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La Ley de la Revolución Productiva me recuerda mucho algunos aspectos que pude contemplar de 1994 en adelante como pilares centrales de otra ley: la Ley 1551 de Participación Popular. Me interesa comentarlos, pues más allá del bautizo de esta norma como revolucionaria, hay ciertas esencias que, neoliberales o socialistas, se repiten. Son formas de razonar dominantes en las últimas dos décadas que, más allá de las diferencias de contenido entre las leyes que se promulguen, retornan intactas. Cambian los tópicos de fondo pero se mantienen las formas. Me explico exponiendo algunos rasgos propios de las políticas públicas nacionales.

Uno, la hiperruralización en el enfoque de las políticas públicas. No hay duda que se requiere promover procesos de discriminación positiva favoreciendo al área rural. Ése fue el énfasis de la Ley de Participación Popular (LPP) y bien que lo fue.

Hacía falta promover algún equilibrio dando más a los más necesitados. Sin embargo, inclinarse no sólo más, sino exclusivamente hacia ese ámbito territorial nacional, terminó por relegar lo urbano de la descentralización municipal. Cerramos los ojos no sólo a que la población boliviana ya estaba en más de dos tercios en las áreas urbanas sino a que en estos lugares se tenían problemas propios: inseguridad ciudadana, cogestión vehicular, deterioros medioambientales, informalidad económica.

Eso fue lo que denominé el "olvido de la descentralización", apuntando a la necesidad de considerar la presencia de dinámicas de metropolización con todas las consecuencias que ello implica. La nueva norma comentada, la Ley de la Revolución Productiva (LRP), incurre en el mismo error creyendo que la realidad en Bolivia se basa en su realidad rural. Insisto: gran logro intentar subsidiar a campesinos tradicionalmente marginados (recordemos el notable libro de Miguel Urioste, "El Estado Anticampesino") pero siempre y cuando no lo sea a costa de toda la actividad económica afincada en los conglomerados urbanos. Primer déficit de las últimas dos décadas.

Dos, la mitificación de la sociedad participativa y controladora. La LPP se dedicó a dar brincos de alegría cada vez que se mencionaba la posibilidad de que un órgano de la sociedad civil (el Comité de Vigilancia) tenga potestad de control sobre el órgano público. Se hizo una apología de la sociedad civil, sin tomar en cuenta que el problema no está en no participar sino en la forma en que se participa. Y es que no basta ver ciudadanos movilizados reclamando sus derechos. Qué bien que lo hagan y que sepan sus derechos, sin embargo, se debe tener en cuenta que la famosa planificación participativa tuvo más de participativa que de planificación. La población demandó, demandó y en tercer lugar volvió a demandar. No hubo planes estratégicos concertados.

La población nunca entendió la idea de que no sólo se puede y debe demandar sino que hay que ofrecer contrapartes. Hay que ayudarse de los subsidios del Estado pero no vivir a costa de Él. A eso se llama rentismo, diferente a una lógica verdaderamente productiva. Hoy, la LRP sólo se enfoca en la inflación de ese mito, que muestra a una sociedad que lo merece todo, todos los días.

No hay artículos que hablen de inversiones propias, establecimiento de joint ventures locales.

Tres, creación de una sociedad hegemónica legal diferente a la sociedad real (subalternizada). Ésta fue otra de las debilidades de la LPP. Privilegió a una sociedad sobre otras. Fue la sociedad territorial la que adquirió la mayor jerarquía. A ella se destinaron los recursos de coparticipación tributaria. Me refiero a las juntas vecinales, comunidades campesinas y pueblos indígenas, en desmedro de lo que se llamó la sociedad funcional, que no es otra que aquella compuesta, entre otros, por los actores empresariales. Los agentes económicos. Esto ocurre hoy en día en el marco de la LRP con mayor contundencia. Se crea o reconoce una sociedad artificial: la indígena, que si bien existe como sociedad social (por decirlo de algún modo), no lo hace como sociedad económica. Esto es una ficción que genera un paralelismo incómodo en relación a la OECAS, organizaciones realmente existentes. Se privilegia lo artificial por móviles políticos y se pone en segundo plano, nuevamente, a la sociedad real.

Cuarto, la consolidación de una mentalidad de "obras de cemento". No hay dudas que el sesgo de la LPP estuvo en hacer obras que algún analista bautizó como las "obras de cemento". Hacía referencia a que los recursos fiscales se usaron en apoyo a la producción y no así en promoción económica, entendiendo por esta última, la inversión en el productor mismo a través de darle asistencia, créditos, subsidios, mientras que por el primer término se comprende la construcción de caminos, atajados, puentes, etc. Se calcula que no más del 2 por ciento de los recursos de la LPP fueron a parar a la promoción. En esta ley se puede lograr lo propio, creando piras, silos y otras infraestructuras, como manda el artículo 17. No tiene por qué ser así. Esta norma, más bien, abre las compuertas para promover la industrialización y/o comercialización. El riesgo, sin embargo, es hacerlo construyendo mercados o elefantes blancos (elefantitos blancos).

Finalmente, la orientación hacia la sobreabundancia de planes. Sí, la verdad es que la LPP vino aparajeda de PDMs, POAs, PLUSes, planes educativos, planes alimentarios y un largo etcétera de planificadores, generalmente descoordinados entre sí. Ésa fue la tónica dominante, acompañada de guías, manuales, cartillas para entender todos estos planes y la forma de ponerlos en práctica. Mucha pega para los clasemedieros de la ciudad y poco para los supuestos beneficiarios. Esta ley ya comienza (o continúa) con este sesgo con Planes Estratégicos de la Revolución Productiva, planes alimentarios, planes de las empresas que se crean (que son muchas por cierto).

En suma, otros embalses pero el mismo contenido: ruralización extrema, controladores rentistas por doquier, artificialidad (política), "obrismo" en pleno y, de remate, planificacioncitis como enfermedad conocida.
 

 

El autor es profesor de la UMSA.

Periódico Los tiempos, Sección Columnistas.

 

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