo los procesos de destrucción de la madre tierra. Fue así que, con la Universidad de Pekín, se vio la necesidad de pensar y realizar un movimiento para reanimar la agricultura campesina en China.
En China las tierras son del Estado, nadie posee privadamente la tierra, pero el Estado hace contratos para entregar el derecho de uso de la tierra a las nuevas generaciones y le da al campesino la seguridad de renovación de contrato a futuro y, a la vez, de no permitir una nueva concentración de tierra, lo que podría significar el acaparamiento, a manera de una contrarreforma.
Por otro lado, China es un país – potencia, que posee mucho conocimiento y tecnología pero, a la vez tiene un proceso de destrucción ecológica asombroso, casi el 80% de las aguas subterránea están contaminadas y 800 millones de personas beben esos afluentes. En las grandes ciudades no se ve a más de un kilómetro debido a la polución y cada año mueren un millón doscientas mil personas por la contaminación del aire, según datos de la revista médica Británica The Lancet.
¿Eso es desarrollo? nos cuestionábamos, por esa inquietud hubo la iniciativa de reanimar y promover la agricultura campesina en China donde, al igual que en Vietnam, existe una base fuerte social muy fuerte.
Basados en esa experiencia comenzamos a preguntarnos sobre la situación de la agricultura campesina en otras partes del mundo y, de ese modo, se promovió un seminario de la misma magnitud en Latinoamérica. Y el libro que motivó el encuentro y el presente artículo, es su producto final.
Tareas y desafíos de la agricultura contemporánea
En un capítulo del libro escrito por el agrónomo, docente e investigador francés, Marc Dufumier, se mencionan las tres grandes tareas de la agricultura campesina. La primera es nutrir a la humanidad, la segunda permitir a la tierra regenerarse y la tercera asegurar el bienestar de los actores.
Nutrir implica un proceso cuantitativo pero también cualitativo. Cuantitativamente, la agricultura contemporánea debe nutrir hasta a siete mil millones de personas, que hasta el 2050 se espera sean diez mil millones. Una agricultura que debe prever la producción a esta escala de población es un gran desafío. En lo cualitativo, el proceso de urbanización está produciendo cambios en la dieta, un fenómeno muy especial, en el que los alimentos que se consumen varían entre periodos, se incrementa el consumo de legumbres, se prevé la disminución de granos y, de forma paralela, aumenta el consumo de la carne, que es a su vez un elemento de contaminación de la tierra.
Detengámonos en este aspecto. La ganadería produce más cantidad de gas invernadero (38 % más de gases de CO2) que todo el transporte aéreo, marítimo y terrestre; así, el futuro de la alimentación plantea nuevos problemas e, incluso, otros paradigmas para la agricultura. Se trata de un modelo negativo que sigue desarrollando el consumo de carne, de la comida rápida chatarra o fast food, y sus consecuencia en la salud significan que se debe multiplicar por dos o tres veces la producción de alimentos en el mundo.
La segunda función de la agricultura campesina es conservar la naturaleza y permitir la regeneración de la madre tierra. Es cierto que esto no va a lograrlo solo la agricultura pero tiene un papel central y uno de sus desafíos es cómo hacer esta regeneración con el equilibrio de los ecosistemas. Y el modelo actual productivista es un modelo destructor.
De hecho, en el mundo actual hay un proceso muy rápido de deforestación, especialmente en el Sur y de forma particular en América latina y en ésta, en la selva amazónica. Mientras que en el centro del África, en los países acechados por las guerras desde hace más de diez años, paró la explotación de la selva, pero se está retomando, y en Asia hay procesos de deforestación que destruyen 130 mil kilómetros cuadrados por año. Es un proceso que continúa con todos los gobiernos del mundo, independientemente de su orientación política.
Lo cierto es que hay discursos y prácticas contradictorios. Al mismo tiempo que se enuncia un discurso de conservación de la naturaleza, hay extractivismo creciente y, aunque hay pequeños programas de reforestación, muy concentrados, éstos, como dice la FAO, son programas en 80% inútiles porque no tienen la continuidad necesaria, nacen y desaparecen.
