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En la Pascua de 2013, el antropólogo y sacerdote jesuita Bartomeu Melià, s.j. se detuvo a reflexionar acerca del pedido de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) al Estado paraguayo  quien debe “asegurar la investigación inmediata, independiente e imparcial de la muerte de 17 personas con ocasión del allanamiento de Curuguaty el 15 de junio de 2012, así como de todos los hechos vinculados que han sido denunciados por las víctimas.”Bartomeu Melià, s.j.

En la Pascua de 2013

El pedido de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) es todavía muy oportuno y llega a tiempo. De hecho es la continuidad con un proceso de esclarecimiento de la masacre de Curuguaty, que nunca ha quedado interrumpido, aunque siempre obstaculizado por las más altas y las más rastreras instancias del Estado paraguayo actual.

Es cierto que podría haber llegado antes, pero tanto el Mercosur como UNASUR ya se habían pronunciado, y después del golpe parlamentario de junio no quiso –porque en realidad no podían– aceptar una posición basada en el derecho. Desde un nivel superior el pedido de la ONU al Estado paraguayo tiene todavía sentido, mucho y fuerte. La criminal masacre de Curuguaty dejó embarrada la cancha del país en el cual se llevarán a cabo unas elecciones. El sol todavía no ha brillado sobre ella y los charcos no se han secado.

Este es el hecho desde donde arranca el dolor paraguayo. El juicio sin juicio –en consonancia con el cuadro político del parlamento nacional– se inició con sentencia cantada antes mismo de que el juicio tuviera lugar. El juicio en el marco judicial no existió –político, no puede significar arbitrario y sin juicio ni razón–. La falta de pruebas y las supuestas pruebas manipuladas e inventadas, son la prueba más claras de la falta de juicio. El juicio al juicio probablemente no llegará antes de las elecciones, y aun después de ellas, nos darán la medida del cuadro tergiversado en el que tuvieron lugar. El juicio político se parece más al de Pilatos que al Juicio Final claro, rotundo y sin subterfugios.

Algunos parlamentarios podrán pedir mañana que se les perdone porque no sabían lo que hacían, que fueron engañados por una trama tenebrosa que no les dejaba ver nada, pero otros sí sabían, y probablemente se dijeron para sus adentros que era necesario que algunos murieran para que su rumbo y su alegría futura vieran el campo despejado, aunque llevara al borde del abismo. Por esto, el pedido de la ONU es todavía muy oportuno, justo y necesario.

Desde el primer momento sabíamos y dijimos que el juicio era ilegal e ilegítimo, no solo desde el punto de vista político, sino por saltarse las más elementales condiciones del sentido común.

No es tarde para una investigación inmediata, independiente e imparcial. Inoportuna y extemporánea será una sentencia después de las elecciones.