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Manos para el algodón y la caña

Las mujeres han ocupado un lugar primordial en la producción agraria de la Argentina, especialmente en los emprendimientos familiares.

El libro Mujeres, familia y trabajo. Chacra, caña y algodón en la Argentina (1930-1960), de Alejandra de Arce (Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, UNQ), analiza históricamente el porqué de la escasa visibilidad del trabajo de las mujeres en el campo argentino y, a partir de las experiencias de las protagonistas, se propone descubrir las voces ocultas de aquellas que vivieron y trabajaron en el mundo rural pampeano y norteño a mediados del siglo XX. La historia oral avanza sobre la indocumentación de sus vivencias y revela aspectos complejos de la producción agraria regional que no siempre registran las fuentes impresas. De eso se trata el libro. En entrevista con Ñ, la autora –doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la UNQ, integrante además del Centro de Estudios de la Argentina Rural (CEAR-UNQ)– habla sobre el papel de las mujeres en la producción de algodón y de caña de azúcar, así como de las modalidades de participación femenina en las corporaciones y asociaciones rurales.

–¿Cómo nació la producción de algodón en la Argentina y qué papel cumplieron las mujeres en ese trabajo?

–Desde principios del siglo XX, la introducción de la producción algodonera en el nordeste argentino respondió a las demandas del modelo agroexportador y del poder asentado en la región pampeana. El algodón transformará el territorio a través de nuevas técnicas agronómicas, de la redistribución de la población –motivada por el fomento estatal– y se convertirá en el centro de los conflictos entre los actores involucrados en su producción, industrialización y comercialización. La presencia –o ausencia– del Estado y sus agencias quedaría expresada en las demandas de las familias agricultoras, que no siempre encuentran soluciones. Cuando el oro blanco se convierte en una promesa para quienes optan por su cultivo, el trabajo femenino cotidiano ocupa un lugar indiscutible en las chacras del Nordeste.

–¿Cuáles han sido los cambios más importantes en esa producción en los últimos tiempos y qué características tiene hoy la cadena de producción?

–En los años sesenta, la expansión del uso de fibras sintéticas y artificiales modificó las condiciones estructurales de la producción algodonera. La crisis generó, entre otras consecuencias, el éxodo de los pequeños agricultores, que no habían conseguido legalizar la tenencia de las tierras donde vivían y trabajaban. La migración de las mujeres –especialmente las hijas– a ciudades intermedias o las metrópolis transformó los esquemas de organización del trabajo familiar y las encauzó hacia un destino no agrícola. Alejadas de las chacras, el trabajo fabril o empleo como domésticas reemplazó la “promesa incumplida” que representó para no pocas mujeres el cultivo algodonero. A inicios del siglo XXI, subsiste la vulnerabilidad en amplios sectores de productores que aún no tienen acceso a la propiedad de sus chacras, condición que los excluye de los créditos bancarios. Asimismo, dependen de los organismos estatales –como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria– para afrontar los cambios tecnológicos que exige un mercado cada vez más competitivo.

–¿Cuál es el papel de la mujer en la producción de caña de azúcar?

–El lugar de las mujeres en las explotaciones cañeras tucumanas está ligado a las posibilidades de subsistencia de su finca, que no es igual para el heterogéneo y estratificado mundo de estos productores. Como sus congéneres en otras producciones regionales, las tucumanas deben cumplir con su papel doméstico como tarea primordial. En los minifundios, las mujeres ayudan a sus esposos de las más diversas maneras: trabajan con ellos en las rudas faenas agrícolas, cuidan de los hijos y preparan la comida. La zafra convoca a todos los brazos disponibles. Cuanto más bajo en la escala se encuentre el hogar cañero, más probablemente recurra a la utilización del trabajo de las mujeres que allí viven, sin eximirlas del resto de sus tareas. El corte de caña se convierte en una tarea pesada y familiar, en un escenario de “cadena productiva” donde los padres cortan, las madres pelan y los niños colaboran apilando las cañas en el surco.

–¿De qué manera se visibilizan hoy las desigualdades de género en el ámbito del trabajo rural (además de trabajar fuera de sus casas también se ocupan de todo lo doméstico, trabajo que no es retribuido económicamente)?

–Históricamente, las mujeres rurales desarrollan sus trabajos en el hogar y participan en las actividades en los emprendimientos familiares, dado que la unidad productiva no está separada espacialmente de la doméstica. Además, pueden desarrollar tareas en el mercado de trabajo. El trabajo doméstico rural comprende microemprendimientos productivos (conservas, chacinados, artesanías, entre otras cosas) que, por ser realizados en las cercanías de los hogares, son comprendidos como “deberes”, “ayuda”, “colaboración” pero rara vez como trabajo. El aislamiento y la escasa interacción social, la diversidad y fragmentación del trabajo productivo femenino –alternado con el doméstico– hacen que su contribución económica (aunque no sea así comprendida ni por la sociedad ni, muchas veces, por ellas mismas) sea invisibilizada. Esta estructuración por género del trabajo rural persiste a través del tiempo. Sin embargo, existen actualmente diversas iniciativas y programas –públicos, internacionales o desde ONG– que intentan concientizar a las mujeres sobre la relevancia de su participación en la producción como en la representación (asociativa, corporativa) y en las capacitaciones técnicas dirigidas al sector agrícola.

FUENTE: EL CLARÍN