En estas condiciones estamos frente a una deforestación continua en el mundo. Por ejemplo en Indonesia, en la isla de Sumatra, comenzó desde 1900 primero y después continuó en 1950, ya para el año dos mil el mapa muestra la destrucción avanzada y el último mapa que se conoce, el del año 2010, se ve una destrucción casi total de la selva, debido sobre todo a la extensión de cultivos de la palma africana y el eucalipto. Especialmente de la palma, para agro combustible.
La extensión del agro cultivo con productos químicos ha tenido resultado fatales en Asia, y en la selva amazónica la situación es similar. No soy optimista porque en el sur amazónico se muestra una destrucción parecida de la selva, debido a la penetración de la frontera agrícola, especialmente en la zona del Matogroso del sur, por los cultivos extensivos de la soja y de la palma africana.
La Amazonía está asediada. Hay avances de las fronteras petroleras con su consecuente efecto de destrucción; en el sur los monocultivos; en este y oeste las minas a cielo abierto y en el centro la explotación de madera además de la expansión del hidro combustible con las represas que inundan miles de hectáreas. Si las cosas siguen así, en 40 años ya no tendremos selva amazónica sino una sabana con algunos boques.
Monocultivo, violencia y agro combustibles
Otro hecho que me motivó a entrar en la lucha por la defensa de la agricultura campesina fue una invitación de la Comisión Justicia y Paz en la zona del Chocó, en Colombia, región cercana al océano pacifico, donde se extienden los cultivos de palma africana.
Estuve en las comunidades y viví muchas situaciones, entre ellas la violencia del conflicto interno, que expulsa a los campesinos de sus tierras, donde priman la intimidación, el temor y la expansión del desierto verde de la palma.
Me invitaron a visitar comunidades donde se asesinó niños, se demolió iglesias y escuelas, y me mostraron el resultado de la destrucción de los buldóceres de las grandes empresas palmeras. Estas realidades se repiten en la región sudamericana con sus particulares diversidades.
Ahí empecé a estudiar el problema de los agro combustibles, para mostrar esta falsedad mimetizada tras la energía verde, que antes de ser verde ha destruido muchas bases naturales de la propia producción.
Los monocultivos son elementos de una cultura, de una manera de pensar que ve natural la dominación del hombre sobre la naturaleza, esa especie de mesianismo del hombre sobre la naturaleza y el orgullo del ser que conquista la naturaleza. Factores simbólicos que dominan este modelo y que debemos cambiar para evitar futuras catástrofes.
Otro ejemplo de monocultivo destructor es el cultivo de maíz en la cuenca del rio Mississippi, en Estados Unidos, donde se triplicó la producción del grano para producir etanol de forma subsidiada, lo que requiere muchos agroquímicos por tonelada de maíz, cuyos efectos negativos llegan a las costas y generan un mar muerto. Esto se está multiplicando frente a las desembocaduras de los grandes ríos del mundo, que son dañados terriblemente. Externalidades o daños sociales que no son pagados por el capital, sino por las personas, por los individuos, las comunidades, los indígenas que deben emigrar de sus lugares de vida y de trabajo.
De ese modo, la agricultura se transforma en mercancía y es la única manera de tener ganancia, propiciando el pasaje de la agricultura campesina a la agricultura capitalista, en un afán de contribuir a la acumulación del capital donde los daños ecológicos y sociales no cuentan.
El bienestar de los campesinos
Más o menos tres mil millones de personas viven de la agricultura en el mundo y es preciso desarrollar un tipo de trabajo digno, un trabajo que sea decente para las y los campesinos.
En el Ecuador, un ejemplo, la producción de brócolis exportados es presentada por el gobierno actual como el modelo de una nueva matriz productiva, lo que permitirá al Estado recibir más entradas para apoyar las políticas sociales, pero a un precio muy alto, como la destrucción del suelo y del agua y el acaparamiento de comunidades; la contaminación de los productos químicos y la falta de respeto a las leyes. Y son empresas ecuatorianas las que tienen capitales en paraísos fiscales y explotan la mano de obra a mujeres con tasas muy bajas que escapan al seguro social. ¿Cómo es posible construir el socialismo del siglo 21 con el capitalismo del siglo 19? Esta y otras son realidades sobre las que debemos reflexionar y generar crítica, y no sólo emitir un discurso contradictorio.
En ese modelo el sujeto aparece como una forma arcaica, perdiendo su calidad de sujeto, como objeto. En América Latina, en particular, estas son condiciones muy negativas y el problema radica en cómo reconstruir o plantear condiciones que permitan al campesino ser un actor en todo el sentido. Si se estudia la realidad se puede ver al campesino como actor en condiciones muy precisas.
Tareas pendientes
Sin duda todo lo visto y estudiado exige promover otro modelo de desarrollo, porque dentro del modelo predominante no podemos esperar el tipo de desarrollo humano que buscamos, ese paradigma que debemos cambiar.
Vemos actualmente la profundidad de la crisis financiera, una crisis económica, energética y alimentaria con la especulación que lleva adelante el capitalismo en el área de la producción de alimentos. Todo eso es fruto de la lógica de una modernidad absorbida por la ley del mercado. Se deben aplicar reformas, pero eso no basta frente a una crisis de civilización, ética y moral, y por ello debemos pensar en alternativas, algunas son planteadas por el libro Agriculturas Familiares en Latinoamérica.
¿Cómo trasformar la relación con la naturaleza? ¿Acaso desde un modelo de extracción, que concibe a la naturaleza como mercancía? ¿O desde una concepción de la naturaleza como fuente de vida, de lo espiritual, de una base material de la vida -pues no hay vida sin base material-? ¿Cómo hacer el pasaje del valor de cambio como único valor a la visión del valor de uso? Debemos seguir reflexionando.
Hay miles de iniciativas en distintos ejes, principalmente en la otra producción de vida material desde la economía popular, en el orden de la defensa de los derechos de mujeres, de los indígenas y de los y niños. El problema es que son iniciativas locales, la mayoría de las veces marginadas, y no hay fuerza acumulada que permita su visualización y empoderamiento. No cabe duda que se trata de un proceso largo y duro, que significará luchas sociales, porque el capitalismo no muere por sí mismo, sino que su desaparición será resultado de las luchas sociales.
Por ello se deben promover estas trasformaciones para lograr el apoyo a la agricultura campesina como una apuesta revolucionaria en el mundo actual, lo que equivale, en términos más concretos, a luchar para la creación de condiciones que permitan responder a los tres desafíos de la agricultura mundial: Nutrir a la humanidad, permitir a la tierra regenerarse y asegurar el bienestar de los actores. Vale la pena.
El camino que propone el libro
En resumen, el libro Agriculturas Familiares en Latinoamérica trata de ver los grandes aspectos de la agricultura campesina de hoy, las dificultades de producir, las dimensiones de la comercialización, las relaciones con la ciudad, el problema de la cultura y la falta de equipamiento social cultural, entre otros.
El texto nos ayuda a tener una visión sobre cómo recrear la agricultura campesina organizada socialmente y la forma en que ésta permitiría a los campesinos vivir una vida digna sin forzarlos a migrar a la ciudad en un proceso salvaje.
Pretendemos estudiar la realidad y hacer propuestas políticas que, entre otras dimensiones, incluyen: Ayudar a favorecer la pequeña agricultura con la posibilidad de producir mejor con los mejores instrumentos, los más adaptables a los suelos y tierras; mejorar el comercio, las vidas los campesinos y la comunicación; organizar respuestas eficaces a los problemas de salud y educación en el medio rural, y así sucesivamente, cosas concretas para una vida campesina con alta calidad.
Hoy, en general, la agricultura campesina ofrece poca calidad de vida para sus sujetos actores, los campesinos. Sin embargo, la situación que se repite en los distintos países de la región es que, precisamente se extienden las políticas en favor del monocultivo que en la mayoría de los países dan resultados favorables inmediatos, incrementan la exportación y la generación de divisas para el fisco, por lo que casi todos los Ministerios de Agricultura de América Latina lo favorecen.
Una alternativa, que no es la única solución, pero ayudaría es alentar la integración latinoamericana para la limitación de las grandes multinacionales, potencias tan grandes que los pequeños países no pueden combatir, poniendo normas, por ejemplo, sobre el uso de transgénicos, sobre las extensiones dedicadas al monocultivo. Luchar en bloque será el único camino.
*Las opiniones expresadas en este documento son responsabilidad del autor y no comprometen la opinión y posición del IPDRS.